Resumen:
En Simón Bolívar, tras la apariencia de hombre común, había una
gran inteligencia y voluntad al servicio de la independencia. Los
retratos lo pintan como no fue en realidad, ocultan al hombre para
mitificar al héroe y muestran, con prejuicio racista, más a un
europeo que a un mestizo, como él se definió. Este trabajo describe
a Bolívar en su carácter, organización de su mente, oratoria,
conocimientos y manera de ser en el entorno social, y señala que fue
un notable intelectual, un político sagaz, un acucioso sociólogo y
un formidable escritor, pese a la urgencia. Pudo haber optado por
proclamarse monarca pero era un republicano a muerte que optó por el
camino a la democracia, difícil tras siglos de absolutismo, por lo
que daba gran importancia a la educación del pueblo. Su preocupación
por regenerar el espíritu público se comprende porque era masón:
se inició en Cádiz en 1803; pasó a compañero y luego a maestro en
París, en 1805 y 1806; y poseía una formación masónica centrada
en la autoperfección humana. Tuvo defectos pero sus virtudes los
superaban. Era tolerante con los humildes y los débiles e
intolerante con los déspotas y prepotentes y despreciaba a los
viciosos. Como guerrero era temible, también era en extremo
vanidoso, aunque su vanidad era la gloria, por lo que lo llamaban
loco. Consideraba al título de Libertador como el más alto posible.
Y era proverbial su generosidad, renunció a los obsequios de los
pueblos agradecidos, inició la independencia siendo uno de los
herederos más ricos de Hispanoamérica y terminó en total pobreza,
amortajado con una camisa ajena.
Parecía
un latinoamericano de tantos: bajo, delgado, de tez morena, de ojos
oscuros y vivaces, de agradable conversación y apasionado por el
baile. Pero ciertamente era distinto a la mayoría. Tras su
apariencia de hombre común había un ser de inteligencia superior y
voluntad excepcional, que había llegado a recoger y conjugar en su
alma todos los sentimientos de su nación y las mejores ideas de su
tiempo. Un hombre que había puesto su esfuerzo y sus múltiples
talentos al servicio de la más noble causa de cualquier época: la
independencia de los pueblos y la libertad de los hombres.
Los
retratos y descripciones oficiales lo pintan casi siempre como no fue
en realidad: alto, blanco, corpulento, hermoso jinete en espléndido
caballo blanco. Son descripciones deformantes, que tratan de ocultar
al hombre para mitificar al héroe. Además, en el fondo de ellas
late un prejuicio racista, que considera inferior a todo hombre de
piel morena. Así, el ser que muestran esos retratos es un héroe
digno de la historia de Europa y de la raza europea, cuando
ciertamente fue todo lo contrario: el héroe de un mundo nuevo, que
buscaba negar a Europa para nacer a la historia. En cuanto a su raza,
él mismo se proclamó mestizo y muchas veces explicitó su repudio
al racismo y a toda forma concreta de segregación racial.
De
temperamento nervioso y genio vivaz, tenía siempre el espíritu
listo para la acción, fuese esta militar o política, social o
diplomática. En el combate, se destacaba entre sus hombres por su
impetuosidad y arrojo temerario, y también porque era ambidextro y
usaba alternativamente las dos manos para manejar la espada. En la
única batalla que dirigió en el actual Ecuador, fue su ímpetu
personal lo que decidió el triunfo. Empero, ese hombre nervioso,
cuya sensibilidad se tensaba como la cuerda de un violín, había
aprendido a domeñar su natural temperamento y a cultivar los dones
andinos de la paciencia y la constancia, cualidades que terminaron
por garantizarle el triunfo y la gloria.
Bolívar
tenía una cabeza formidablemente organizada. Cada idea, cada
opinión, cada disposición que salía de sus labios o de su pluma,
correspondía en teoría a uno de los principios filosóficos que
normaban su vida y en la práctica a uno de los requerimientos
militares o administrativos de su acción política. Entre sus miles
de órdenes, decretos o resoluciones gubernamentales no hubo ninguno
hecho al azar o que no poseyera un destino preciso; hubo, sí,
disposiciones erradas, pero jamás resoluciones titubeantes e
inseguras.
También
tenía siempre la palabra precisa para cada circunstancia, igual
cuando daba órdenes a sus soldados que cuando galanteaba a una
mujer, cuando escribía un trascendental discurso político que
cuando redactaba una carta de amor. Manuela Sáenz, probablemente la
persona que lo conoció más a fondo, relató en sus memorias que
hablaba de modo cautivante y tenía una cultura excepcional, pudiendo
hablar igual en francés que en español y citar con soltura a
autores clásicos o contemporáneos. Es así que en sus escritos hay
numerosas referencias a autores griegos y romanos. Entre los autores
contemporáneos prefería a los franceses e ingleses, aunque también
le atraía la literatura española. Hijo de la Ilustración, gustaba
mucho de leer y citar a Voltaire, Montesquieu y Rousseau, así como a
Racine, Boileau y D’Alembert.
En
la vida social tenía la palabra pronta, la risa fácil, el pie
ligero para el baile. No bebía, pero tomaba una o dos copas de vino
en la comida, con las que gustaba de brindar; con frecuencia
aprovechaba los banquetes o comidas para hacer uno o varios brindis,
muchas veces subiéndose entusiastamente a la silla o a la mesa. Pero
lo suyo no era el brindis por el brindis, sino el ejercicio de la
oratoria como una cátedra de civismo y de enseñanza política. Así,
en cada uno de sus brindis, según el uso masónico, rendía culto a
una alta entidad, exaltaba una idea, proclamaba un mérito o invitaba
a un esfuerzo. Era un modo muy suyo de educar al pueblo, de comunicar
sus ideas, de convocar a las voluntades individuales para los grandes
empeños nacionales.
Hombre
del trópico americano, gustaba del constante contacto social, de la
música y de las fiestas. Ahí donde pernoctaba su ejército,
inmediatamente se armaban bailes nocturnos, en los que el héroe y
sus oficiales se divertían, además de tomar contacto próximo con
la población local y establecer lazos de fraternidad con el pueblo.
La verdad es que le encantaba el baile y él mismo se consideraba un
gran bailarín.“El baile es la poesía del movimiento”, decía, e
instruía que se enseñase a los jóvenes su práctica, aduciendo que
“da la gracia y la soltura a la persona, a la vez que es un
ejercicio higiénico en climas templados”.
Sin
habérselo propuesto fue un notable intelectual y sus innumerables
apreciaciones del mundo de su tiempo lo revelan paralelamente como un
político sagaz, como un acucioso sociólogo y como un formidable
escritor, a la vez realista y utopista. Y eso que nunca tuvo tiempo
para deleitarse en escoger las palabras y pulir los conceptos, pues
todos sus escritos estuvieron inspirados por la urgencia de la lucha
o la prisa de la creación.
Era
un adelantado de la democracia en medio de las ruinas del
absolutismo. Pudo haber optado por otra vía para la consecución de
sus fines libertarios. En una sociedad acostumbrada a obedecer a un
soberano absoluto, simplemente pudo haberse proclamado emperador,
como lo hicieron Napoleón, en Francia e Iturbide, en México, y como
lo sugerían sus mismos colaboradores. O pudo haber impuesto un
despotismo ilustrado y magnánimo, recibiendo a cambio la fidelidad y
gratitud de su pueblo.
Pero
él era un republicano a muerte, un hijo de la revolución y no
estaba dispuesto a ceñirse una corona y a fundar una monarquía del
trópico, con corte ostentosa y profusión de lacayos y bufones. Así
que escogió el camino más difícil, para él y para los pueblos: el
camino de la democracia. Difícil porque, tras siglos de absolutismo,
los pueblos carecían de todo asomo de civismo, de toda capacidad de
autoconducción. Por eso puso especial interés en la educación del
pueblo, convencido de que “un pueblo ignorante es un instrumento
ciego de su propia destrucción”.
Alguien
podrá preguntarse: ¿por qué esa preocupación de Bolívar por
regenerar el espíritu público y por lograr que los ciudadanos
abandonasen el vicio y cultivasen la virtud? Es que era masón desde
los tiempos de su juventud, cuando se inició en la logia “Lautaro”
de Cádiz (1803), perteneciente a la Gran Logia Hispanoamericana,
fundada por Miranda. Más tarde adquiriría los grados de Compañero
(1805) y Maestro (1806) en la logia Saint Alexandre D’Escosse, de
París.
Por
ello, poseía una formación masónica, centrada en la doctrina de la
autoperfección espiritual del hombre, y de ella había aprendido a
combatir la corrupción y el fanatismo, y a cultivar la justicia, el
altruismo y la solidaridad humana. Siendo él mismo un “hombre
libre y de buenas costumbres”, aspiraba a que los demás hombres
también lo fueran, tanto por su propio esfuerzo como por la acción
de la sociedad y del Estado. Por otra parte, el Libertador estaba
convencido de que la moralización del espíritu ciudadano era
indispensable para el sustento y progreso del país. “Moral y luces
son los polos de una República -decía-; moral y luces son nuestras
primeras necesidades”. Y agregaba que un Estado no se sustentaba en
las leyes sino en el espíritu de los hombres.
Hombre
de carne y hueso, también tuvo defectos, aunque sus virtudes los
superaban largamente. Era en extremo tolerante con los humildes y
débiles, a los que buscaba ayudar y proteger, pero era duro e
intolerante con los déspotas, prepotentes y fatuos, y también con
los inmorales e irresponsables. Despreciaba en extremo a los
viciosos, especialmente a los ebrios y jugadores, de los que decía
que estaban dispuestos a causar su propia destrucción y la ruina de
sus familias con tal de mantener su vicio. No fumaba ni permitía que
se fumara en su presencia.
Como
guerrero era temible y no cejaba hasta derrotar al enemigo. En la
terrible época inicial de la independencia, derrotado sucesivamente
por las tropas realistas y acosado por la feroz insurrección social
de los llaneros, que masacraban a todo aquel que tuviera la cara
blanca, impuso la norma de no dar ni pedir cuartel al enemigo.
Era
vanidoso en extremo, pero cultivaba una vanidad muy singular, que no
radicaba en la apariencia personal o la ostentación de la riqueza,
sino en la permanente búsqueda de gloria. A veces, eso lo hacía
aparecer como un ambicioso e incluso como un loco, puesto que el
héroe de Colombia la Grande no andaba tras las ventajas comunes de
un vencedor -la riqueza, la molicie- sino tras gloria y más gloria.
Por eso, sus enemigos le decían “El loco”. Como “el loco de
Colombia” lo conocían los diplomáticos norteamericanos, que
estimulaban a esos enemigos. Pero los pueblos le decían “Padre”,
“Libertador”, “Protector” y confiaban ciegamente en sus
orientaciones, porque lo sabían noble y desinteresado hasta el
extremo límite.
En
fin, esa ansia de gloria lo protegió de las tremendas ambiciones con
que lo tentaron sus esbirros y aun muchos de sus buenos amigos, que
buscaban coronarlo como emperador. Entonces fue que dijo que no iba a
cambiar el título de Libertador que le habían concedido los
pueblos, “el más alto posible de la especie humana”, por una
corona cualquiera.
¿Y
qué decir de su proverbial generosidad, de ese desinterés por la
riqueza que le hizo renunciar a las haciendas, dinero y joyas que le
obsequiaron los pueblos agradecidos? Baste señalar que inició la
guerra de independencia siendo uno de los herederos más ricos de
Hispanoamérica, propietario de haciendas, plantaciones y minas de
oro, y que terminó sus días en total pobreza, al punto de ser
amortajado con una camisa ajena.
Fuente:
https://academiafrancmasonicaecuatoriana.wordpress.com/2013/07/24/el-hermano-mason-simon-bolivar/#more-512