viernes, 21 de octubre de 2016

MONÓLOGO DE MANUELITA SÁENZ EN PAITA (Por Efraín Sigüenza Guzmán)

Resumen: Nuestro hermano Efraín piensa en los últimos tiempos de Manuelita exiliada en Paita, ella ya está anciana y en un sillón con ruedas, preparando golsinas para la venta, lo que le permite subsistir. Y mientras lo hace tiene lugar un monólogo mental en que recuerda su vida. Se trata de una adaptación de datos biográgicos e históricos a una imaginaria biografía íntima, en que recuerda una infancia feliz en la hacienda de su abuelo, su posterior vida en el convento de Santa Catalina, donde aprendió lo que en su vejez se convirtió en su medio de vida. Se mezclan esos lejanos recuerdos con otros más recientes, como las visitas de Ricardo Palma y Giusseppe Garibaldi, y retoma los tiempos pasados con su nombramiento como Caballerosa del Sol por parte del Libertador San Martín. También recuerda al doctor Thorne, con el que la casaron de joven. E indudablemente el gran amor de su vida, el Libertador Bolívar, de la que fue su Libertadora. Y viene una reflexión sobre Latinoamérica, de entonces y actual, que concluye con la necesidad de su unión. Al final sueña arar en el mar, sembrando semillas de libertad en la espuma de las ilusiones, para bajar tranquila al sepulcro.


Escenario: Una sala humilde, limpia, señorial. Unas cuántas sillas de mimbre, una mesita central y un armario con vajilla en su interior. Manuela, vieja, un tanto pasada en carnes, viste con dignidad y se moviliza en un sillón con ruedas.

Jonathás prende el brasero. Nathán mezcla la harina con los huevos, una cuchara mama de manteca y el zumo de limón. Con la mano hay que batir y batir la mezcla hasta el sudor. La madre Teresa decía que la verdadera cocina necesita de los brazos del hombre y el corazón de la mujer. A falta de brazos hay que multiplicar el corazón para que los manjares sean una verdadera delicia. Que estricta era la Madre Teresa, en la cocina por su puesto, porque en lo demás era un ángel o mejor una monja humana, tolerante, comprensiva. A ella recurría a desahogar mis recuerdos. Madre Teresita, le decía, en la hacienda de mi abuelo pasé una infancia feliz. Tenía un caballo manso en el que cabalgaba desafiando al viento, mi cabellera se enredaba con las nubes, y bajo la sombra de los árboles me bañaba con una lluvia de ilusiones. En la casa de hacienda gozábamos de la abundancia de granos y hortalizas sembrados y cosechados por los buenos y humildes peones. Yo tenía pena de los peones, pero mi padre me recriminaba por ese sentimiento de piedad cristiana. La Joaquina era como vos, me decía mi padre, dadivosa, compasiva, justa. Pobre mi mamita. Murió cuando más la necesitaba, cuando mi juventud necesitaba de un bastoncito para caminar en el amor.


Mi padre me internó en el claustro para que aprenda a leer, a escribir, a bordar y a hacer manjares, después de que tuve una aventura amorosa con el oficial español Fausto D´Elhuyar. No me fue mal bajo esos muros de piedra unidos con salmos y rezos. Si no hubiera franqueado esos claustros, no le hubiera conocido a la madre Teresita, ni hubiera leído la autobiografía de Sor Catalina de Jesús Herrera, la monja guayaquileña que muy pronto estará en los altares. Hasta conocí el túnel por donde dicen que venia el Provincial de los dominicos, el padre Gamero, con una serie de frailes disolutos a bailar el fandango con las monjas del claustro. Cuentos, no más.


Salí del claustro graduada de fina señorita y apta para participar en las reuniones aristocráticas que mi padre realizaba con altas personalidades del gobierno español. “Es una temeridad -escuchaba decir- emanciparse de la Madre Patria. De un indio como Espejo, nada bueno puede venir”.


Nathán… ¿ya acabaste de batir la mezcla? ¡Cómo te demoras, hija! Dile a Jonatás que también se apure. Nos cae la noche y tenemos que apurar los dulces para la venta. Pasado mañana es jueves de Corpus y los paiteños no se privan de saborear una golosina. ¡Quien hubiera creído que lo que aprendí donde las monjas, ahora me sirve de sustento y para salir de apuros cuando me caen las visitas! No hace mucho vino a conocerme un poeta. Se llama Ricardo Palma y hemos hecho una buena amistad. El me trae del mar sus frutos apetecidos, porque por ser poeta es marinero o viceversa; yo le convido mis dulces que se asemejan a la luna llena que el jueves de corpus sale por el Itchimbía como un beso blanco inagotable. Al loco de Giuseppe Garibaldi le regalo un paquete de tabacos, porque tabaco también confecciono y vendo para subsistir con mis dos negras fieles. Garibaldi es un buen amigo. Nos pasamos conversando horas enteras sobre la liberación de América y la unificación de su querida Italia. Los otros visitantes tratan de arrancarme algunas confidencias sobre Bolívar y Sucre, sobre San Martín y Monteagudo. ¡No! No son de mi agrado las miradas retrospectivas y, sin embargo, no las olvido. Recuerdo la mirada de mi padre cuando fui arrebatada de los brazos de Fausto la misma noche en la que me fugué. Inmediatamente me condenó a la hacienda de mi abuelo y luego al claustro de Santa Catalina donde maduró mi juventud. Revalorándome con ocho mil pesos de dote se arregló mi matrimonio con Jaime Thorne e inmediatamente viajamos a Lima para que la sociedad quiteña eche tierra de olvido sobre mi cabeza. No era malo Jaime. Me llenaba de comodidades, si bien, como todo hombre dedicado al comercio, era despreocupado en las delicias del amor. En los palacios virreinales de la placentera Lima apoyé como pude a José de San Martín y él, generosamente, me hizo Caballeresa del Sol.


Miren cómo ha quedado la Caballeresa del Sol: vieja, gorda e inválida. Me movilizo gracias a este sillón con ruedas y el generoso empuje de una de mis negras. Pero, gozo con el mar. Cada día escucho el batallar del viento, de las olas, de los truenos y miro como el velero avanza despacito a los confines de la libertad. La sal del viento cristaliza mis lágrimas y en mi pecho, con arena húmeda y brillante, escondo los suspiros para que no se escapen de él. Porque vieja y gorda aún suspiro. No, ciertamente por Bolívar. A Bolívar le amé de vivo y ahora de muerto le adoro. Suspiro por la libertad de América. Suspiro por la unidad de América. Suspiro por la unión de sus hombres: blancos, mestizos, indios, negros. Suspiro por el lejano Quito hecho de cúpulas y gallos cantores y suspiro por Paita, puerto donde ancla la paz en los ojos de todo pescador pobre y en la sonrisa de todo niño bronceado de esperanzas.


Vine a Paita desterrada por conspiradora. Los conspiradores me calificaron de conspiradora como el Libertador me honró con el título de Libertadora del Libertador. ¿Conspiradora? Si luchar por el ideal bolivariano es conspirar, bien venido el título de Conspiradora. ¿Libertadora? Es cierto que el 25 de septiembre de 1828 libré a Bolívar de la muerte planificada por Santander y que iba a ser ejecutada por Pedro Carujo. Por la ventana del Palacio de San Carlos obligué huir a Bolívar y decidida me enfrenté con los asesinos. Pero, mucho antes, y con tesón, le libré de la tristeza que encadenaba su alma desde la muerte de su joven esposa María Teresa Rodríguez, a sus dieciocho años de edad, a los ocho meses de casados, al comienzo mismo de su ilusión.


La liberación de su tristeza la comencé aquel día 16 de junio de 1822 cuando Quito, engalanada de fiesta, recibía pletórico de gratitud al Libertador. Nos miramos: él desde su caballo blanco y yo desde el balcón; él con su sombrero en mano y yo con unas flores en el corazón. Nos miramos. El amor se hizo luz y nos alumbró permanentemente en el camino. “En mi cabeza -me contaba Bolívar al referirse a su amor a María Teresa- sólo había la niebla de un amor apasionado”. Esa niebla me encargué de disiparla con respeto, cautela y admiración. La niebla, ese manto gris y frío que opaca la realidad de la vida. No la pasión. La pasión es fuerza, es coraje, es intrepidez para desafiar hasta los límites de los imposibles. Y apasionadamente nos amamos en el Palacio de la Magdalena, muy cerca de Lima y después en Bogotá en el Palacio de San Carlos y en la Quinta, hoy llamada Bolívar. Apasionadamente nos amamos con el fuego ardiente de la carne y apasionadamente nos amamos con el fuego divino de los ideales. Las pasiones por los ideales fueron más poderosas que las pasiones de la carne; pero, fueron las pasiones de la carne las que escandalizaron a la beatitud limeña y bogotana. Bolívar, recuerdo, sufrió un desmayo en el pequeño puerto de Pativilca, cerca de Lima, y la causa de su preocupante malestar no acreditaron a la fiebre gástrica muy frecuente en las zonas tropicales sino a nuestras zonas tórridas de amor.


Jonathás…¿quieres servirme un vaso de agua? El recuerdo de las pasiones me produjo sed. Sed de agua y sed de verdad. Tengo unas inmensas ganas de gritar al mundo que Bolívar no era únicamente el inquieto y voluble soñador, ni el apasionado amante en tiendas y alcobas. Bolívar era el trabajador y organizador consciente que sabe de la responsabilidad que implica el bienestar que busca un pueblo. Cansado de tantas batallas y sosegado con tantas victorias aceptó viajar al Perú para organizar un nuevo estado. “Reorganizó la administración estatal con medidas audaces y tajantes, organizó y preparó el ejército, ordenó hacer uniformes a las mujeres, recogió mantas y ponchos para abrigar a los soldados durante las marchas, fabricó cantimploras y herraduras para los caballos y mulas, adiestró a las tropas para la lucha de montaña, reunió varios millares de reses y buena cantidad de maíz, almacenó forraje para los animales, preparó depósito de provisiones y agua, devolvió las tierras a los indios para que trabajasen, procuró mejorar su instrucción e incluso fundó la Universidad de Trujillo”. Este era Bolívar: el Hombre, el Ciudadano, el Libertador. Y también, claro está, el soñador. Soñó y soñamos en una América grande sin fronteras más que para el hambre, la ignorancia y la corrupción. Sueños, nada más. Sueños huérfanos de realidad.


Y era también un caluroso amante. “Ven, ven, ven” me decía en la carta que desde Bogotá me envió a Lima. Se sentía solo, abandonado, triste y me necesitaba como el fuego necesita leña para arder y consumirse juntos. Yo permanecí en Lima tratando de defender su prestigio hasta que fui encarcelada y vejada. Huí de la cárcel y llegué a Bogotá venciendo miles de peripecias, y en cada una de ellas escuchando la insistente llamada de mi amado: “Ven”. “Estoy envejecido, flaco de cuerpo, desencajado el rostro, tristes mis ojos y solitario el corazón. “Ven” y por las noches soñaba que sus manos apretaban mi pecho hasta convertir mis ojos en dos ríos azules de lágrimas. “Ven” y cruzando los ríos y montañas escuchaba su clamor: “Hoy te necesito para librar la última batalla y alcanzar la victoria, la única que nos falta, la de la trascendencia que se alcanza con las armas del amor”.


Aquí estoy mi Libertador, le dije. He vencido la distancia galopando a la velocidad de los suspiros. Aquí estoy para colmarte de ternuras, para exaltar tus ideales, para curar tu desobligo causados por la maldita ambición de tus enemigos. Vamos a tu solariega quinta de Fucha a descansar. Percibir la fragancia de los cedros y de los cipreses es una buena terapia para recobrar las fuerzas del cuerpo y arrullar las ilusiones del espíritu. Después, recuperado, regresaremos al Palacio de San Carlos a poner en marcha a la Nación Colombiana. No te preocupes por lo que digan las gentes. El pecado del amor, de nuestro amor, es el único camino que conduce al cielo.


Me siento cansada. Nathán ¿quieres llevarme al dormitorio, por favor? Antes, pásame el cofre donde guardo mis recuerdos. Me resulta estimulante refrescar las últimas acciones de su vida y releer sus últimas palabras: Era el 27 de abril de 1830 cuando presentó la renuncia definitiva tras la elección del nuevo presidente de Colombia en la persona de Joaquín Mosquera. El 8 de mayo salió al exilio. Se despidió de su patria, de sus contados amigos, de sus parientes y de mí. No me dijo nada especial sino “un te amo” susurrado a mis oídos como la primera vez en el baile de gala organizado por el triunfo de Pichincha; como en la batalla de Junín cuando nos coronamos de gloria; como en la quinta que hoy lleva su nombre cuando nos bañábamos de agua, sol y flores. Organicé una contra revolución… en vano. Pues, aunque Colombia pedía su retorno él no tardó en contestar: “Estoy viejo, cansado, enfermo, desengañado, afligido, calumniado y mal pagado… Creo que todo está perdido… Hemos arado en el mar”.


Entonces, me enamoré del mar. Pasé un año en Jamaica. Al retornar al Ecuador el Presidente Vicente Rocafuerte me apresó y desterró porque “las mujeres preciadas de buenas mozas y habituadas a las intrigas del gabinete son más perjudiciales que un ejército”.


Preferí Paita por el mar, por la soledad, por la pobreza. Con mis fieles amigas, Jonathás y Nathán, organizamos un imperio pequeñito como es el porte de un corazón. Bautizamos con el nombre de Simón a todo niño que en la playa trasladaba el mar a un hoyo de arena. Enseñamos a leer y a escribir a las buenas gentes que llegaban a nuestra casa levantada con los instrumentos de la solidaridad. Viajamos hasta donde nos era permitido enarbolar el nombre de Bolívar como bandera de dignidad y libertad.


Han pasado los años. América se muestra esplendorosa en toda su inmensa latitud. Es dueña de campos fértiles, de cascadas blancas y ruidosas, de montañas como senos fecundos de una mujer voluptuosa. La selva amazónica produce el oxígeno necesario para la humanidad entera; la biodiversidad es sorprendente: mariposas y flores se besan y mueren. Rodeada de mares parece una sirena con voz de soprano, cantando a las olas que vienen y se van con sus veleros cargados de esperanza. Y desde la profundidad del tiempo emerge el hombre rastreando a la vida para sembrar en ella su tajo de inteligencia, de creatividad, de incansable trabajo, de lozana belleza.


Cada país avanza por el sendero del progreso. Cada ciudad muestra un crucigrama de avenidas, parques, rascacielos, puentes colgantes, mercados opulentos, iglesias adornadas con el lazo azul de la promesa. Los pueblos rurales son un poema escrito en el papiro curtido por la paz. Pero, el sueño de Bolívar sigue siendo un sueño. Innumerables son las declaraciones y tratados que los presidentes firman en sus cumbres con fotos y banquetes, declaraciones líricas muy útiles para tiempos de campaña, “Ideología de Consumo”, pero que en nada sirven para cicatrizar definitivamente las viejas heridas causadas por insanas ambiciones. Bolivia busca un horizonte de mar y Chile se resiste. Perú se mira de reojo con el Ecuador. Colombia y Venezuela no son los buenos y tranquilos vecinos. Para buscar una solución pacífica las naciones se arman. Qué contra sentido. Para vivir en paz hay que mostrar los dientes cargados de odio, de furia y rencor.


Sin embargo, siendo un grave mal el resquemor entre los pueblos sudamericanos, el peso que nos convierte en modernos indios conciertos, en auténticos esclavos de la gleba, es la deuda externa. No podemos levantar nuestra cabeza. Trabajamos para pagar al patrón por sus migajas derramadas a nuestro favor, y lo que es peor, tenemos que pagar agradeciendo, postrándonos a sus pies, despojados de dignidad y de vergüenza. Y nos viene mucho más: el ALCA, el TLC y más deuda externa para nivelar el presupuesto. Necesitamos mucha plata para llenar de goles la cabeza de nuestros niños. Necesitamos mucho dinero para llenar las piscinas con los baldes de nuestras estupideces.


No son problemas que existieron ciertamente en el tiempo de Bolívar; pero, qué bien nos hubiéramos defendido si su idea de formar La Gran Confederación de Países Latinoamericanos, basados en su identidad común, hubiera sido aceptada en la convención que para ese fin convocó en Panamá. “Desde el primer momento de la revolución -dice en una de sus cartas- me convencí que sí un día pudiéramos establecer naciones libres en América del Sur, una federación entre ellas sería la forma más fuerte de unión”


Pero… ¿qué pasa?…Yo, Manuela, la amante del Libertador. Yo, Manuela, la Insepulta de Paita como me calificara Neruda. Yo, Manuela vieja, gorda y tullida ¿estoy hablando como una madura mujer del siglo XXI? … ¡Sí! porque los soñadores no desaparecen en los remolinos de la historia. Estamos vivos los Espejo, los Sucre, los Bolívar, las Manuelas, los hombres y mujeres que entienden Patria no como un culto al pasado sino como un HACER el presente de una manera dinámica constante, comprometida y comprometedora.


Jonathás, Nathán, vengan mis fieles amigas y quítenme este sillón y devuélvanme la espada. Vamos nuevamente a soñar. Dice el poeta:


Un sueño, si sueño solo, no es más que un sueño.
Un sueño, si sueñan todos llega a ser realidad”.


Todos vamos a soñar y para soñar hay que luchar en el lugar mismo donde el enemigo se atrinchera. Primero, casa adentro. Muera la corrupción, la ociosidad, la ignorancia, la politiquería, la opulencia de unos, la miseria de otros, la resignación de éstos, la prepotencia de aquellos. Que no haya un solo niño sin sonrisa y sin escuela. Que los campesinos madruguen silbando como los gorriones en tiempo de cosechas. Que los obreros se uniformen de optimismo. Que los intelectuales inclinen su cabeza. Que los soldados se armen de pañuelos para borrar fronteras. Nada es imposible cuando desde el balcón de la vida arrojamos unas flores con amor.


Después, combatiremos al enemigo de afuera. Nuestra táctica guerrera será crecer desde adentro, desde el alma, desde las raíces que alimentan nuestra existencia. Nada de complejos inferiores, de proteccionismos, de providencialismos. Los hijos del sol no podemos menos que mantener erguidas las cabezas contemplando al astro, bajo cuyo resplandor somos oro y optimismo.


Solo cuando Latinoamérica esté unida bajaremos hasta el mar. Nos extasiaremos con la taciturna tarde, momento en que los pelícanos salen a recreo y las diminutas jaibas se bañan de color. En el día azotado de satisfacciones, ustedes amasarán pan de dulce. Yo tengo otra tarea específica que cumplir: en el lienzo blanco sujeto al telar, he de bordar, puntada a puntada, la figura de un apasionado soñador arando en el mar, metiendo la reja en la espuma de las ilusiones y sembrando en las fértiles olas la semilla de la libertad. Entonces, también yo podré bajar tranquila al sepulcro.


Quito, 2004.



Fuente: https://academiafrancmasonicaecuatoriana.wordpress.com/2011/11/24/monologo-de-manuelita-saenz-en-paita/

EN EL MUNDO MASÓNICO HAY MUCHO QUE CORREGIR (Por Guillermo Fuchslocher)

Resumen: Este corto trazado plantea que en masonería hay mucho que corregir para estar a tono con los tiempos y necesidades de la humanidad. Los principios deben anteponerse y los objetivos masónicos son ser mejores y mejorar la sociedad. Para cumplir estos objetivos hay que prepararse en las logias pues la docencia aporta la teoría, pero ella debe concretarse en praxis. El problema es ser solo teóricos y no hacer nada en la sociedad. Esto se debe a estructuras de poder que no están al servicio de las logias, a la distracción en estructuras o altos grados, a la vanidad, a estudios simbólicos y rituales convertidos en fines, a la docencia parcializada que promueve dogmatismo e intolerancia, a la sobredimensión de lo administrativo, a luchas de poder y regularidades, a la mentalidad subordinada y colonial, y a no dar importancia al trabajo tesonero. Las desavenencias acaban con la fraternidad y desperdician la fuerza de hermanos y hermanas en conflictos absurdos, mientras ciudadanos comunes trabajan para enfrentar los lacerantes problemas del mundo actual. Concluye afirmando que los masones se hacen al Oriente de las columnas pero hacer masonería es una tarea al Occidente de las mismas.


En el mundo masónico hay mucho que corregir si queremos estar a tono con los tiempos y con los cambios que requiere la humanidad. Y para eso es necesario hablar, intercambiar ideas, y no utilizar la muletilla de un mal entendido secreto masónico como pretexto para encubrir nuestras inconsecuencias. El verdadero secreto masónico es una vivencia íntima.


Para este necesario intercambio de ideas comparto las siguientes conclusiones que he sacado como consecuencia de mi vivencia masónica:


1. Pienso que en masonería se pierde fácilmente de vista que los principios deben estar por encima de cualquier otra cosa, y que todo lo que hagamos debe tener relación directa con ellos. Esta pérdida de visión hace que desperdiciemos el tiempo en una serie de actividades que pensamos son importantes pero que en realidad no lo son.


2. Considero que los principales objetivos que tenemos son:


a) esforzarnos en ser cada día mejores en el plano individual, no solo de palabra, sino en los hechos y desde la perspectiva de quienes están relacionados con nosotros en los distintos ámbitos en los que nos desenvolvemos; y


b) realizar acciones concretas en el seno de la sociedad, con el objetivo de aportar a que esta sea cada vez más libre, más igualitaria y más fraterna.


3. Para prepararnos a fin de cumplir estos objetivos seguimos un proceso formativo gradual y simbólico, y estamos agrupados en logias que coordinan nuestras acciones. A su vez, el cometido de las grandes logias u orientes es coordinar y facilitar el accionar logial.


4. La docencia masónica nos brinda una TEORÍA, pero nosotros, individual y grupalmente, estamos llamados a convertir dicha teoría en PRAXIS. Si esta praxis tiene efectos positivos podremos decir que estamos logrando la TRASCENDENCIA masónica.


5. Los trabajos logiales son TEÓRICOS, en función de la docencia, del análisis de la sociedad en la que nos toca actuar, y de la determinación de cómo aplicar nuestros principios a realidades concretas en el aquí y el ahora, y PRÁCTICOS, en función de coordinar y ejecutar proyectos que concreticen la teoría. Por esto, un “Programa de Trabajo” no es un “Programa de trabajos”, pues el objetivo de la docencia es formar masones, incluso masones ilustrados, pero que actúen en la sociedad. Uno de los grandes problemas que afrontamos es que solo nos quedamos en la teoría y no hacemos nada en la práctica, en la sociedad, para que esta mejore.


6. Considero que lo señalado en los puntos anteriores es lo esencial, pero que ello se ve limitado o impedido por diversos factores:


a) La creación o mantenimiento de estructuras de poder que en lugar de estar al servicio de las logias, para facilitar y coordinar su trabajo, pretenden controlarlas e imponerse sobre ellas.


b) La distracción de muchos hermanos de sus cometidos esenciales en sus logias, por dedicar su tiempo a las estructuras de poder de la Gran Logia o del Gran Oriente, e incluso a las estructuras de poder supranacionales.


c) La distracción de los maestros por dedicarse a hacer una “carrera masónica” consistente en obtener “altos grados”. Estos grados resultan perjudiciales cuando cobran prioridad por sobre la dedicación logial, principalmente en tiempo, cuando traen consigo conflictos de poder entre hermanos u organizaciones, cuando facilitan el control de los hermanos que pueden otorgar grados por sobre los hermanos que aspiran a ellos, cuando se centran solo en estudios teóricos omitiendo o minimizando la praxis, y cuando la mayoría de los sistemas que los administran no solo no impiden que su posesión sea conocida y ostentada, sino que la promueven, pues ello otorga más poder a quienes otorgan dichos grados.


d) La vanidad y atentados a la igualdad y fraternidad, que traen consigo los mandiles y bandas vistosas y la ostentación de condecoraciones, cargos y grados.


e) La sensación de poder ficticio que dan los altos cargos y grados, que no solo alejan a unos hermanos de sus demás hermanos, sino también de la sociedad, haciéndoles creer que son una élite, bajo una concepción no democrática similar a la de los viejos partidos de notables.


f) Convertir al simbolismo, la ritualidad y otros estudios masónicos en un fin en sí mismo, en lugar de considerarlos medios que deben llevarnos a la praxis individual y social.


g) La docencia parcializada, que en lugar de informar sobre las diferencias y promover su respeto transforma a las logias en escuelas de dogmatismo e intolerancia.


h) La sobredimensión de lo administrativo y lo jurídico que convierte a las logias y organizaciones masónicas en estructuras burocráticas.


i) Las luchas de poder por patentes, regularidades, territorios, ortodoxias o heterodoxias doctrinales, etc.


j) La mentalidad subordinada y colonial que depende para la acción de lo que digan autoridades masónicas nacionales o potencias extranjeras, en lugar de confiar en la base del poder democrático, es decir el pueblo masónico que está en las logias.


k) Pensar que el desarrollo masónico o de uno de sus ritos en particular, en cuanto especial concepción del quehacer masónico, depende de la distribución de patentes y grados, en lugar del trabajo tesonero de los masones y masonas en las logias y de éstas en la sociedad, de acuerdo a sus principios.


Desde mi punto de vista, las desavenencias y conflictos no solo acaban con la fraternidad, sino que mantienen a una fuerza potencial de hermanas y hermanos valiosos enfrascados en discusiones y conflictos absurdos, perdiendo su tiempo, mientras los ciudadanos comunes de todo el mundo, que no han sido formados en templos masónicos, alzan su voz frente a la injusticia, mientras hay 26 países en que la gente se muere literalmente de hambre, mientras se violan los derechos humanos, mientras crece la xenofobia y en pleno siglo XXI se pretende crear guetos, mientras 400.000 migrantes han sido expulsados de los EEUU solo en el último año, mientras se destroza la naturaleza. Definitivamente pienso que el “hacerse” masones nace y se desarrolla al Oriente de las columnas, pero el “hacer” masonería es un cometido al Occidente de las mismas, en la sociedad, en el mundo.


Quito, 19 de octubre de 2011, c:. g:.


Fuente: https://academiafrancmasonicaecuatoriana.wordpress.com/2011/10/21/en-el-mundo-masonico-hay-mucho-que-corregir/#more-262