Resumen: Se sabe lo que significa conservador y se tiene noción de
lo que quiere decir socialista. Pero liberal es un término difícil
de definir pues agrupa diferentes visiones del mundo, de la
estructura socio económica y posturas diversas. Con mayor frecuencia
“liberal” denomina una actitud y una tendencia de pensamiento. El
liberalismo nació en el siglo XVIII con la motivación de la
Revolución Francesa, sus definiciones filosóficas vinieron de
Francia y las económicas de Inglaterra. En Economía no es lo mismo
liberalismo que neoliberalismo pues el Estado contra el que se
oponían los conceptos liberales ha variado mucho. En Latinoamérica
inspiró las proclamas independentistas pero no las realizaciones.
Conservadurismo y liberalismo eran políticos: el conservadurismo de
Bolívar reclamaba un gobierno central fuerte mientras el liberalismo
de Santander era partidario de un gobierno federalista
descentralizado, pero éstas eran divisiones neogranadinas; mientras
en Centroamérica el liberalismo de Morazán, Zelaya o Barrios mezcla
la lucha por el Estado laico, la unidad subregional y contra la
dependencia extranjera. En Ecuador “liberal” fue lo progresista,
avanzado, la sensibilidad social, el anticlericalismo y sinónimo de
masón. Liberal era aquel que se proclamara rebelde. La ideología de
Alfaro estaba en “estado práctico” más que en “estado
teórico”. No hay duda del alfarismo doctrinario de Montalvo y “Los
siete Tratados” se incluyeron en el Index porque ellos dan al
liberalismo ecuatoriano dimensión filosófica, en que las virtudes
humanas se convierten en temas liberales. Pero ser liberal es estar
por el cambio, por lo que Montalvo regresó de Francia a Ecuador para
establecer una filial de la Internacional de Trabajadores creada por
Marx por ser “una sociedad política socialista, que lleva al
límite los principios liberales”, con lo que se convirtió en algo
peor que liberal: en comunista; por lo que no bastaba criticarlo,
había que prohibirlo. El liberalismo de Alfaro fue más allá de los
límites doctrinarios europeos, fue un antecedente del socialismo, se
adelantó al siglo XX y es visto en el siglo XXI como motor que
impulsa a caminar el futuro.
No importa que uno no pueda citar de memoria el catecismo católico
romano; uno sabe lo que significa ser conservador. Igual que no es
necesario haber leído El Capital para tener siquiera una noción
aproximada de lo que quiere decir socialista. Pero ¿“liberal”?
En Ecuador pensamos automáticamente en Eloy Alfaro al escuchar la
palabra; pero obviamente una doctrina es más que un hombre; así
como un hombre es más que una doctrina.
Como ubicación ideológico-política es quizá el término más
difícil de definir, ya que bajo el nombre de liberalismo se han
agrupado muy diferentes visiones del mundo y de la estructura
socio-económica de la sociedad.
En una misma época, o en un mismo país, ha sido posible encontrar
posturas diversas, en ocasiones irreconciliables para la razón,
afirmando ser parte o derivada de los conceptos “liberales”.
En general, es posible afirmar que “liberal” se ha denominado con
mayor frecuencia una actitud que un programa; más una tendencia de
pensamiento que un esquema económico-social.
Y si esto es así, a comienzos del siglo XXI, lo era mucho más
-muchísimo más- a finales del XIX.
Liberalismo teórico y liberalismo económico
Lo cierto es que el “liberalismo” nace en el siglo XVIII, como
motivación ideológica de la Revolución Francesa, que adopta el
lema francmasónico de Libertad, Igualdad, Fraternidad, y en el campo
económico social se establece como la doctrina de la libre empresa,
a partir de las afirmaciones ideológicas de que es necesario
“Laissez faire, laissez passer” (dejar hacer, dejar pasar) a la
constitución de una nueva clase social, la burguesía, que luchaba
entonces por destruir las barreras políticas y económicas que le
establecía el absolutismo monárquico de aquellos años.
Fieles en esto a la división cultural de Europa, si las definiciones
filosóficas provinieron de Francia, las económicas llegaron de
Inglaterra. El compendio de las concepciones liberales en la economía
está dado por Adam Smith, quien ya en 1776 dijo que “el mejor
gobierno es el menor gobierno”, abogando por la supresión total de
las barreras oficiales -es decir (a la época) de la aristocracia y
el absolutismo- que impedían el libre desenvolvimiento de las
empresas privadas: capitalistas y burguesas.
Vemos que, desde su origen, no es lo mismo este “liberalismo” que
el “neoliberalismo” al que las fuerzas de izquierda se oponen
hoy, pues el Estado contra el cual se erigían esos conceptos ha
variado mucho.
En América Latina, aunque sin ningún rigor filosófico, son éstas
las concepciones que están a la base de las proclamas del período
independentista, aunque casi nunca se expresaran en sus realizaciones
concretas. De hecho, al final de la existencia de la Gran Colombia,
la gran oposición se dio entonces entre un Simón Bolívar,
considerado para entonces“conservador”, frente a un Francisco de
Paula Santander, llamado a la época “liberal”.
Pero, ojo, es una división artificial y artificiosa, pues tenía un
rasgo eminentemente político, ya que el “conservadurismo” del
Libertador consistía en su reclamo de un fuerte gobierno central,
mientras el “liberalismo” de Santander no pasaba de su postura
favorable a un gobierno federalista, descentralizado.
Es una división pura y exclusivamente “neo-granadina”,
“colombiana” en el sentido actual, que se popularizó simplemente
por la comodidad de identificación.
En Centroamérica, donde los movimientos liberales tuvieron enorme
auge más o menos por la época del alfarismo ecuatoriano, las
doctrinas filosóficas (si de tales puede hablarse) de los caudillos
de la tendencia, como Morazán, Zelaya o Justo Rufino Barrios, fueron
una mezcla de lucha por el Estado laico, la conformación de la
unidad subregional y la lucha contra la dependencia extranjera. Muy
diferentes al proyecto alfarista.
Liberalismo ecuatoriano
Durante largos períodos históricos, en nuestro país “liberal”
fue lo progresista, lo avanzado, aquello que denotara una cierta
sensibilidad social o al menos un anti-clericalismo suficientemente
acendrado.
Figuras tan antiguas, como don Vicente Rocafuerte en 1834, rescataron
para sí el calificativo de “liberales”, como luego lo hicieran
líderes como Robles, Noboa y especialmente los generales José María
Urbina e Ignacio de Veintemilla.
Hubo un tiempo en la historia de Ecuador cuando lo “liberal” fue
bien poco más que sinónimo de “masón”, porque en gran medida
fue en las Logias francmasónicas donde se desarrolló el proceso de
gestación de buena parte de los movimientos que recababan para sí
ese apelativo.
Casi puede decirse que “liberal” era todo aquel que se proclamara
rebelde, no importa cuándo, dónde ni por qué.
Alfaro no fue un ideólogo, en el sentido tradicional europeo de
dejar un cuerpo de doctrina bajo forma de libro, como no lo fueron
Leonidas Plaza o Pedro José Montero, de modo que las mayores
elaboraciones conceptuales verbales hay que buscarlas en José
Peralta y, sobre todo, en Juan Montalvo.
Esto no quiere decir que Alfaro no tuviese ideología. La absoluta
coherencia de sus actos y disposiciones prueba lo contrario. Todos
ellos son un cuerpo ideológico encadenado& Pero es una ideología
que está en estado práctico y no en estado teórico, como se ha
dicho también de Marx (“estado teórico”) y de Lenin (“estado
práctico”).
Liberalismo y socialismo
Si la opinión de los opositores es en gran medida la que califica la
obra de una persona, el alfarismo doctrinario de Montalvo está más
allá de toda duda.
No habían transcurrido 15 días desde la derrota de Alfaro en
Jaramijó (y apenas 48 horas de la muerte en combate de José Gabriel
Moncayo), cuando, el 19 de diciembre de 1884, la Iglesia Católica
Romana incluyó en el Índex de los libros prohibidos a sus
feligreses nada menos que Los Siete Tratados del escritor ambateño.
No era la primera vez que ocurría esta prohibición frente a las
obras de Juan Montalvo. Unos años antes, cuando el mismo Arzobispo
de Quito, Mons. José Ignacio Ordóñez, era Obispo de Riobamba y don
Juan Montalvo redactor del periódico “El Popular”, ya se había
dictado amenaza de excomunión no sólo contra sus redactores, sino
“contra los que fuesen agentes de dicho periódico, contra los que
lo repartiesen a precio o gratis; contra los que, teniéndolo en su
poder, lo diesen a otros para que lo lean, en vez de entregarlo a la
autoridad; y contra los que lo hiciesen reimprimir, en todo o en
parte, contándose entre éstos los que costeasen la reimpresión,
los dueños de imprenta y los cajistas”.
Las penas y el tono eran claramente exagerados para la importancia de
un papel periódico cuya circulación era francamente reducida. De
hecho, lo único que se consiguió con la oposición episcopal fue un
aumento de la circulación de “El Popular”, que cerró sus
páginas por el exilio de don Juan Montalvo y no por las
prohibiciones del Obispo.
Quizá llame la atención que este furibundo rigor eclesiástico
descendiera específicamente sobre los “Siete Tratados”, que
versan sobre temas tan abstractos como La Belleza o El Genio, cuando
es evidente que la medida pudo haberse ejercido antes sobre las mucho
más feroces “Catilinarias” o el más profundamente herético
“Cosmopolita”, obras del mismo Montalvo.
Entonces, ¿por qué la prohibición?
Si es cierto que un hombre -o una doctrina- se definen por su
contrario, y si es evidente que los conservadores (con el respaldo
absoluto de la Iglesia) se oponen al cambio, es igualmente evidente
que ser liberal es estar por el cambio. Cualquier cambio.
El propio Montalvo lo ha dicho : “el liberalismo consiste en la
ilustración, el progreso humano. El ferrocarril, el telégrafo, la
navegación por vapor son liberales. Los conservadores hasta ahora
tienen el ferrocarril por invento del demonio. Paréceles que “un
buen cristiano”, “cristiano viejo”, no puede, sin mostrarse
antipapista y heresiarca, subir a bordo de un buque de vapor. Fulton,
Samuel Morse, todo lo que se mueve, discurre, imagina, crea, da vida
y poder al mundo, todos son liberales”.
El escritor ya había aportado al liberalismo ecuatoriano el poder de
su pluma, la fuerza de su diatriba y el vigor apabullante de sus
improperios, tanto o más feroces que los disparos de Nicolás
Infante o las cargas al machete de Luis Vargas Torres. Pero es
específicamente en los “Siete Tratados”, donde da al liberalismo
ecuatoriano la dimensión filosófica de la que carecía como cuerpo
de doctrina.
Es que los Tratados versan sobre “la nobleza”, “la belleza”,
“el genio”, “la moral”, “la tolerancia” En otras
palabras, se refieren a los valores morales, a las virtudes humanas,
que hasta hoy habían sido el patrimonio del pensamiento clerical, y
que, a partir de Montalvo, se convierten en temas liberales, porque
ahora -y a partir de ahora- el liberalismo no es sólo una agrupación
política “masónica”, de “indios” y de “cholos”, sino un
cuerpo filosófico coherente.
El liberalismo no fue sólo una filosofía ecuatoriana, pues se había
utilizado el calificativo, e imperaba como doctrina, en buena parte
del Viejo Mundo y entre las elites intelectuales de América.
Pero fue una Filosofía que no se detuvo en los límites
tradicionales del liberalismo europeo, pues don Juan Montalvo se
hallaba en París cuando se creó la Asociación Internacional de
Trabajadores que formó Carlos Marx, y regresó al Ecuador para
establecer aquí una filial, pues consideraba que “la Internacional
es una sociedad política socialista, que lleva al límite los
principios liberales”. Con ello acrecentó el odio que ya le
profesaban los reaccionarios.
Porque ya ni siquiera lo vieron como “liberal”. Ahora era algo
mucho peor: un “comunista”.
Y ya no bastaba con criticarlo. Había que prohibirlo.
De modo que el “liberalismo” de Alfaro y los auténticos
alfaristas fue mucho más allá de los límites que esta doctrina
había tenido en Europa u otros países de América Latina.
En rigor, pues, el alfarismo no fue solamente una variante radical
del liberalismo, sino un antecedente del socialismo.
No fue sólo parte del siglo XIX en el que nació, sino que se
adelantó al siglo XX y aún es recordado en el XXI no sólo con la
nostalgia de un pasado, sino como un motor que impulsa a caminar
hacia el futuro.
Recordemos que el nombre mismo y la doctrina del más fuerte
movimiento revolucionario armado que ha existido en nuestro país se
llama precisamente “¡Alfaro vive, carajo!”
Fuente:
https://academiafrancmasonicaecuatoriana.wordpress.com/category/articulos/page/3/