Resumen:
Es importante la relación de Espejo con la masonería, la que en el
siglo XVIII sirvió para difundir las ideas de la Ilustración, pese
a la campaña antimasónica de la Iglesia y la derecha. El
historiador Gabriel Pino Roca afirma que existía en Quito la logia
Ley Natural, presidida por Juan Pío Montúfar. Ella fue denunciada
por Pedro Pérez Muñoz, un realista se la época en cartas enviadas
a Madrid, las que fueron encontradas en el Archivo General de Indias
de Sevilla por el historiador ecuatoriano Fernando Hidalgo Nistri. En
una de esas cartas informa que Montúfar y los hermanos Espejo
viajaron a Bogotá donde ingresaron en la francmasonería y de
regreso fraguaron la colocación de pasquines subversivos y una
rebelión. En realidad Eugenio Espejo viajó desterrado a Bogotá,
pero la referencia al ingreso a a francmasonería es ratificada por
varios historiadores colombianos. En efecto Montúfar y Espejo se
iniciaron en la Logia El Arcano Sublime de la Filantropía, En
Bogotá, Espejo estudió las obras avanzadas del liberalismo europeo
en la biblioteca de Nariño y redactó el “Discurso a la Escuela de
Concordia” y una “Instrucción” joco-seria de carácter
masónico. En Quito, los Espejo, Montúfar, Gijón y Sánchez de
Orellana fundaron la Escuela de la Concordia, núcleo de la Sociedad
de Amigos del País, que internamente era una logia, de lo que hay
referencias de Carrera Andrade y Rocafuerte.
Asunto
de la mayor importancia es el relativo a los vínculos de Eugenio
Espejo con la Masonería, institución que en el siglo XVIII se había
convertido en el principal agente difusor de las ideas de la
Ilustración y, en general, de los principios liberales acuñados por
los filósofos Rousseau, Voltaire, Montesquieu y Locke, todos ellos
masones. Sin embargo, la cerrada y permanente campaña antimasónica
efectuada por los poderes tradicionales, y especialmente por la
Iglesia y grupos de derecha, campaña que sigue hasta nuestros días,
ha logrado difundir una falsa idea de la Masonería y satanizar todo
lo que tenga que ver con ella. Esto ha impedido estudiar abierta y
diáfanamente en nuestro país esas relaciones entre Eugenio Espejo y
la Masonería. Empero, hay algunos estudios que nos permiten
aproximarnos al tema. Uno de ellos pertenece al historiador
guayaquileño Gabriel Pino Roca, quien señala que, para fines de la
época colonial,
“
trabajaba en Quito una logia denominada “Ley Natural”… Era
Venerable de ese Taller el hermano Juan Pío Montúfar, Marqués de
Selva Alegre, Presidente que fue de la Junta Suprema de Gobierno
revolucionaria erigida en 1809. Miembro de la misma era el eminente
hermano José Mejía Lequerica, quien, en las célebres Cortes de
Cádiz de 1812, mereció el apodo de el “Mirabeau americano”.
Documento fehaciente de que tanto el Marqués de Selva Alegre como
Mejía Lequerica eran masones, es la carta que el segundo dirigió al
primero desde Cádiz, dándole cuenta de los acontecimientos
políticos de España y de los trabajos ocultos de la Fraternidad
para el establecimiento en el Reino de las libertades públicas…”
[1]
Otra
prueba de la existencia de esa logia masónica quiteña es la
denuncia que hizo de ella, y de su labor subversiva contra el sistema
colonial, un inteligente y destacado realista de la época, don Pedro
Pérez Muñoz, futuro “Marqués de Fiel Pérez de Calisto”, en
las cartas que escribió en 1815, en Guayaquil, destinadas según
parece a un alto funcionario de Madrid. Estas cartas fueron
encontradas hace alrededor de una década en el Archivo General de
Indias, de Sevilla, por el historiador ecuatoriano Fernando Hidalgo
Nistri, quien las publicó en 1998 bajo el título de “Compendio de
la rebelión de la América” y con sello de la editorial Abya Yala.
Como señala Hidalgo en su estudio introductorio,
“el
Compendio contiene una interesantísima colección de datos de
primera mano, buena parte de los cuales han permanecido hasta hoy
desconocidos. Una muestra fidedigna de ello son … los detalles
relativos al establecimiento de las primeras logias masónicas.”
[2]
En
efecto, en su carta 14ª, el informante Pérez escribió a un
desconocido funcionario de Madrid lo siguiente:
“Concluyo
esta carta con referir a usted que en el año 93 se descubrió en
Quito, se probó y justificó plenamente, que el Marqués de Selva
Alegre, con Morales, Salinas y los dos hermanos Espejos fueron
autores de los pasquines y banderillas de libertad republicana que
amanecieron puestas en las esquinas. El médico Espejo murió durante
su prisión, el clérigo (Juan Pablo Espejo) salió de ella y los
otros ni entraron. Estos mismos han sido los causantes de las
rebeliones de 1809 y 1810…”
Posteriormente,
en su carta Nº 15, Pérez Muñoz le informó al mismo personaje
acerca de la forma en que se constituyeron en Bogotá, y luego en
Quito, las primeras logias y quiénes fueron sus fundadores. Sobre la
de Quito dijo:
“El
Marqués de Selva Alegre, don Juan Pío Montúfar hizo viaje desde
Quito a Santa Fe en unión de los Espejos para alistarse en la
cofradía francmasónica y regresados a su Patria fraguaron el año
93 los pasquines y plan de rebelión de que he hablado anteriormente
a usted.” [3]
Esos
“Espejos” de que habla Pérez Muñoz son, evidentemente, el
doctor Eugenio Espejo y su hermano, el cura Juan Pablo Espejo. Pero
la denuncia de Pérez Muñoz contiene un acierto y un equívoco.
Comencemos por el equívoco: Pérez Muñoz muestra al Marqués de
Selva Alegre, su enemigo del momento, al que desea acusar ante las
autoridades de Madrid, como el personaje central de ese viaje a
Bogotá, y a los hermanos Espejo como unos simples acompañantes,
cuando en realidad sucedió todo lo contrario: el personaje central
del asunto fue Eugenio Espejo, quien marchaba a Bogotá en calidad de
desterrado y víctima de las persecuciones oficiales. Agreguemos
ahora el acierto de Pérez Muñoz: él fue el primero en establecer y
revelar una verdad que luego han establecido y difundido, por su
parte, una variedad de prestigiosos historiadores colombianos: la de
que Eugenio Espejo, su hermano Juan Pablo y su amigo y discípulo, el
Marqués de Selva Alegre, se iniciaron masones en esa ciudad, en la
logia “El Arcano Sublime de la Filantropía”, también conocida
como “La Tertulia Patriótica”, que fuera fundada por el patriota
Antonio Nariño y algunos científicos europeos residentes en Santafé
de Bogotá, entre los cuales los científicos españoles Mutis,
D’Elhúyar y el médico francés Luis de Rieux.
Entre
los historiadores colombianos que han reseñado este asunto están
Antonio Cacua Prada, Jorge Pacheco Quintero, Enrique Santos Molano y
Eduardo Ruiz Martínez, dirigentes que han sido, los dos primeros, de
la Academia Colombiana de Historia.
La
iniciación masónica de esos quiteños habría ocurrido en 1789, el
mismo año de la Revolución Francesa, mientras Montúfar se hallaba
en esa ciudad en viaje de negocios y Espejo, que había llegado de
Quito en calidad de desterrado, se hallaba gozando de su recuperada
libertad y de la amistad de un grupo de destacados intelectuales
santafereños. Según nos dice el notable historiador Cacua Prada,
“el virrey José de Ezpeleta, quien tanto se preocupó por el
avance de la cultura en estas tierras, estudió el expediente del Dr.
Espejo y, al no encontrarlo culpable, determinó dejarlo en
libertad”. [4]
Cabe
precisar que en Bogotá, aprovechando la libertad de que gozaba y sus
importantes relaciones intelectuales, Espejo se dedicó a estudiar
todas las obras avanzadas del liberalismo europeo que existían en la
biblioteca de Nariño. En ese grato ambiente intelectual redactó su
notable “Discurso a la Escuela de la Concordia”, publicado ese
mismo año de 1789 por la imprenta bogotana de Don Antonio Espinosa
de los Monteros, gracias al financiamiento de Montúfar. [5] Allí
también redactó otro escrito menos conocido, pero de trascendental
importancia, titulado “Instrucción” y que fue hallado por las
autoridades coloniales entre los papeles de Antonio Nariño, pasando
a formar parte de las pruebas incriminatorias del proceso de Estado
seguido al prócer granadino. [6] En nuestra opinión, la importancia
de este documento radica en el evidente carácter masónico del
mismo, constante de múltiples frases y datos simbólicos incluidos
en su texto, toda vez que se trata de una propuesta joco-seria acerca
de la “Instrucción masónica.” [7]
LA
ESCUELA DE LA CONCORDIA
Siguiendo
la exitosa experiencia de otras latitudes, los patriotas Eugenio y
Juan Pablo Espejo, Juan Pío Montúfar, Miguel Gijón y Joaquín
Sánchez de Orellana fundaron en Quito una sociedad secreta de clara
inspiración masónica, que tomó el nombre propuesto por Espejo en
su famoso discurso bogotano: “Escuela de la Concordia”. [8] Según
el notable poeta y ensayista Jorge Carrera Andrade, que fuera miembro
de la Orden Masónica, ésta organización “llegaría a contar con
veintidós miembros y veintiséis socios correspondientes y formaría…
el núcleo de la Sociedad Económica de Amigos del País.
Naturalmente, el sagaz y activo Conde (Gijón) fue el primer
Presidente de la revolucionaria ‘Escuela de la Concordia’,
taller, logia y almáciga de los futuros próceres y mártires de la
emancipación de la colonia”. [9]
Desde
luego, el modelo organizativo seguido por Gijón y Espejo para su
“Escuela” quiteña era el típico de las sociedades patrióticas
españolas, y especialmente de las “Sociedades de Amigos del País”,
formadas bajo inspiración y promoción del ministro Campomanes, en
las que cada organización pública tenía normalmente, como
“contraparte clandestina”, a una logia o sociedad secreta. [10]
En
fin, otro testimonio de que hubo una logia en Quito lo aportó
Vicente Rocafuerte, quien reveló que Juan de Dios Morales y él
mismo buscaron independizar a la Audiencia de Quito mediante
“sociedades secretas”, léase logias masónicas. Y se sabe que
desde 1808 hubo algunas reuniones secretas, preparatorias del Primer
Grito de la Independencia, efectuadas en la hacienda-obraje de
“Chillo”, de propiedad del Marqués de Selva Alegre.
[1]
Fichte Felds (Gabriel Pino Roca), “Proceso Histórico de la
Masonería en el Ecuador”, edición de la Gran Logia del Ecuador,
Guayaquil, 1927, p.1.
[2]
Fernando Hidalgo Nistri, “Compendio de la rebelión de la América”,
Ed. Abya Yala, Quito, 1998, p. 20.
[3]
Hidalgo Nistri, op. cit., p. 64.
[4]
Antonio Cacua Prada, “Antonio Nariño y Eugenio Espejo, dos
adelantados de la libertad”, Archivo Histórico del Guayas,
Guayaquil, 2000.
[5]
Ibídem.
[6]
Cacua Prada, op. cit.
[7]
Expediente del proceso de Nariño, Archivo Histórico Nacional de
Madrid, Sección de Consejos Suprimidos, Legajo 21.250.
[8]
Esta sociedad tenía como objetivos el culto a la razón, la
oposición al dogmatismo clerical, el estudio de la filosofía y de
la ciencia, la búsqueda del progreso del país, la defensa de la
libertad y la igualdad de los hombres, y la protección de todos sus
miembros.
[9]
Jorge Carrera Andrade: “La tierra siempre verde”, Ed. Casa de la
Cultura Ecuatoriana, Quito, 1977, p. 254.
[10]
Véase al respecto: Iris M. Zavala:”Masones, comuneros y
carbonarios”, Ed.Siglo XXI, Madrid, 1971, pp. 59 a 69. Por lo
demás, “en el siglo XVIII la masonería (fue) apóstol de la
ciencia y el progreso. Al combatir el culto a la tradición y
fomentar la libertad de pensamiento, preparó el camino de la
revolución política que se produjo más tarde. Ya difundidas las
teorías igualitarias y sociales entre los grupos de poder, dejaron
de ser privativas de la nobleza y de la élite, pasando al dominio de
la burguesía y de la juventud. Una vez establecido como grupo en el
poder, el Oriente masónico enajenó a la burguesía liberal, cuyos
jóvenes crearon sus propias asociaciones… Ellos defendieron como
principio vital la libertad e igualdad de los ciudadanos, poniendo
así en marcha el concepto de democracia popular”. Id., p. 68.