lunes, 24 de octubre de 2016

IDEARIO Y ACCIÓN POLÍTICA DE VICENTE ROCAFUERTE (Por Jorge Núñez Sánchez)

Resumen: Los historiadores se preguntan dónde adquirió Rocafuerte su notale formación idológica. Al pensamiento ilustrado francés deben sumarse el pensamiento francmasónico y el liberalismo español. Las Cortes constitucionales españolas fueron escenario de difusión del pensamiento liberal masónico. Surgió una masonería revolucionaria de americanos con logias secretas para la preparación de la independencia hispanoamericana de la que derivaron las logias lautarinas. Los lideres de nuestra independencia se formaron en el ideario liberal de inspiración masónica y se empeñaron en profundas reformas y a través de nuevas logias difundieron y concientizaron con estas ideas. Rocafuerte se inició masón en 1805 y tuvo trato con liberales españoles y miembros de la logia Gran Reunión Americana y otros líderes independentistas. Al volver a su patria fue perseguido por las autoridades coloniales. Rocafuerte era un intelectual más que guerrero y fue también perseguido en España luego que Fernando VII rompiera la Constitución española de 1812. En Guayaquil enseñó francés e ideas liberales, luego emigró a La Habana, donde se integró en una logia independentista, viajó a España como agente secreto de Bolívar, volvió a Cuba, se trasladó a Estados Unidos para combatir el proyecto monárquico de Iturbide en México. Pero el espíritu liberal masónico de Rocafuerte no solo se expresó en su acción política sino en su obra intelectual, la que generó resistencias de los grupos conservadores y la Iglesia. Destacan sus libros “Ideas necesarias a todo Pueblo Americano Independiente que quiera ser libre” y “Ensayo sobre la tolerancia religiosa”.


Respecto de Vicente Rocafuerte hay una pregunta que hace tiempo ronda en la cabeza de los historiadores latinoamericanos y es la siguiente: ¿dónde adquirió Rocafuerte esa notable formación ideológica que poseyó y que lo llevaría a brillar, a comienzos del siglo XIX, como uno de los más destacados pensadores liberales de Nuestra América?


Precisamente mi intervención apunta a responder esa inquietud, con miras a redondear la imagen histórica de aquel gran republicano, que en su momento fuera uno de los líderes del inicial proyecto de unidad hispanoamericana.


Como se conoce, su inicial formación intelectual y política la obtuvo Rocafuerte en el Colegio de Saint–Germain–en–Laye, cerca de París, donde fue discípulo de Jerónimo Bonaparte, hermano del emperador de Francia. Otro estudioso de Rocafuerte, el difunto Neptalí Zúñiga, consideraba por su parte que fue John Quincy Adams, el pensador y estadista norteamericano, quién sirvió a Rocafuerte como “maestro en la fe republicana”.1


Por nuestra parte, admitiendo que el pensamiento ilustrado fue la base de la formación ideológica de Rocafuerte, hemos buscado precisar aún más las fuentes en las que éste bebió ese ideario que luego recrearía brillantemente en el escenario americano. Nos hemos encontrado con que, además del Colegio de Saint Germain, hubo dos fuentes de fuentes de ideas en las que Rocafuerte abrevó abundante y provechosamente; ellas fueron la Orden Masónica y las Cortes Constitucionales españolas. Así, hallamos que nuestro personaje completó su formación humanista gracias al contacto con otras dos vigorosas corrientes de pensamiento progresista, que fueron el pensamiento francmasónico y el liberalismo español, emparentadas entre sí y vinculadas a su vez con el pensamiento ilustrado.


Por varias razones, no resulta fácil establecer los límites existentes entre estas corrientes de ideas. En todo caso, lo cierto es que el liberalismo hispanoamericano, desde la hora previa a la emancipación, sacó a luz y puso en el tapete del debate político ciertos principios masónicos generales, tales como la libertad, la igualdad y la fraternidad entre los hombres, que fueran previamente difundidos por el liberalismo español. Más tarde, nuestros liberales convirtieron en consignas de lucha pública algunos otros principios, más específicos de la masonería hispanoamericana, entre ellos la lucha por la independencia nacional, la búsqueda de un sistema democrático–republicano de gobierno y la promoción de la unidad o confederación política de los Estados de nuestra América.


Pero el escenario privilegiado para la difusión del pensamiento liberal–masónico, tanto español como hispanoamericano, fueron las Cortes Constitucionales españolas, desarrolladas primero en Cádiz, entre 1811 y 1813, y luego en Madrid. En ellas, una amplia mayoría de diputados, de uno y otro lado del Atlántico, estaba vinculada a la francmasonería y compartía el ideario liberal. Así, en la Logia Gaditana compartieron trabajos simbólicos e ideas políticas diputados españoles y americanos, entre ellos los quiteños José Mejía Lequerica, Juan José Matheu y Herrera –conde de Puñonrostro–, Vicente Rocafuerte y José Joaquín Olmedo.


Sin embargo, al interior de la masonería tradicional o regular surgió por entonces una masonería revolucionaria, organizada por ciudadanos originarios de América y cuyas logias, de carácter ultrasecreto, tenían como fin específico la preparación de la independencia hispanoamericana, por lo cual excluían de su membresía a quienes no fueran nativos del nuevo continente. La primera de ellas fue la llamada “Gran Reunión Americana”, fundada por Francisco de Miranda en Londres, en 1797, para promover la independencia de la América española.2 El Consejo Supremo tuvo como sede la residencia de Miranda, Frafton Street 27, Fitzroy Square, Londres, y fundó filiales en varias partes, entre ellas Cádiz, donde funcionaba la Logia Lautaro, de tan importante actuación en la campaña por la libertad del Río de la Plata, Chile y Perú. Ante Miranda juraron entregar sus vidas por los ideales de la Logia Americana: Bolívar y San Martín; Moreno y Alvear, de Buenos Aires; O’ Higgins y Carrera, de Chile; Montúfar y Rocafuerte, de Ecuador; Valle, de Guatemala; Mier, de México; Nariño, de Nueva Granada, Monteagudo, y muchos más. Todos ellos prestaron un solemne juramento masónico que decía:


Nunca reconoceré por gobierno legítimo de mi patria sino aquel que sea elegido por la libre y espontánea voluntad de los pueblos; y siendo el sistema republicano el mas adaptable al gobierno de las Américas, propenderé, por cuantos medios estén a mi alcance, a que los pueblos se decidan por él”.


En dependencia de la “Gran Reunión Americana” de Londres, Bernardo O’Higgins fundó en Cádiz, a fines de 1801, una segunda logia revolucionaria, denominada “Sociedad Lautaro de Caballeros Racionales”, con el objetivo de vincular a la causa de la independencia a varios americanos que residían temporalmente en ese puerto español o que ya formaban parte de la Logia Gaditana. Años después, al ser invadida España por los franceses, Cádiz se convirtió en refugio de la Junta Suprema de Regencia y en sede de las Cortes Constitucionales, lo que permitió que esta logia reclutara para la causa de la independencia americana a muchos de los diputados del Nuevo Mundo. Tras su objetivo supremo, de esta logia derivaron otras, denominadas “lautarinas”, que se establecieron en Mendoza, Buenos Aires, Santiago de Chile y Guayaquil.


En verdad, todo un audaz y renovador ideario fue expuesto por el liberalismo español de las últimas décadas del siglo XVIII y fue planteado por los diputados de las Cortes Constitucionales españolas, siempre tras ser gestado en las logias masónicas. Olmedo, diputado por Guayaquil, había tratado sobre la servilidad impuesta a los indios en sus dos afamados “Discursos sobre las mitas”, mientras otros diputados liberales hablaron de “romper los grillos de la esclavitud bárbara”.3 Jovellanos había planteado en su “Informe sobre la Ley agraria” la necesidad de entregar tierra y apoyo financiero a los labradores, así como de crear escuelas básicas, para que éstos “sepan leer, escribir y contar” y puedan “perfeccionar las facultades de su razón y de su alma”. Y tiempo después, al presentar a la Junta Central española su afamado “Plan de instrucción pública” (1809), planteó la urgencia de eliminar el latín en las escuelas y pasar a una total utilización del idioma castellano como lengua de enseñanza. Antes, Campomanes había abogado por la educación femenina, alegando que “la mujer tiene el mismo uso de razón que el hombre (y) solo el descuido que padece en su enseñanza la diferencia, sin culpa de ella”.4 Entretanto, Cabarrús describía en sus textos el triste panorama de la educación religiosa, en la que los niños casi solo aprendían “el abatimiento, la poquedad o, si se quiere, la tétrica hipocresía monacal”.5


En cuanto a los títulos y privilegios de la nobleza, Jovellanos, había abogado por la abolición de los mayorazgos, de la herencia de bienes y de la transmisión hereditaria de títulos nobiliarios, por estimar que ya no eran consecuencia del mérito personal ni del trabajo propio sino solo de la “casualidad del nacimiento”.6 Cabarrús, especialista en asuntos fiscales, lamentó en su “Memoria al Rey” (1783) que las grandes y ricas propiedades del clero no pagasen impuestos, mientras que Campomanes, en su “Tratado de la regalía de la amortización” (1765), había llegado a propugnar la expropiación de los bienes eclesiásticos llamados “de manos muertas”. Y el conde de Aranda, en las cartas que se cruzara con su amigo Voltaire, se refirió en muy duros términos a la Iglesia y criticó muy especialmente a la Inquisición, a la que se propuso privar de sus métodos bárbaros de investigación y castigo, antes de procurar su total eliminación.


Formados políticamente en ese ideario liberal de inspiración masónica, y bajo las distintas realidades y circunstancias que les tocó vivir, los líderes de nuestra independencia se empeñaron en llevar adelante una profunda reforma, que abarcase prácticamente todos los espacios de la vida social, desde la organización política del Estado hasta las relaciones con la Iglesia y desde los sistemas de propiedad hasta los planes y métodos educativos. De otra parte, a través del establecimiento de nuevas logias masónicas en los territorios liberados, promovieron la concientización de la elite político–militar de la independencia y difundieron esas ideas de progreso social en los sectores más avanzados de la población.


Según se conoce, Vicente Rocafuerte se inició masón en París, en 1805, en la “Muy Respetable Logia St. Alexandrie de Escocia”, a la que ya pertenecían Simón Bolívar,7 Carlos Montúfar, Fernando Toro Rodríguez y otros jóvenes liberales hispanoamericanos. Se sabe también que su iniciación ocurrió por la misma época en que Simón Bolívar fuera elevado en ese taller al grado de Caballero Compañero. Años más tarde, recordando esa circunstancia, Rocafuerte escribiría:


Todos los americanos que nos encontramos reunidos en ese brillante asilo de la gloria militar de Napoleón, estábamos íntimamente unidos por los lazos de la más franca amistad, y por la grandiosa perspectiva que se vislumbraba ya de la independencia de la América española.”8


Gracias a su condición masónica, Rocafuerte tuvo desde entonces trato directo y fraterno con muchos liberales españoles y sobre todo con muchos miembros de la Logia “Gran Reunión Americana”,9 entre los que figuraron Andrés Bello, Antonio Nariño, Bernardo O’Higgins, fray Servando Teresa de Mier y otros líderes de la independencia hispanoamericana.10


Tras regresar a su país, en 1807, “con todas las ideas de la independencia y de libertad con que (se) había familiarizado en Francia”, se encontró con una situación poco apta para un estallido revolucionario y prefirió recluirse en su hacienda de Naranjito, para evitar que sus ideas (“las que tuve que comprimir en mi pecho al verme rodeado de tantos satélites de la tiranía española”) llegaran a traslucir públicamente y le merecieran ser perseguido por las autoridades coloniales. Sin embargo, la revolución era su sino y en su mismo retiro campesino fue alcanzado por ella en 1809, cuando, a petición de la baronesa viuda de Carondelet, debió asilar en su hacienda al conspirador quiteño Juan de Dios Morales, perseguido por las autoridades coloniales. No fue difícil que ambos se reconocieran como hermanos masones y entraran de inmediato en conversaciones sobre la ansiada independencia de América. Como detallaría el mismo Rocafuerte, años más tarde, en una de sus bravías “Cartas a la Nación”:


De lo expuesto resulta: Que en la hacienda de Naranjito que pertenece a mi casa se formó el plan de independencia de Quito, que se ejecutó en la noche del 9 de agosto de 1809. Que en el Ecuador, mi tío el coronel Bejarano y yo hemos sido los primeros perseguidos por la causa de la emancipación; y permítaseme añadir ahora: que mi tío el doctor don Pablo Arenas fue una de las víctimas del 10 de agosto, que mi suegro el señor Calderón, uno de los primeros jefes de la independencia, fue cruelmente pasado por las armas de los españoles, que mi cuñado Abdón murió heroicamente en la batalla de Pichincha; todo lo que prueba que mi familia es una de las que más servicios ha hecho a la causa de la independencia.”


Tras ser nombrado alcalde de su ciudad en 1810, Rocafuerte sería elegido diputado a las cortes españolas por la provincia de Guayaquil, en1812, ocasión en que renovaría y ampliaría sus contactos francmasónicos, durante su estancia en España, según lo confirma su propio testimonio:


Por mis ideas liberales y mi entusiasmo por la independencia, me ligué de amistad con los diputados de México, Ramos Arispe, Terán, Castillo, Larrazábal, Lavalle, etc, que tenían fama de ser grandes independientes. En aquella feliz época todos los americanos nos tratábamos con la mayor fraternidad; todos éramos amigos, paisanos, y aliados en la causa común de la independencia; no existían esas diferencias de peruano, chileno, boliviano, ecuatoriano, granadino, etc, que tanto han contribuido a debilitar la fuerza de nuestras mutuas simpatías”.11


Rocafuerte era un ciudadano de formación intelectual antes que guerrera, preparado más para la conspiración política que para las campañas militares. Eso determinó en buena medida el rumbo futuro de su acción, luego de que Fernando VII, “El Bienamado”, se proclamase monarca absoluto y rompiese la Constitución española de 1812 apenas vuelto al trono, tras permanecer prisionero de Napoleón. Entonces, mientras los diputados peruanos iban al besamanos del rey absolutista, Rocafuerte se negó a asistir a tal acto y, por el contrario, fue a visitar a los diputados liberales presos, lo que le valió una inmediata persecución del gobierno español. Tras fugar a Francia y recorrer en obligado turismo buena parte de este país e Italia, Rocafuerte regresó finalmente a Guayaquil en junio de 1817, gracias a la ayuda reservada de la masonería francesa y del cónsul español en Burdeos, señor Montenegro, un masón adicto a Fernando VII.12 Años después relataría los pormenores de su regreso:


Obtuve mi pasaporte para regresar a Guayaquil por la vía de La Habana, Chagres y Panamá; pero a condición de que en el término de dos años no había de tomar parte activa en la guerra y causa de la independencia; pasé por estas horcas caudinas con tal de regresar al seno de mi familia.”13


Una vez en su ciudad, Rocafuerte se concentró en arreglar los negocios de su afortunada familia y, adicionalmente, en enseñar francés e iniciar en las ideas liberales a algunos jóvenes porteños, a los que familiarizó con la lectura de la “Historia de la independencia de Norteamérica” del abate Raynal, de “El contrato social” de Rousseau y de “El espíritu de las leyes” de Montesquieu. Escribió que lo hizo “llevando en esto el objeto de propagar las semillas de la independencia; y tuve la suerte de sacar a un discípulo muy aprovechado en el señor Antepara, quien después cooperó con su valor y talento a realizar la independencia del Guayas.”14


Al fin, presionado por su madre, que deseaba alejarlo del seguro teatro de una próxima guerra, Rocafuerte emigró a La Habana, donde prontamente se integró a la logia “Soles y rayos de Bolívar”, que dirigía el doctor José Fernández Madrid y estaba destinada a promover la independencia de Cuba y Puerto Rico. Se inició así, para él, otro período de gran actividad conspirativa en favor la independencia americana, que lo llevaría nuevamente a España, en calidad de agente secreto de Bolívar y de la masonería cubana, para auscultar la inclinación del nuevo gobierno liberal español a reconocer la independencia de Venezuela (1820).


Tras permanecer cinco meses en España, volvió a Cuba, donde le esperaban nuevas tareas políticas, siempre encaminadas a promover la independencia y afianzar la democracia en América. Republicano irreductible, posteriormente se trasladaría a Estados Unidos, con la misión secreta de combatir el proyecto monárquico del general Iturbide, que buscaba coronarse emperador de México. De este modo, y según sus propias palabras, nuestro héroe llegó a participar decididamente en los “planes para extender a todos los puntos del territorio (las) sociedades secretas para combatir la tiranía y la usurpación, sociedades muy conocidas por la denominación de escocesas las unas, y de yorkinas las del contrario partido.”


En EE. UU. en calidad de enviado de la masonería, adelantaría una gestión destinada a impedir el reconocimiento diplomático del emperador mexicano por parte del gobierno norteamericano, también influido por la masonería. Finalmente, en 1823, nuestro hombre sería encargado por la masonería cubana de coordinar la audaz expedición militar que el joven general colombiano Manrique, jefe de la plaza de Maracaibo, intentaba emprender por su cuenta para liberar a Cuba del dominio español, mas la repentina muerte de Manrique frustró esa expedición libertaria, que hubiese dado a Cuba una temprana independencia y quizá la hubiera puesto a cubierto de las desenfrenadas ambiciones imperialistas del “Destino Manifiesto”.


Pero el espíritu liberal–masónico de Rocafuerte no sólo se revelaría en su acción política sino que, de modo paralelo, se expresaría a través de su obra intelectual, que en general se encamina hacia la ilustración de los pueblos americanos en las nuevas ideas del mundo. Pero una empresa tal no podía ejecutarse sin afectar los intereses de ciertas fuerzas retrógradas que actuaban en Nuestra América, tales como los grupos conservadores que propugnaban el establecimiento de monarquías americanas o la Iglesia, que pretendía mantener su antiguo monopolio sobre las mentes del pueblo.


Así se explica la resistencia que unos y otros levantaron contra los libros de Rocafuerte y particularmente contra dos de ellos: “Ideas necesarias a todo Pueblo Americano Independiente que quiera ser libre” y “Ensayo sobre la tolerancia religiosa”.


Del primero, dijo su propio autor que había sido escrito con miras a “uniformar el sistema gubernativo en todo el continente, para formar entre todas las nuevas naciones independientes una comunidad de principios y de intereses de paz, de orden, de economía y de prosperidad.”15


Respecto del segundo, podemos decir que se encaminaba a combatir tanto el oscurantismo religioso predominante en Hispanoamérica como cierta xenofobia antiespañola que se había gestado en nuestros países al calor de la guerra de independencia.


La libertad no existe –decía nuestro personaje– sin la tolerancia, sin aquella natural inclinación a perdonar las flaquezas de nuestro prójimo, sin aquella necesaria indulgencia para vivir y tratar con individuos de opiniones diferentes y aun opuestas a las nuestras.”


Esas luminosas palabras de Rocafuerte iniciaron en nuestro país la lucha contra el fanatismo y la intolerancia religiosa y fueron, por tanto, útiles al desarrollo civilizatorio. Mas, por suerte o por desgracia, no son cosa del pasado y siguen siendo necesarias hoy, en el Ecuador de fines del siglo XX, cuando la jerarquía religiosa ha reiniciado la lucha contra la existencia del Estado laico y algún fraile torvo, y alguna monja fanática, siguen incitando a sus feligreses a incendiar los templos de otros cristianos que no comulgan con sus dogmas.


NOTAS:


1 Neptalí Zúñiga, “Rocafuerte y la Democracia de los Estados Unidos de Norte América”.


2 Miranda había sido introducido a la masonería por George Washington e iniciado masón en una logia de Virginia.


3 Jean Sarrailh, op. cit., p. 509.


4 Sarrailh, op. cit., p. 517.


5 Ibíd., p. 56.


6 Ibíd., p. 521.


7 En el Cuadro de HH:. de la Resp:. Log:. St. Alexandrie, correspondiente al año masónico 1804-1805, cuyo original reposa en la seccion masónica de la Bibliotheque Nationale de Paris, consta el nombre de Bolívar apareciendo, por razones explicables a la época, como ‘Oficial Español”.


8 Vicente Rocafuerte, “A la Nación”, en Biblioteca Ecuatoriana Mínima, tomo “Escritores políticos”, Ed. Cajica, Puebla (México), 1960, p. 147.


9 Esta Gran Logia había sido fundada por el general Miranda en 1805, para promover la independencia de la América española. “Para el primer grado de iniciación en ella era preciso jurar trabajar por la independencia de América; y para el segundo, una profesión de fe democrática.” (Luis Alberto Sánchez, “Historia General de América”, Ercilla, Santiago, 1970, novena edición, p. 557).


10 Jorge Pacheco Quintero, “La masonería en la emancipación de América”, Ed. La Gran Colombia, Bogotá, 1943, p. 52. Años después, tras ser desterrado a Cádiz y fugar de sus carceleros, Nariño se vincularía a la masonería española a través de dos discípulos quiteños del ya difunto doctor Espejo: José Mejía, cuñado de Espejo, y el conde de Puñonrostro, ambos diputados a la Cortes constitucionales. Ibíd.


11 Vicente Rocafuerte, op. cit., p. 153.


12 Montenegro era un masón honrado y liberal sincero, pero era ante todo un fervoroso nacionalista, al que la suerte había colocado junto a Fernando VII durante su cautiverio de Bayona. Eso explica que, pese a sus ideas, fuese adicto al monarca y mereciese su confianza.



Fuente: https://academiafrancmasonicaecuatoriana.wordpress.com/2013/05/01/ideario-y-accion-politica-de-vicente-rocafuerte/#more-477