Resumen:
Los historiadores se preguntan dónde adquirió Rocafuerte su notale
formación idológica. Al pensamiento ilustrado francés deben
sumarse el pensamiento francmasónico y el liberalismo español. Las
Cortes constitucionales españolas fueron escenario de difusión del
pensamiento liberal masónico. Surgió una masonería revolucionaria
de americanos con logias secretas para la preparación de la
independencia hispanoamericana de la que derivaron las logias
lautarinas. Los lideres de nuestra independencia se formaron en el
ideario liberal de inspiración masónica y se empeñaron en
profundas reformas y a través de nuevas logias difundieron y
concientizaron con estas ideas. Rocafuerte se inició masón en 1805
y tuvo trato con liberales españoles y miembros de la logia Gran
Reunión Americana y otros líderes independentistas. Al volver a su
patria fue perseguido por las autoridades coloniales. Rocafuerte era
un intelectual más que guerrero y fue también perseguido en España
luego que Fernando VII rompiera la Constitución española de 1812.
En Guayaquil enseñó francés e ideas liberales, luego emigró a La
Habana, donde se integró en una logia independentista, viajó a
España como agente secreto de Bolívar, volvió a Cuba, se trasladó
a Estados Unidos para combatir el proyecto monárquico de Iturbide en
México. Pero el espíritu liberal masónico de Rocafuerte no solo se
expresó en su acción política sino en su obra intelectual, la que
generó resistencias de los grupos conservadores y la Iglesia.
Destacan sus libros “Ideas necesarias a todo Pueblo Americano
Independiente que quiera ser libre” y “Ensayo sobre la tolerancia
religiosa”.
Respecto
de Vicente Rocafuerte hay una pregunta que hace tiempo ronda en la
cabeza de los historiadores latinoamericanos y es la siguiente:
¿dónde adquirió Rocafuerte esa notable formación ideológica que
poseyó y que lo llevaría a brillar, a comienzos del siglo XIX, como
uno de los más destacados pensadores liberales de Nuestra América?
Precisamente
mi intervención apunta a responder esa inquietud, con miras a
redondear la imagen histórica de aquel gran republicano, que en su
momento fuera uno de los líderes del inicial proyecto de unidad
hispanoamericana.
Como
se conoce, su inicial formación intelectual y política la obtuvo
Rocafuerte en el Colegio de Saint–Germain–en–Laye, cerca de
París, donde fue discípulo de Jerónimo Bonaparte, hermano del
emperador de Francia. Otro estudioso de Rocafuerte, el difunto
Neptalí Zúñiga, consideraba por su parte que fue John Quincy
Adams, el pensador y estadista norteamericano, quién sirvió a
Rocafuerte como “maestro en la fe republicana”.1
Por
nuestra parte, admitiendo que el pensamiento ilustrado fue la base de
la formación ideológica de Rocafuerte, hemos buscado precisar aún
más las fuentes en las que éste bebió ese ideario que luego
recrearía brillantemente en el escenario americano. Nos hemos
encontrado con que, además del Colegio de Saint Germain, hubo dos
fuentes de fuentes de ideas en las que Rocafuerte abrevó abundante y
provechosamente; ellas fueron la Orden Masónica y las Cortes
Constitucionales españolas. Así, hallamos que nuestro personaje
completó su formación humanista gracias al contacto con otras dos
vigorosas corrientes de pensamiento progresista, que fueron el
pensamiento francmasónico y el liberalismo español, emparentadas
entre sí y vinculadas a su vez con el pensamiento ilustrado.
Por
varias razones, no resulta fácil establecer los límites existentes
entre estas corrientes de ideas. En todo caso, lo cierto es que el
liberalismo hispanoamericano, desde la hora previa a la emancipación,
sacó a luz y puso en el tapete del debate político ciertos
principios masónicos generales, tales como la libertad, la igualdad
y la fraternidad entre los hombres, que fueran previamente difundidos
por el liberalismo español. Más tarde, nuestros liberales
convirtieron en consignas de lucha pública algunos otros principios,
más específicos de la masonería hispanoamericana, entre ellos la
lucha por la independencia nacional, la búsqueda de un sistema
democrático–republicano de gobierno y la promoción de la unidad o
confederación política de los Estados de nuestra América.
Pero
el escenario privilegiado para la difusión del pensamiento
liberal–masónico, tanto español como hispanoamericano, fueron las
Cortes Constitucionales españolas, desarrolladas primero en Cádiz,
entre 1811 y 1813, y luego en Madrid. En ellas, una amplia mayoría
de diputados, de uno y otro lado del Atlántico, estaba vinculada a
la francmasonería y compartía el ideario liberal. Así, en la Logia
Gaditana compartieron trabajos simbólicos e ideas políticas
diputados españoles y americanos, entre ellos los quiteños José
Mejía Lequerica, Juan José Matheu y Herrera –conde de
Puñonrostro–, Vicente Rocafuerte y José Joaquín Olmedo.
Sin
embargo, al interior de la masonería tradicional o regular surgió
por entonces una masonería revolucionaria, organizada por ciudadanos
originarios de América y cuyas logias, de carácter ultrasecreto,
tenían como fin específico la preparación de la independencia
hispanoamericana, por lo cual excluían de su membresía a quienes no
fueran nativos del nuevo continente. La primera de ellas fue la
llamada “Gran Reunión Americana”, fundada por Francisco de
Miranda en Londres, en 1797, para promover la independencia de la
América española.2 El Consejo Supremo tuvo como sede la residencia
de Miranda, Frafton Street 27, Fitzroy Square, Londres, y fundó
filiales en varias partes, entre ellas Cádiz, donde funcionaba la
Logia Lautaro, de tan importante actuación en la campaña por la
libertad del Río de la Plata, Chile y Perú. Ante Miranda juraron
entregar sus vidas por los ideales de la Logia Americana: Bolívar y
San Martín; Moreno y Alvear, de Buenos Aires; O’ Higgins y
Carrera, de Chile; Montúfar y Rocafuerte, de Ecuador; Valle, de
Guatemala; Mier, de México; Nariño, de Nueva Granada, Monteagudo, y
muchos más. Todos ellos prestaron un solemne juramento masónico que
decía:
“Nunca
reconoceré por gobierno legítimo de mi patria sino aquel que sea
elegido por la libre y espontánea voluntad de los pueblos; y siendo
el sistema republicano el mas adaptable al gobierno de las Américas,
propenderé, por cuantos medios estén a mi alcance, a que los
pueblos se decidan por él”.
En
dependencia de la “Gran Reunión Americana” de Londres, Bernardo
O’Higgins fundó en Cádiz, a fines de 1801, una segunda logia
revolucionaria, denominada “Sociedad Lautaro de Caballeros
Racionales”, con el objetivo de vincular a la causa de la
independencia a varios americanos que residían temporalmente en ese
puerto español o que ya formaban parte de la Logia Gaditana. Años
después, al ser invadida España por los franceses, Cádiz se
convirtió en refugio de la Junta Suprema de Regencia y en sede de
las Cortes Constitucionales, lo que permitió que esta logia
reclutara para la causa de la independencia americana a muchos de los
diputados del Nuevo Mundo. Tras su objetivo supremo, de esta logia
derivaron otras, denominadas “lautarinas”, que se establecieron
en Mendoza, Buenos Aires, Santiago de Chile y Guayaquil.
En
verdad, todo un audaz y renovador ideario fue expuesto por el
liberalismo español de las últimas décadas del siglo XVIII y fue
planteado por los diputados de las Cortes Constitucionales españolas,
siempre tras ser gestado en las logias masónicas. Olmedo, diputado
por Guayaquil, había tratado sobre la servilidad impuesta a los
indios en sus dos afamados “Discursos sobre las mitas”, mientras
otros diputados liberales hablaron de “romper los grillos de la
esclavitud bárbara”.3 Jovellanos había planteado en su “Informe
sobre la Ley agraria” la necesidad de entregar tierra y apoyo
financiero a los labradores, así como de crear escuelas básicas,
para que éstos “sepan leer, escribir y contar” y puedan
“perfeccionar las facultades de su razón y de su alma”. Y tiempo
después, al presentar a la Junta Central española su afamado “Plan
de instrucción pública” (1809), planteó la urgencia de eliminar
el latín en las escuelas y pasar a una total utilización del idioma
castellano como lengua de enseñanza. Antes, Campomanes había
abogado por la educación femenina, alegando que “la mujer tiene el
mismo uso de razón que el hombre (y) solo el descuido que padece en
su enseñanza la diferencia, sin culpa de ella”.4 Entretanto,
Cabarrús describía en sus textos el triste panorama de la educación
religiosa, en la que los niños casi solo aprendían “el
abatimiento, la poquedad o, si se quiere, la tétrica hipocresía
monacal”.5
En
cuanto a los títulos y privilegios de la nobleza, Jovellanos, había
abogado por la abolición de los mayorazgos, de la herencia de bienes
y de la transmisión hereditaria de títulos nobiliarios, por estimar
que ya no eran consecuencia del mérito personal ni del trabajo
propio sino solo de la “casualidad del nacimiento”.6 Cabarrús,
especialista en asuntos fiscales, lamentó en su “Memoria al Rey”
(1783) que las grandes y ricas propiedades del clero no pagasen
impuestos, mientras que Campomanes, en su “Tratado de la regalía
de la amortización” (1765), había llegado a propugnar la
expropiación de los bienes eclesiásticos llamados “de manos
muertas”. Y el conde de Aranda, en las cartas que se cruzara con su
amigo Voltaire, se refirió en muy duros términos a la Iglesia y
criticó muy especialmente a la Inquisición, a la que se propuso
privar de sus métodos bárbaros de investigación y castigo, antes
de procurar su total eliminación.
Formados
políticamente en ese ideario liberal de inspiración masónica, y
bajo las distintas realidades y circunstancias que les tocó vivir,
los líderes de nuestra independencia se empeñaron en llevar
adelante una profunda reforma, que abarcase prácticamente todos los
espacios de la vida social, desde la organización política del
Estado hasta las relaciones con la Iglesia y desde los sistemas de
propiedad hasta los planes y métodos educativos. De otra parte, a
través del establecimiento de nuevas logias masónicas en los
territorios liberados, promovieron la concientización de la elite
político–militar de la independencia y difundieron esas ideas de
progreso social en los sectores más avanzados de la población.
Según
se conoce, Vicente Rocafuerte se inició masón en París, en 1805,
en la “Muy Respetable Logia St. Alexandrie de Escocia”, a la que
ya pertenecían Simón Bolívar,7 Carlos Montúfar, Fernando Toro
Rodríguez y otros jóvenes liberales hispanoamericanos. Se sabe
también que su iniciación ocurrió por la misma época en que Simón
Bolívar fuera elevado en ese taller al grado de Caballero Compañero.
Años más tarde, recordando esa circunstancia, Rocafuerte
escribiría:
“Todos
los americanos que nos encontramos reunidos en ese brillante asilo de
la gloria militar de Napoleón, estábamos íntimamente unidos por
los lazos de la más franca amistad, y por la grandiosa perspectiva
que se vislumbraba ya de la independencia de la América española.”8
Gracias
a su condición masónica, Rocafuerte tuvo desde entonces trato
directo y fraterno con muchos liberales españoles y sobre todo con
muchos miembros de la Logia “Gran Reunión Americana”,9 entre los
que figuraron Andrés Bello, Antonio Nariño, Bernardo O’Higgins,
fray Servando Teresa de Mier y otros líderes de la independencia
hispanoamericana.10
Tras
regresar a su país, en 1807, “con todas las ideas de la
independencia y de libertad con que (se) había familiarizado en
Francia”, se encontró con una situación poco apta para un
estallido revolucionario y prefirió recluirse en su hacienda de
Naranjito, para evitar que sus ideas (“las que tuve que comprimir
en mi pecho al verme rodeado de tantos satélites de la tiranía
española”) llegaran a traslucir públicamente y le merecieran ser
perseguido por las autoridades coloniales. Sin embargo, la revolución
era su sino y en su mismo retiro campesino fue alcanzado por ella en
1809, cuando, a petición de la baronesa viuda de Carondelet, debió
asilar en su hacienda al conspirador quiteño Juan de Dios Morales,
perseguido por las autoridades coloniales. No fue difícil que ambos
se reconocieran como hermanos masones y entraran de inmediato en
conversaciones sobre la ansiada independencia de América. Como
detallaría el mismo Rocafuerte, años más tarde, en una de sus
bravías “Cartas a la Nación”:
“De
lo expuesto resulta: Que en la hacienda de Naranjito que pertenece a
mi casa se formó el plan de independencia de Quito, que se ejecutó
en la noche del 9 de agosto de 1809. Que en el Ecuador, mi tío el
coronel Bejarano y yo hemos sido los primeros perseguidos por la
causa de la emancipación; y permítaseme añadir ahora: que mi tío
el doctor don Pablo Arenas fue una de las víctimas del 10 de agosto,
que mi suegro el señor Calderón, uno de los primeros jefes de la
independencia, fue cruelmente pasado por las armas de los españoles,
que mi cuñado Abdón murió heroicamente en la batalla de Pichincha;
todo lo que prueba que mi familia es una de las que más servicios ha
hecho a la causa de la independencia.”
Tras
ser nombrado alcalde de su ciudad en 1810, Rocafuerte sería elegido
diputado a las cortes españolas por la provincia de Guayaquil,
en1812, ocasión en que renovaría y ampliaría sus contactos
francmasónicos, durante su estancia en España, según lo confirma
su propio testimonio:
“Por
mis ideas liberales y mi entusiasmo por la independencia, me ligué
de amistad con los diputados de México, Ramos Arispe, Terán,
Castillo, Larrazábal, Lavalle, etc, que tenían fama de ser grandes
independientes. En aquella feliz época todos los americanos nos
tratábamos con la mayor fraternidad; todos éramos amigos, paisanos,
y aliados en la causa común de la independencia; no existían esas
diferencias de peruano, chileno, boliviano, ecuatoriano, granadino,
etc, que tanto han contribuido a debilitar la fuerza de nuestras
mutuas simpatías”.11
Rocafuerte
era un ciudadano de formación intelectual antes que guerrera,
preparado más para la conspiración política que para las campañas
militares. Eso determinó en buena medida el rumbo futuro de su
acción, luego de que Fernando VII, “El Bienamado”, se proclamase
monarca absoluto y rompiese la Constitución española de 1812 apenas
vuelto al trono, tras permanecer prisionero de Napoleón. Entonces,
mientras los diputados peruanos iban al besamanos del rey
absolutista, Rocafuerte se negó a asistir a tal acto y, por el
contrario, fue a visitar a los diputados liberales presos, lo que le
valió una inmediata persecución del gobierno español. Tras fugar a
Francia y recorrer en obligado turismo buena parte de este país e
Italia, Rocafuerte regresó finalmente a Guayaquil en junio de 1817,
gracias a la ayuda reservada de la masonería francesa y del cónsul
español en Burdeos, señor Montenegro, un masón adicto a Fernando
VII.12 Años después relataría los pormenores de su regreso:
“Obtuve
mi pasaporte para regresar a Guayaquil por la vía de La Habana,
Chagres y Panamá; pero a condición de que en el término de dos
años no había de tomar parte activa en la guerra y causa de la
independencia; pasé por estas horcas caudinas con tal de regresar al
seno de mi familia.”13
Una
vez en su ciudad, Rocafuerte se concentró en arreglar los negocios
de su afortunada familia y, adicionalmente, en enseñar francés e
iniciar en las ideas liberales a algunos jóvenes porteños, a los
que familiarizó con la lectura de la “Historia de la independencia
de Norteamérica” del abate Raynal, de “El contrato social” de
Rousseau y de “El espíritu de las leyes” de Montesquieu.
Escribió que lo hizo “llevando en esto el objeto de propagar las
semillas de la independencia; y tuve la suerte de sacar a un
discípulo muy aprovechado en el señor Antepara, quien después
cooperó con su valor y talento a realizar la independencia del
Guayas.”14
Al
fin, presionado por su madre, que deseaba alejarlo del seguro teatro
de una próxima guerra, Rocafuerte emigró a La Habana, donde
prontamente se integró a la logia “Soles y rayos de Bolívar”,
que dirigía el doctor José Fernández Madrid y estaba destinada a
promover la independencia de Cuba y Puerto Rico. Se inició así,
para él, otro período de gran actividad conspirativa en favor la
independencia americana, que lo llevaría nuevamente a España, en
calidad de agente secreto de Bolívar y de la masonería cubana, para
auscultar la inclinación del nuevo gobierno liberal español a
reconocer la independencia de Venezuela (1820).
Tras
permanecer cinco meses en España, volvió a Cuba, donde le esperaban
nuevas tareas políticas, siempre encaminadas a promover la
independencia y afianzar la democracia en América. Republicano
irreductible, posteriormente se trasladaría a Estados Unidos, con la
misión secreta de combatir el proyecto monárquico del general
Iturbide, que buscaba coronarse emperador de México. De este modo, y
según sus propias palabras, nuestro héroe llegó a participar
decididamente en los “planes para extender a todos los puntos del
territorio (las) sociedades secretas para combatir la tiranía y la
usurpación, sociedades muy conocidas por la denominación de
escocesas las unas, y de yorkinas las del contrario partido.”
En
EE. UU. en calidad de enviado de la masonería, adelantaría una
gestión destinada a impedir el reconocimiento diplomático del
emperador mexicano por parte del gobierno norteamericano, también
influido por la masonería. Finalmente, en 1823, nuestro hombre sería
encargado por la masonería cubana de coordinar la audaz expedición
militar que el joven general colombiano Manrique, jefe de la plaza de
Maracaibo, intentaba emprender por su cuenta para liberar a Cuba del
dominio español, mas la repentina muerte de Manrique frustró esa
expedición libertaria, que hubiese dado a Cuba una temprana
independencia y quizá la hubiera puesto a cubierto de las
desenfrenadas ambiciones imperialistas del “Destino Manifiesto”.
Pero
el espíritu liberal–masónico de Rocafuerte no sólo se revelaría
en su acción política sino que, de modo paralelo, se expresaría a
través de su obra intelectual, que en general se encamina hacia la
ilustración de los pueblos americanos en las nuevas ideas del mundo.
Pero una empresa tal no podía ejecutarse sin afectar los intereses
de ciertas fuerzas retrógradas que actuaban en Nuestra América,
tales como los grupos conservadores que propugnaban el
establecimiento de monarquías americanas o la Iglesia, que pretendía
mantener su antiguo monopolio sobre las mentes del pueblo.
Así
se explica la resistencia que unos y otros levantaron contra los
libros de Rocafuerte y particularmente contra dos de ellos: “Ideas
necesarias a todo Pueblo Americano Independiente que quiera ser
libre” y “Ensayo sobre la tolerancia religiosa”.
Del
primero, dijo su propio autor que había sido escrito con miras a
“uniformar el sistema gubernativo en todo el continente, para
formar entre todas las nuevas naciones independientes una comunidad
de principios y de intereses de paz, de orden, de economía y de
prosperidad.”15
Respecto
del segundo, podemos decir que se encaminaba a combatir tanto el
oscurantismo religioso predominante en Hispanoamérica como cierta
xenofobia antiespañola que se había gestado en nuestros países al
calor de la guerra de independencia.
“La
libertad no existe –decía nuestro personaje– sin la tolerancia,
sin aquella natural inclinación a perdonar las flaquezas de nuestro
prójimo, sin aquella necesaria indulgencia para vivir y tratar con
individuos de opiniones diferentes y aun opuestas a las nuestras.”
Esas
luminosas palabras de Rocafuerte iniciaron en nuestro país la lucha
contra el fanatismo y la intolerancia religiosa y fueron, por tanto,
útiles al desarrollo civilizatorio. Mas, por suerte o por desgracia,
no son cosa del pasado y siguen siendo necesarias hoy, en el Ecuador
de fines del siglo XX, cuando la jerarquía religiosa ha reiniciado
la lucha contra la existencia del Estado laico y algún fraile torvo,
y alguna monja fanática, siguen incitando a sus feligreses a
incendiar los templos de otros cristianos que no comulgan con sus
dogmas.
NOTAS:
1
Neptalí Zúñiga, “Rocafuerte y la Democracia de los Estados
Unidos de Norte América”.
2
Miranda había sido introducido a la masonería por George Washington
e iniciado masón en una logia de Virginia.
3
Jean Sarrailh, op. cit., p. 509.
4
Sarrailh, op. cit., p. 517.
5
Ibíd., p. 56.
6
Ibíd., p. 521.
7
En el Cuadro de HH:. de la Resp:. Log:. St. Alexandrie,
correspondiente al año masónico 1804-1805, cuyo original reposa en
la seccion masónica de la Bibliotheque Nationale de Paris, consta el
nombre de Bolívar apareciendo, por razones explicables a la época,
como ‘Oficial Español”.
8
Vicente Rocafuerte, “A la Nación”, en Biblioteca Ecuatoriana
Mínima, tomo “Escritores políticos”, Ed. Cajica, Puebla
(México), 1960, p. 147.
9
Esta Gran Logia había sido fundada por el general Miranda en 1805,
para promover la independencia de la América española. “Para el
primer grado de iniciación en ella era preciso jurar trabajar por la
independencia de América; y para el segundo, una profesión de fe
democrática.” (Luis Alberto Sánchez, “Historia General de
América”, Ercilla, Santiago, 1970, novena edición, p. 557).
10
Jorge Pacheco Quintero, “La masonería en la emancipación de
América”, Ed. La Gran Colombia, Bogotá, 1943, p. 52. Años
después, tras ser desterrado a Cádiz y fugar de sus carceleros,
Nariño se vincularía a la masonería española a través de dos
discípulos quiteños del ya difunto doctor Espejo: José Mejía,
cuñado de Espejo, y el conde de Puñonrostro, ambos diputados a la
Cortes constitucionales. Ibíd.
11
Vicente Rocafuerte, op. cit., p. 153.
12
Montenegro era un masón honrado y liberal sincero, pero era ante
todo un fervoroso nacionalista, al que la suerte había colocado
junto a Fernando VII durante su cautiverio de Bayona. Eso explica
que, pese a sus ideas, fuese adicto al monarca y mereciese su
confianza.
Fuente:
https://academiafrancmasonicaecuatoriana.wordpress.com/2013/05/01/ideario-y-accion-politica-de-vicente-rocafuerte/#more-477