martes, 25 de octubre de 2016

EL HERMANO MASÓN SIMÓN BOLÍVAR (Por Jorge Núñez Sánchez)

Resumen: En Simón Bolívar, tras la apariencia de hombre común, había una gran inteligencia y voluntad al servicio de la independencia. Los retratos lo pintan como no fue en realidad, ocultan al hombre para mitificar al héroe y muestran, con prejuicio racista, más a un europeo que a un mestizo, como él se definió. Este trabajo describe a Bolívar en su carácter, organización de su mente, oratoria, conocimientos y manera de ser en el entorno social, y señala que fue un notable intelectual, un político sagaz, un acucioso sociólogo y un formidable escritor, pese a la urgencia. Pudo haber optado por proclamarse monarca pero era un republicano a muerte que optó por el camino a la democracia, difícil tras siglos de absolutismo, por lo que daba gran importancia a la educación del pueblo. Su preocupación por regenerar el espíritu público se comprende porque era masón: se inició en Cádiz en 1803; pasó a compañero y luego a maestro en París, en 1805 y 1806; y poseía una formación masónica centrada en la autoperfección humana. Tuvo defectos pero sus virtudes los superaban. Era tolerante con los humildes y los débiles e intolerante con los déspotas y prepotentes y despreciaba a los viciosos. Como guerrero era temible, también era en extremo vanidoso, aunque su vanidad era la gloria, por lo que lo llamaban loco. Consideraba al título de Libertador como el más alto posible. Y era proverbial su generosidad, renunció a los obsequios de los pueblos agradecidos, inició la independencia siendo uno de los herederos más ricos de Hispanoamérica y terminó en total pobreza, amortajado con una camisa ajena.


Parecía un latinoamericano de tantos: bajo, delgado, de tez morena, de ojos oscuros y vivaces, de agradable conversación y apasionado por el baile. Pero ciertamente era distinto a la mayoría. Tras su apariencia de hombre común había un ser de inteligencia superior y voluntad excepcional, que había llegado a recoger y conjugar en su alma todos los sentimientos de su nación y las mejores ideas de su tiempo. Un hombre que había puesto su esfuerzo y sus múltiples talentos al servicio de la más noble causa de cualquier época: la independencia de los pueblos y la libertad de los hombres.


Los retratos y descripciones oficiales lo pintan casi siempre como no fue en realidad: alto, blanco, corpulento, hermoso jinete en espléndido caballo blanco. Son descripciones deformantes, que tratan de ocultar al hombre para mitificar al héroe. Además, en el fondo de ellas late un prejuicio racista, que considera inferior a todo hombre de piel morena. Así, el ser que muestran esos retratos es un héroe digno de la historia de Europa y de la raza europea, cuando ciertamente fue todo lo contrario: el héroe de un mundo nuevo, que buscaba negar a Europa para nacer a la historia. En cuanto a su raza, él mismo se proclamó mestizo y muchas veces explicitó su repudio al racismo y a toda forma concreta de segregación racial.


De temperamento nervioso y genio vivaz, tenía siempre el espíritu listo para la acción, fuese esta militar o política, social o diplomática. En el combate, se destacaba entre sus hombres por su impetuosidad y arrojo temerario, y también porque era ambidextro y usaba alternativamente las dos manos para manejar la espada. En la única batalla que dirigió en el actual Ecuador, fue su ímpetu personal lo que decidió el triunfo. Empero, ese hombre nervioso, cuya sensibilidad se tensaba como la cuerda de un violín, había aprendido a domeñar su natural temperamento y a cultivar los dones andinos de la paciencia y la constancia, cualidades que terminaron por garantizarle el triunfo y la gloria.


Bolívar tenía una cabeza formidablemente organizada. Cada idea, cada opinión, cada disposición que salía de sus labios o de su pluma, correspondía en teoría a uno de los principios filosóficos que normaban su vida y en la práctica a uno de los requerimientos militares o administrativos de su acción política. Entre sus miles de órdenes, decretos o resoluciones gubernamentales no hubo ninguno hecho al azar o que no poseyera un destino preciso; hubo, sí, disposiciones erradas, pero jamás resoluciones titubeantes e inseguras.


También tenía siempre la palabra precisa para cada circunstancia, igual cuando daba órdenes a sus soldados que cuando galanteaba a una mujer, cuando escribía un trascendental discurso político que cuando redactaba una carta de amor. Manuela Sáenz, probablemente la persona que lo conoció más a fondo, relató en sus memorias que hablaba de modo cautivante y tenía una cultura excepcional, pudiendo hablar igual en francés que en español y citar con soltura a autores clásicos o contemporáneos. Es así que en sus escritos hay numerosas referencias a autores griegos y romanos. Entre los autores contemporáneos prefería a los franceses e ingleses, aunque también le atraía la literatura española. Hijo de la Ilustración, gustaba mucho de leer y citar a Voltaire, Montesquieu y Rousseau, así como a Racine, Boileau y D’Alembert.


En la vida social tenía la palabra pronta, la risa fácil, el pie ligero para el baile. No bebía, pero tomaba una o dos copas de vino en la comida, con las que gustaba de brindar; con frecuencia aprovechaba los banquetes o comidas para hacer uno o varios brindis, muchas veces subiéndose entusiastamente a la silla o a la mesa. Pero lo suyo no era el brindis por el brindis, sino el ejercicio de la oratoria como una cátedra de civismo y de enseñanza política. Así, en cada uno de sus brindis, según el uso masónico, rendía culto a una alta entidad, exaltaba una idea, proclamaba un mérito o invitaba a un esfuerzo. Era un modo muy suyo de educar al pueblo, de comunicar sus ideas, de convocar a las voluntades individuales para los grandes empeños nacionales.


Hombre del trópico americano, gustaba del constante contacto social, de la música y de las fiestas. Ahí donde pernoctaba su ejército, inmediatamente se armaban bailes nocturnos, en los que el héroe y sus oficiales se divertían, además de tomar contacto próximo con la población local y establecer lazos de fraternidad con el pueblo. La verdad es que le encantaba el baile y él mismo se consideraba un gran bailarín.“El baile es la poesía del movimiento”, decía, e instruía que se enseñase a los jóvenes su práctica, aduciendo que “da la gracia y la soltura a la persona, a la vez que es un ejercicio higiénico en climas templados”.


Sin habérselo propuesto fue un notable intelectual y sus innumerables apreciaciones del mundo de su tiempo lo revelan paralelamente como un político sagaz, como un acucioso sociólogo y como un formidable escritor, a la vez realista y utopista. Y eso que nunca tuvo tiempo para deleitarse en escoger las palabras y pulir los conceptos, pues todos sus escritos estuvieron inspirados por la urgencia de la lucha o la prisa de la creación.


Era un adelantado de la democracia en medio de las ruinas del absolutismo. Pudo haber optado por otra vía para la consecución de sus fines libertarios. En una sociedad acostumbrada a obedecer a un soberano absoluto, simplemente pudo haberse proclamado emperador, como lo hicieron Napoleón, en Francia e Iturbide, en México, y como lo sugerían sus mismos colaboradores. O pudo haber impuesto un despotismo ilustrado y magnánimo, recibiendo a cambio la fidelidad y gratitud de su pueblo.


Pero él era un republicano a muerte, un hijo de la revolución y no estaba dispuesto a ceñirse una corona y a fundar una monarquía del trópico, con corte ostentosa y profusión de lacayos y bufones. Así que escogió el camino más difícil, para él y para los pueblos: el camino de la democracia. Difícil porque, tras siglos de absolutismo, los pueblos carecían de todo asomo de civismo, de toda capacidad de autoconducción. Por eso puso especial interés en la educación del pueblo, convencido de que “un pueblo ignorante es un instrumento ciego de su propia destrucción”.


Alguien podrá preguntarse: ¿por qué esa preocupación de Bolívar por regenerar el espíritu público y por lograr que los ciudadanos abandonasen el vicio y cultivasen la virtud? Es que era masón desde los tiempos de su juventud, cuando se inició en la logia “Lautaro” de Cádiz (1803), perteneciente a la Gran Logia Hispanoamericana, fundada por Miranda. Más tarde adquiriría los grados de Compañero (1805) y Maestro (1806) en la logia Saint Alexandre D’Escosse, de París.


Por ello, poseía una formación masónica, centrada en la doctrina de la autoperfección espiritual del hombre, y de ella había aprendido a combatir la corrupción y el fanatismo, y a cultivar la justicia, el altruismo y la solidaridad humana. Siendo él mismo un “hombre libre y de buenas costumbres”, aspiraba a que los demás hombres también lo fueran, tanto por su propio esfuerzo como por la acción de la sociedad y del Estado. Por otra parte, el Libertador estaba convencido de que la moralización del espíritu ciudadano era indispensable para el sustento y progreso del país. “Moral y luces son los polos de una República -decía-; moral y luces son nuestras primeras necesidades”. Y agregaba que un Estado no se sustentaba en las leyes sino en el espíritu de los hombres.


Hombre de carne y hueso, también tuvo defectos, aunque sus virtudes los superaban largamente. Era en extremo tolerante con los humildes y débiles, a los que buscaba ayudar y proteger, pero era duro e intolerante con los déspotas, prepotentes y fatuos, y también con los inmorales e irresponsables. Despreciaba en extremo a los viciosos, especialmente a los ebrios y jugadores, de los que decía que estaban dispuestos a causar su propia destrucción y la ruina de sus familias con tal de mantener su vicio. No fumaba ni permitía que se fumara en su presencia.


Como guerrero era temible y no cejaba hasta derrotar al enemigo. En la terrible época inicial de la independencia, derrotado sucesivamente por las tropas realistas y acosado por la feroz insurrección social de los llaneros, que masacraban a todo aquel que tuviera la cara blanca, impuso la norma de no dar ni pedir cuartel al enemigo.


Era vanidoso en extremo, pero cultivaba una vanidad muy singular, que no radicaba en la apariencia personal o la ostentación de la riqueza, sino en la permanente búsqueda de gloria. A veces, eso lo hacía aparecer como un ambicioso e incluso como un loco, puesto que el héroe de Colombia la Grande no andaba tras las ventajas comunes de un vencedor -la riqueza, la molicie- sino tras gloria y más gloria. Por eso, sus enemigos le decían “El loco”. Como “el loco de Colombia” lo conocían los diplomáticos norteamericanos, que estimulaban a esos enemigos. Pero los pueblos le decían “Padre”, “Libertador”, “Protector” y confiaban ciegamente en sus orientaciones, porque lo sabían noble y desinteresado hasta el extremo límite.


En fin, esa ansia de gloria lo protegió de las tremendas ambiciones con que lo tentaron sus esbirros y aun muchos de sus buenos amigos, que buscaban coronarlo como emperador. Entonces fue que dijo que no iba a cambiar el título de Libertador que le habían concedido los pueblos, “el más alto posible de la especie humana”, por una corona cualquiera.


¿Y qué decir de su proverbial generosidad, de ese desinterés por la riqueza que le hizo renunciar a las haciendas, dinero y joyas que le obsequiaron los pueblos agradecidos? Baste señalar que inició la guerra de independencia siendo uno de los herederos más ricos de Hispanoamérica, propietario de haciendas, plantaciones y minas de oro, y que terminó sus días en total pobreza, al punto de ser amortajado con una camisa ajena.



Fuente: https://academiafrancmasonicaecuatoriana.wordpress.com/2013/07/24/el-hermano-mason-simon-bolivar/#more-512

PAPEL DE LA FRANCMASONERÍA EN LA HISTORIA DEL ECUADOR Y AMÉRICA LATINA (Por Pedro Saad Herrería)

Reseña: Trabajo de 1991 que, en lo esencial, tiene vigencia y es fundamental para comprender la evolución masónica progresista latinoamericana según circunstancias cambiantes, superando la pretensión de inmutabilidad de una creación europea del siglo XVIII. La masonería latinoamericana nace con alta operatividad, busca la emancipación política y la unidad latinoamericana, logra la primera y fracasa en la segunda. Luego los masones se vuelven hacendados, ministros y banqueros, y el poder, el lucro y el egoísmo se anteponen a libertad, igualdad y fraternidad. Hasta que liberal y masón se idenfifican, se instauran el Estado laico, tolerancia, libertades y avances sociales, pero fracasa la unidad latinoamericana. Los liberales dejan de ser radicales, reemplazan las logias por los directorios de bancos y el machete guerrillero por la soga de boy scouts. Y entre un liberalismo que ya no lo era y un izquierdismo hegemónico, surgen propuestas de nuestros hermanos Haya de la Torre, Mariátegui, Sandino, Lombardo Toledano, fundadas en la unidad latinoamericana, las que son atacadas por las oligarquías e instituciones políticas nacionales, Washington y Moscú. Pero la masonería cobró conciencia de la insuficiencia del liberalismo por descuidar la justicia social y del comunismo soviético por descuidar la libertad; que los antiguos linderos no debían ser una barrera sino un andarivel; y que problemas comunes requerían soluciones comunes, es decir unidad latinoamericana. Vino la guerra fría, la revolución cubana y el modelo masónico chileno de nuestro hermano Allende, el que por la voracidad de los dos imperios y nuestra imbecilidad no pudo garantizar socialismo ni empanadas. En 1979 surge el segundo sandinismo en la Logia Sandino, el que al entregar el poder muestra sus principios. Las posiciones masónicas se aclaran más: inventar modelos autónomos de desarrollo a mantenerse democráticamente y seguir luchando por la unidad latinoamericana. Y ahora, los masones socialistas no necesitamos nos cuenten que cayó el muro de Berlín porque ayudamos a tumbarlo desde el otro lado, pero es necesario diseñar tareas para el siglo XXI: a partir de la Libertad, Igualdad y Fraternidad, hay que armonizar justicia socioeconómica con libertades políticas; derechos y obligaciones individuales con los de la sociedad; desarrollo económico con conservación ambiental; vigencia plena de los derechos humanos y de los derechos económicos, sociales y culturales de los pueblos; nuevas formas de democracia que preserven estado de derecho, gobierno de mayorías, derechos de minorías y participación de la sociedad civil; integración orgánica de minorías en la nación; participación plena de la mujer en todo ámbito; y dar incluso la vida por la unidad latinoamericana. Puede sonar utópico, pero Utopía, Libertad, Igualdad, Fraternidad y Francmasonería o son sinónimos o no significan nada.


Sin remontarnos a las consideraciones esotéricas que nos permitirían atribuir carácter “masónico” a varias manifestaciones espirituales o animistas pre-hispánicas, es evidente que la Francmasonería, al menos en su concepto especulativo, se presentó en el Ecuador hacia el final del período colonial y como un antecedente inmediato de los procesos emancipadores.


Aunque tenemos datos claros de que existieron algunos iniciados (en centros propiamente masónicos o, al menos, paramasónicos) desde fines del siglo XVIII, entre ellos el Precursor Eugenio Espejo, y que hubo varias personas enteradas de la existencia de la Orden, quizá como resultado de la llegada de Humboldt o de los Académicos franceses, es claro que la Francmasonería como tal, en el sentido de organización de voluntades, no tuvo en el territorio del actual Ecuador la misma presencia que alcanzó en Buenos Aires, Venezuela o Bolivia, por ejemplo. Algunos nombres un tanto crípticos (“Escuela de la Concordia”, “Sociedad de Amigos del País”) apuntan, quizá, en otra dirección.


Sin embargo, a comienzos del siglo XIX hay un incremento notorio de los viajes a Europa de las élites intelectuales ecuatorianas, en calidad de estudiantes, peticionarios ante la Corona, o aun diputados a Cortes, y ellos trabaron conocimiento de primera mano con el impetuoso desarrollo de la Masonería europea, y muy particularmente con la creación específica de las Logias americanas, llamadas “lautarinas”, por parte del Precursor, don Francisco de Miranda, y luego trasladadas a la América del Sur por los hermanos San Martín y O’Higgins.


Al vincularse operativamente con el proceso de emancipación política, el crecimiento de las Logias fue impetuoso, y los Hermanos pudieron desarrollar las formas extremas de fraternidad que se producen durante una guerra.


Sin embargo, por cuanto las luchas independentistas representaron, a más de un corte ideológico (liberales vs. godos), uno nacional (americanos vs. peninsulares), no es legítimo presentar los enfrentamientos emancipadores como una lucha entre Masones y Profanos, como se hace con excesiva frecuencia.


Hubo muchos Hermanos, inclusive algunos de altos grados capitulares, que permanecieron en el campo Realista por razones de adhesión nacional o política, y ésta es la causa para que hayan existido algunas Tenidas y Talleres (regulares e irregulares) entre combatientes de ejércitos enfrentados entre sí.


No siendo ésta la oportunidad para referirnos detalladamente a esos aspectos, nos limitaremos a señalar algunas de las consideraciones conceptuales del período inicial de la Orden en América.


1.- La Masonería latinoamericana nace como resultado de una influencia exógena, fundamentalmente inglesa y francesa, pero con algunas manifestaciones del liberalismo masónico español. De allí que los primeros ataques que debe sufrir la Orden tienen pretextos nacionales tanto como eclesiásticos.


2.- Al nacer, la Masonería latinoamericana tiene un altísimo grado de operatividad y un vínculo ideológico interno muy fuerte. De hecho, incluso los Hermanos peninsulares, que se mantuvieron del lado Realista durante las guerras, eran “liberales” en el terreno conceptual.


3.- Como resultado de una suma de factores (el carácter continental de la guerra, el ejemplo de las Logias “lautarinas” y otros), la Masonería de nuestro continente nació a la vida como un fenómeno pan-latinoamericano, sin divisiones nacionales estrechas.


4.- Aunque el movimiento independentista latinoamericano se inspira en buena medida en los conceptos y estructuras plasmados en los Estados Unidos como resultado de su revolución de independencia, la actitud “neutral” (entre España y sus colonias latinoamericanas) que los Estados Unidos proclamaron hasta 1821 (actitud que fue considerada “traición” por algunos hermanos, pero que estaba dictada por una comprensible cautela geopolítica), el movimiento emancipador prácticamente no tuvo contactos con los Estados Unidos y, como resultado de ello, La Francmasonería latinoamericana se desarrolló casi completamente sin vínculos con la ya para entonces fuerte Masonería norteamericana.


Las guerras fueron largas entre nosotros. En algunos casos hubo más de una generación de combatientes, y en casi todos los países tuvieron lugar cambios profundos en la comandancia de los ejércitos y la dirección de los Estados. El carácter masónico original se diluyó por distintos factores, y por ello…


5.- Pese a que los ejércitos emancipadores fueron conformados a estímulos de un impulso masónico, su triunfo y la subsiguiente forma de gobierno establecida, no fueron una realización pura de los ideales masónicos que estuvieron al origen de las luchas.


Este es un punto básico. Aunque los estímulos conceptuales fueron masónicos, y pese a que muchos de los dirigentes eran hermanos, la organización de los recién nacidos Estados que resultaron de la lucha no fue una estructura donde imperaran los conceptos masónicos básicos. La ruptura fundamental en la coherencia entre la palabra y la acción se dio desde los primeros momentos de la vida independiente.


En otras palabras, la Orden, pese a tener a los hermanos en el poder, sólo incidió en pocos puntos y fundamentalmente en el secreto de sus reuniones.


Es indudable que los sueños libertarios, la pasión desplegada, la voluntad transformadora, el afán igualitario y la fraternidad combatiente son aspectos profundos del ideal masónico; pero las agitaciones políticas, lo prolongado de las luchas y las enormes diferencias regionales, hicieron que la plasmación concreta de aquellos ideales distara mucho de ser perfecta o pura.


De allí que, a diferencia de lo que va a ocurrir en Estados Unidos, la independencia política no produce un régimen de democracia, sino una sucesión de dictaduras.


En Estados Unidos la colocación de la primera piedra del Capitolio parlamentario se realizó como un acto de “Levantamiento de Columnas”, y los ideales de Igualdad, Libertad y Fraternidad adquirieron vigencia plena, al menos formal, con la separación de la Iglesia y el Estado y con la división entre funciones del Estado, pese a fenómenos aberrantes, como la subsistencia, por casi un siglo más, de la esclavitud de los negros.


Entre nosotros, con muy raras excepciones, los grandes iniciadores de los procesos (Bolívar, San Martín, O’Higgins, Artigas y otros) se retiran o son retirados de sus cargos, y toman el poder elementos subalternos, muchas veces poco capacitados intelectualmente, ascendidos exclusivamente por méritos guerreros, y muchos de ellos, aunque iniciados en la Orden, sin hallarse compenetrados a profundidad de los ideales masónicos.


Hay que hacer el distingo claro del general Francisco de Paula Santander, quien era maestro masón de alto rango, y quien se hizo fuerte, precisamente, en las Logias de su tiempo, para organizar la lucha contra el Libertador, que culminaría con la llamada “Noche Septembrina” de 1828. Es en este contexto histórico como hay que entender las expresiones “anti-masónicas” de Bolívar, tal como él las manifestó a Peru de Lacroix.


Sumando a esta poca preparación masónica las luchas intestinas que, bajo forma de guerras civiles, sacuden a todo el continente latinoamericano, tendremos el panorama general de virtual disolución de la Orden luego de conseguida la emancipación de España.


Esta aparente contradicción y paradoja de que la Orden no pudo rescatar como organización lo que había conquistado como lucha es un fenómeno que se va a repetir a lo largo de la historia.


Al querido hermano Vicente Rocafuerte la vida le permitió mantenerse al margen de muchas de las primeras disputas intestinas (por sus misiones diplomáticas en Europa y su presencia en México, donde el proceso revistió características diferentes), y nos dejó en varios artículos de prensa el testimonio dramático de las divisiones de América, que llegaron a presentarse como escisiones entre los ritos escocés y de York.


En el aspecto cronológico, podríamos decir -siempre generalizando los procesos- que la Orden vive en Latinoamérica momentos que pueden globalizarse como


a.- Una primera fase de conformación de Logias (que se presenta entre 1785 y 1815, aunque las fechas varíen para distintos países);


b.- Un período que armoniza perfectamente las acciones políticas con los ideales programáticos (1815-1826, con diferencias por países);


c.- Una fase de consolidación oligárquica (1826-1830), que desemboca en


d.- El período de institucionalización de las dictaduras.


Unos pocos elementos, tozudos o longevos, como el querido hermano José Joaquín de Olmedo, mantienen en alto los principios ideológicos de la Orden, y son patéticos sus esfuerzos por preservarlos, incluso tan tarde como en 1845.


Pero ya era demasiado tarde. Cuando Olmedo es derrotado por cuarta vez (y en la votación número 22) en su intento por alcanzar la Presidencia de la República, Vicente Rocafuerte pone el epitafio al período independentista: “se ha preferido la vara del mercader a la pluma del sabio”, dijo entonces.


De todos modos, imperfecto y todo; impuro y todo, el primer período masónico ecuatoriano y latinoamericano busca dos grandes conceptos, claramente operativos:


1.- La emancipación política, y


2.- La unidad latinoamericana.


Logra el primer objetivo. Fracasa en el segundo.


§§§ §§§ §§§


El período siguiente, al que podemos llamar La Vara del Mercader, corre globalmente entre aquel año de 1846 y noviembre de 1884, aunque sea necesario subdividirlo en algunas etapas.


Visto desde la óptica de la Masonería, es un momento signado por un retroceso general de la Orden, que cae en un profundo desprestigio.


Los antiguos masones heroicos y combatientes de las guerras se han vuelto propietarios, hacendados, ministros, banqueros o armadores. La sed de poder acalla la Libertad. El afán de lucro es mayor que la Igualdad. El egoísmo se antepone a la Fraternidad.


Aunque algunos hermanos, como Urvina o Elizalde, conservan en alto el ideal masónico, la tónica general es la rendición ante la autocracia despótica de García Moreno y la intolerancia de las jerarquías eclesiásticas.


Sin embargo, lentamente, mientras va renaciendo la conciencia de lucha, vuelve una organización masónica a surgir en el horizonte, y pronto llenará al país de esperanzas y sueños renovados.


El liberalismo, que había sido apenas una palabra que significaba “ser progresista” en el sentido más amplio, se torna un programa de gobierno, y descubre una forma específica de organización en las Logias Masónicas que vuelven a proliferar en el país, y por todo el continente, diseñando algunas de las nuevas tareas de la Masonería de fines del siglo XIX.


Sin embargo, hay un peligro que a la época sólo se ve como algo transitorio: la identidad Liberal=Masón tiene también un contenido regional, pues la Costa es hegemónicamente liberal (aunque no integralmente, por supuesto, y cabe recordar que el propio García Moreno había nacido en Guayaquil) mientras la Sierra es preeminentemente curuchupa (aunque tampoco integralmente, pues Montalvo, Peralta o Moncayo eran serranos). A la época esto no parece excesivamente grave. Los enfrentamientos ideológicos son tan violentos, que cualquier otra consideración (incluida la regional) pasa a segundo plano.


La lucha es abierta y franca. Tiene extensión continental, y a nadie llama la atención que los curuchupas ecuatorianos hagan pactos secretos con los godos chilenos para organizar un bochornoso traspaso de bandera, o que los liberales ecuatorianos combatan en Nicaragua, respalden a los liberales de Colombia, compren un barco en Panamá, negocien en Venezuela el restablecimiento de la Gran Colombia, apoyen a los insurgentes cubanos o convoquen un congreso de unidad en México.


Es, otra vez, el reencuentro de los hermanos masones con sus sueños. El gran ideal de fraternidad supranacional que se impone. La ebriedad de la esperanza…


Los gobiernos liberales del período comprendido entre 1895 y 1912, y muy particularmente los presididos por el general Eloy Alfaro, son gobiernos de realización de los ideales masónicos.


Estos son claros y explícitos:


1.- La instauración de un Estado laico


2.- El imperio de la tolerancia y las libertades públicas


3.- Algunos avances sociales para los sectores más golpeados, y


4.- La unidad latinoamericana.


Los tres primeros se cumplen. El cuarto fracasa, pese a los esfuerzos denodados de los hermanos quienes tratan de llevar a la práctica los ideales de Bolívar, y a pesar de conseguir éxitos parciales, como la reunificación temporal de Centroamérica.


En lo interno ecuatoriano, las consideraciones regionales crean unas diferencias que no se superan. Y cada vez se vuelven más graves.


La Orden de la Francmasonería triunfante crea organismos para-masónicos que le permiten un alto grado de operatividad. Un sistema de atención a los más desvalidos, que crea mecanismos para autofinanciarse. Un sistema escolar que, a más de laico, se extiende a las artes y oficios. Un sistema comunal de protección civil…


Pero todos estos mecanismos son regionales. La Junta de Beneficencia es de Guayaquil. La Sociedad Filantrópica es del Guayas. El Benemérito Cuerpo de Bomberos es también de Guayaquil.


En aquel momento no son instituciones del “patriciado” burgués guayaquileño. Son instituciones del pueblo. Igual que los sindicatos y gremios, que comienzan a organizarse en torno a hermanos masones como Agustín Freire, Alejo Capelo o Miguel Alburquerque.


Pero la suerte está echada. Los liberales dejan de ser radicales. Aunque también son hermanos.


Leonidas Plaza es tan masón como Montero. Emilio Estrada es iniciado como Flavio Alfaro.


De modo simbólico, el proceso se completa en 1912. Ese año, al poco tiempo de que Alfaro fuera arrastrado en las calles de Quito, las escuelas de la Sociedad Filantrópica del Guayas, que solían organizar paradas y ejercicios militares, dejan los rifles y forman la sociedad de los Boy Scouts para reemplazar a las guerrillas.


Parecía una repetición de aquello de la vara del mercader, sólo que ahora el amarre de una soga reemplazaba al machete de una guerrilla.


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Y así fue. Los tremendos liberalotes se volvieron preocupados padres de familia. Los montoneros de otrora se daban golpes de pecho desde el Jueves Santo hasta el Sábado de Gloria. Y los diabólicos masones reemplazaron las Logias por los Directorios de los bancos.


Nuevamente, la Masonería ecuatoriana entraba en un receso creativo que ya ni siquiera se propondría luchar contra el fuego o atender a los enfermos, sino que pasó a fundar el Club de la Unión y a construir un fastuoso templo, que luego hubo que vender a un diario.


Pero el espíritu de antaño no murió. Y aquello debe ser una gran lección para todos nosotros. Cuando los masones dejamos el espíritu rebelde y combativo de las Logias, fueron unos militares jóvenes quienes tomaron el nombre, los sistemas, incluso algunos símbolos, y produjeron la transformación del 9 de julio de 1925.


Era lógico. Lo mismo estaba ocurriendo en toda América. Cuando el viejo partido liberal dejó de ser agente de cambio y se convirtió en sujeto de la preservación, los espíritus más alertas comprendieron que aquello se parecía como una gota de agua a otra al viejo modelo conservador que se les había enseñado a combatir.


Volvieron la vista a la izquierda y… Y no encontraron nada. A la izquierda de los liberales sólo existían los comunistas, y aunque el viejo Marx se había iniciado masón alguna vez, sus herederos pasaron a oponerse a las Logias que penetraban los sindicatos obreros y que, si bien traían aquellos buenos conceptos de Igualdad y Fraternidad, querían que fuesen acompañados también de una Libertad que los jerarcas no estaban dispuestos a conceder.


La Masonería se encontró entre dos agujeros. Por un lado, unos liberales que habían dejado de serlo; y por otro unos izquierdistas que no aceptaban ninguna interferencia en su pretendido dominio del alma de los pobres.


Había que inventar algo. Y así se hizo.


En Perú, dos de las mentes más lúcidas de América: Víctor Raúl Haya de la Torre y Juan Carlos Mariátegui trataron, cada uno por su lado, de generar una doctrina latinoamericana que fuese capaz de armonizar los vientos que recorren el mundo con las raíces que se enclavan en la tierra.


Haya de la Torre fue aun más lejos. Entendiendo, como buen maestro masón las relaciones dinámicas y armónicas que deben existir entre el macro y el microcosmos, desarrolló un concepto unitario que parecía una traslación de la física moderna a la comprensión de la sociedad. Lo llamó EspacioTiempo para definir el entorno global de un hombre. En esto no coincidía con Mariátegui.


Pero los dos sabían perfectamente que no existiría posibilidad alguna de liberación parcial si no había una unidad latinoamericana, de modo que el Partido del hermano Haya de la Torre no se llamó “peruano”, sino APRA, que es Acción Popular Revolucionaria Americana.


Lo atacaron: la oligarquía de su país; las instituciones políticas de su país; Washington, que no quería una América Latina fortalecida en su unión y paradójicamente… Moscú, que prefería una América Latina debilitada por su separación.


Casi simultáneamente, en Centroamérica estaba surgiendo otra tendencia de la misma búsqueda de un socialismo que fuese libertario y masónico. Apareció allí sin la profundidad filosófica de Haya de la Torre o el apego a la tierra de Mariátegui; pero estaba llena, en cambio, de vigor viril y decidida a dar la vida por los principios que sustentaba. El General de Hombres Libres, Augusto César Sandino, tan masón que utilizaba como insignias algunos símbolos nuestros y que trataba a sus compañeros de hermanos, no sólo organizó la resistencia de su pueblo al invasor y al tirano, sino que rescató como cumbre de su pensamiento ideológico el proyecto que llamó “Plan de Realización del Supremo Sueño de Bolívar”, que no era otro que el afán por unir a la América Latina.


Lo atacaron: la oligarquía de su país; las instituciones políticas de su país; Washington, que prefería una América Latina debilitada en su separación… y Moscú, que no quería una América Latina fortalecida en su unión.


Bien poco después, como parte del mismo esfuerzo de creación, surgió en México la Confederación de Trabajadores de América Latina (la CTAL), obra del hermano Vicente Lombardo Toledano, quien había comprendido que si los explotadores del continente eran uno solo en el fondo, los trabajadores del continente tendrían que actuar como un solo contingente sindical.


Lo atacaron… Los mismos de siempre, por las mismas razones de siempre.


Pero la Masonería había cobrado conciencia de sus nuevas tareas:


1.- Que el movimiento liberal no bastaba para llevar a la práctica los ideales, porque no había prestado suficiente atención a los aspectos de las justicia social y económica; pero


2.- Que tampoco el comunismo, en su acepción soviética, bastaba para llevar a la práctica los ideales, porque no había prestado suficiente atención a los valores espirituales del individuo y a su irrenunciable sed de Libertad


3.- Que en el orden interno de la Masonería, no podíamos entender “Los Antiguos Linderos” como una barrera colocada perpendicular al camino para decir “no va más”, “non plus ultra”, “éste es el fin”, sino que aquellos linderos estaban a los lados, como un andarivel, para delimitar los bordes paralelos de un camino que no tiene fin y que no debe desviarse; y


4.- Como siempre, una vez más, la clara convicción, reforzada por los fracasos, de que, si los problemas son comunes, las soluciones deben serlo también; es decir: la unidad de América Latina.


El proceso, siendo común para todo el continente, se presenta con claros matices en diversos lugares, y notoriamente en Chile, donde no rige el absurdo concepto stalinista de que “no es posible ser comunista y Masón”.


En Chile hay comunistas y socialistas masones, pero existe sobretodo un partido de estirpe liberal, muy fuertemente vinculado con la Orden, que evoluciona lenta pero continuamente hacia posturas socialdemócratas: es el Partido Radical.


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La segunda postguerra se convirtió muy rápidamente en “Guerra Fría”, y las polarizaciones se volvieron aun más extremas, mientras el maniqueísmo (Dios-Diablo, Bueno-Malo) coloca los términos del debate fuera del campo ideológico y dentro de la esfera de lo puramente mitológico.


Habrá que esperar a 1959, y al proyecto inicial de la Revolución Cubana, para que la creatividad de pensamiento social rebase los penosos límites del diagnóstico y se vuelva una vez más operativa.


El primer modelo de desarrollo no-capitalista de la Cuba revolucionaria es sumamente original, y su adhesión posterior al esquematismo moscovita es fruto de la operación “de pinzas” que produce la voracidad geopolítica soviética, la voracidad económica norteamericana y la estupidez generalizada de América Latina: maldición tripartita que estuvo a la base de todas nuestras desdichas.


También de la imposibilidad de independencia para Cuba. Ahora ha vivido con los dos monstruos y les conoce las entrañas.


Cuando el Che, modelo arquetípico del hombre nuevo, escapa del modelo cubano, anquilosado a la fuerza y, para huir de las limitaciones del un monstruo cae en las garras del otro, el período de creatividad parece terminar.


Pero no es así. Felizmente nunca es así. La creatividad no termina nunca. La Unidad Popular chilena, que quiere un “socialismo con empanadas”, hace renacer la esperanza. Es, además, un modelo explícitamente masónico, por la conducción del hermano Salvador Allende.


Quizá es excesivamente tarde. O demasiado pronto. Como quiera que se lo vea, otra vez el tridente maldito de la voracidad de los dos imperios y nuestra imbecilidad dan al traste con un régimen que al final no pudo garantizar ni socialismo ni empanadas.


Un nuevo vaivén en esta montaña rusa que comienza a producir náuseas con sus altibajos.


Y de pronto, casi literalmente hay un renacimiento. En julio de 1979, el Segundo Sandinismo, que nació en la Logia Augusto César Sandino, recupera los sueños de su patrono, que había recuperado los sueños de Bolívar. También estos nuevos sandinistas se llaman hermanos; también usan la simbología; también…


En fin, son nosotros.


Un poco después, en una reunión continental a la que asistimos varios hermanosde la Gran Logia Equinoccial del Ecuador, incluso el Venerable Maestro de la Flavio Alfaro, el hermano y comandante nicaragüense Bayardo Arce definió las fuentes ideológicas de este segundo sandinismo como una fusión creativa de tres vertientes: el marxismo, el nacionalismo latinoamericano y el cristianismo.


El hermano y comandante elabora cada una de las tres. Es un marxismo reformado, es un nacionalismo pluricultural y es un cristianismo liberador.


Pero no importan los adjetivos. La sola inclusión del cristianismo en un nuevo concepto socialista es la incorporación de la vertiente ética de la doctrina, de su contenido espiritual, de aquella parte entrañable e irrenunciable de la condición humana, que sólo el anarquismo había sumado a los conceptos económico-sociales.


Curiosamente, es al fracasar cuando ejercen de mejor modo estos nuevos conceptos. Cuando pierden las elecciones y entregan pacíficamente el poder que conquistaron con sangre es cuando los nuevos sandinistas demuestran su estirpe democrática y su esencia cristiana.


Ahora las posiciones de la nueva Masonería latinoamericana se aclaran aun más…


1.- Inventar unos modelos autónomos de desarrollo, que sean capaces de conjugar todos estos valores;


2.- Ser capaces de elevarse hasta la comprensión de que sólo se podrán tener si se pueden mantener democráticamente; y, por supuesto,


3.- La lucha por la unidad de América Latina.


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Ahora estamos aquí. Los masones socialistas no necesitamos que nos cuenten que han derribado el muro de Berlín. Y no queremos que nadie venga ante nosotros a quejarse de que le cayó encima.


Nosotros ayudamos a tumbarlo, pero desde el otro lado.


Y ahora nos toca ser fieles a la herencia intelectual, de coraje y de coraje intelectual que hemos recibido de nuestros hermanos masones.


Tenemos que diseñar nuestras tareas para este último pedacito del siglo XX y para todo el siglo venidero.


No se trata que reneguemos de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad. Ni siquiera se trata de que ya no nos basten y querramos nuevas palabras para sumarlas a ellas y convertir una divisa en un libro.


Es más sencillo que eso. La Libertad, la Igualdad y la Fraternidad, como deidades hindúes, sin perder su esencia adquieren avatares diferentes en distintas épocas. Ahora es la época nuestra, y necesitamos una Masonería ecuatoriana que sea capaz de ampliar sus tareas operativas e involucrar nuevos desafíos.


Creemos que entre esos desafíos están los siguientes:


1.- Buscar una armonización de la justicia social y económica, sin que ella signifique el sacrificio de las libertades políticas;


2.- Buscar una armonización de nuevo tipo entre la sociedad y el individuo, sus respectivos derechos y obligaciones mutuos;


3.- Buscar una armonía entre el desarrollo económico y la conservación del medio ambiente;


4.- Luchar sin concesiones por la vigencia plena de los derechos humanos de los individuos y de los derechos económicos, sociales y culturales de los pueblos;


5.- Buscar la realización de nuevas formas de democracia, que preserven, dentro de un estado de derecho, el gobierno de las mayorías, los derechos de las minorías y la participación continua de la sociedad civil en el gobierno del Estado;


6.- Promover, facultar, exigir e imponer la integración orgánica de todas las minorías nacionales en la vertiente principal de la nación ecuatoriana;


7.- Estimar siempre que la democracia, el progreso y el desarrollo son inconcebibles sin una participación plena e igualitaria de la mujer en todas las esferas de la vida y, por supuesto…


8.- Como siempre, estar dispuestos a dar incluso la vida por lograr la unidad de la América Latina.


¿Que todo esto suena líricamente utópico? Soy consciente de ello, pero creo firmemente que, como todos los grandes ideales humanos, la Utopía, la Libertad, la Igualdad, la Fraternidad y la Francmasonería o son sinónimos o no significan nada.


Nota: Este trabajo fue escrito hacia 1991 y fue leído en distintas logias en años posteriores, casi sin modificaciones. Sin embargo, nuestro hermano Pedro aclaró en varias ocasiones que a la época en que lo escribió no incluyó datos que en ese entonces ignoraba, especialmente sobre el enorme papel que desempeñó el hermano José María de Antepara y Arenaza, junto al hermano precursor Francisco de Miranda, tanto en el proceso de promoción de las ideas emancipadoras, cuanto en la creación de las Logias Lautarinas. Este y otros puntos podían requerir una actualización del trabajo, pero no lo hizo porque en su esencia ha mantenido plena vigencia.



Fuente: https://academiafrancmasonicaecuatoriana.wordpress.com/2013/06/21/papel-de-la-francmasoneria-en-la-historia-del-ecuador-y-america-latina/#more-403