miércoles, 12 de octubre de 2016

“SER LIBERAL” (Por Pedro Saad Herrería)

Resumen: Se sabe lo que significa conservador y se tiene noción de lo que quiere decir socialista. Pero liberal es un término difícil de definir pues agrupa diferentes visiones del mundo, de la estructura socio económica y posturas diversas. Con mayor frecuencia “liberal” denomina una actitud y una tendencia de pensamiento. El liberalismo nació en el siglo XVIII con la motivación de la Revolución Francesa, sus definiciones filosóficas vinieron de Francia y las económicas de Inglaterra. En Economía no es lo mismo liberalismo que neoliberalismo pues el Estado contra el que se oponían los conceptos liberales ha variado mucho. En Latinoamérica inspiró las proclamas independentistas pero no las realizaciones. Conservadurismo y liberalismo eran políticos: el conservadurismo de Bolívar reclamaba un gobierno central fuerte mientras el liberalismo de Santander era partidario de un gobierno federalista descentralizado, pero éstas eran divisiones neogranadinas; mientras en Centroamérica el liberalismo de Morazán, Zelaya o Barrios mezcla la lucha por el Estado laico, la unidad subregional y contra la dependencia extranjera. En Ecuador “liberal” fue lo progresista, avanzado, la sensibilidad social, el anticlericalismo y sinónimo de masón. Liberal era aquel que se proclamara rebelde. La ideología de Alfaro estaba en “estado práctico” más que en “estado teórico”. No hay duda del alfarismo doctrinario de Montalvo y “Los siete Tratados” se incluyeron en el Index porque ellos dan al liberalismo ecuatoriano dimensión filosófica, en que las virtudes humanas se convierten en temas liberales. Pero ser liberal es estar por el cambio, por lo que Montalvo regresó de Francia a Ecuador para establecer una filial de la Internacional de Trabajadores creada por Marx por ser “una sociedad política socialista, que lleva al límite los principios liberales”, con lo que se convirtió en algo peor que liberal: en comunista; por lo que no bastaba criticarlo, había que prohibirlo. El liberalismo de Alfaro fue más allá de los límites doctrinarios europeos, fue un antecedente del socialismo, se adelantó al siglo XX y es visto en el siglo XXI como motor que impulsa a caminar el futuro.

No importa que uno no pueda citar de memoria el catecismo católico romano; uno sabe lo que significa ser conservador. Igual que no es necesario haber leído El Capital para tener siquiera una noción aproximada de lo que quiere decir socialista. Pero ¿“liberal”? En Ecuador pensamos automáticamente en Eloy Alfaro al escuchar la palabra; pero obviamente una doctrina es más que un hombre; así como un hombre es más que una doctrina.
Como ubicación ideológico-política es quizá el término más difícil de definir, ya que bajo el nombre de liberalismo se han agrupado muy diferentes visiones del mundo y de la estructura socio-económica de la sociedad.

En una misma época, o en un mismo país, ha sido posible encontrar posturas diversas, en ocasiones irreconciliables para la razón, afirmando ser parte o derivada de los conceptos “liberales”.

En general, es posible afirmar que “liberal” se ha denominado con mayor frecuencia una actitud que un programa; más una tendencia de pensamiento que un esquema económico-social.

Y si esto es así, a comienzos del siglo XXI, lo era mucho más -muchísimo más- a finales del XIX.

Liberalismo teórico y liberalismo económico

Lo cierto es que el “liberalismo” nace en el siglo XVIII, como motivación ideológica de la Revolución Francesa, que adopta el lema francmasónico de Libertad, Igualdad, Fraternidad, y en el campo económico social se establece como la doctrina de la libre empresa, a partir de las afirmaciones ideológicas de que es necesario “Laissez faire, laissez passer” (dejar hacer, dejar pasar) a la constitución de una nueva clase social, la burguesía, que luchaba entonces por destruir las barreras políticas y económicas que le establecía el absolutismo monárquico de aquellos años.

Fieles en esto a la división cultural de Europa, si las definiciones filosóficas provinieron de Francia, las económicas llegaron de Inglaterra. El compendio de las concepciones liberales en la economía está dado por Adam Smith, quien ya en 1776 dijo que “el mejor gobierno es el menor gobierno”, abogando por la supresión total de las barreras oficiales -es decir (a la época) de la aristocracia y el absolutismo- que impedían el libre desenvolvimiento de las empresas privadas: capitalistas y burguesas.

Vemos que, desde su origen, no es lo mismo este “liberalismo” que el “neoliberalismo” al que las fuerzas de izquierda se oponen hoy, pues el Estado contra el cual se erigían esos conceptos ha variado mucho.

En América Latina, aunque sin ningún rigor filosófico, son éstas las concepciones que están a la base de las proclamas del período independentista, aunque casi nunca se expresaran en sus realizaciones concretas. De hecho, al final de la existencia de la Gran Colombia, la gran oposición se dio entonces entre un Simón Bolívar, considerado para entonces“conservador”, frente a un Francisco de Paula Santander, llamado a la época “liberal”.

Pero, ojo, es una división artificial y artificiosa, pues tenía un rasgo eminentemente político, ya que el “conservadurismo” del Libertador consistía en su reclamo de un fuerte gobierno central, mientras el “liberalismo” de Santander no pasaba de su postura favorable a un gobierno federalista, descentralizado.

Es una división pura y exclusivamente “neo-granadina”, “colombiana” en el sentido actual, que se popularizó simplemente por la comodidad de identificación.

En Centroamérica, donde los movimientos liberales tuvieron enorme auge más o menos por la época del alfarismo ecuatoriano, las doctrinas filosóficas (si de tales puede hablarse) de los caudillos de la tendencia, como Morazán, Zelaya o Justo Rufino Barrios, fueron una mezcla de lucha por el Estado laico, la conformación de la unidad subregional y la lucha contra la dependencia extranjera. Muy diferentes al proyecto alfarista.

Liberalismo ecuatoriano

Durante largos períodos históricos, en nuestro país “liberal” fue lo progresista, lo avanzado, aquello que denotara una cierta sensibilidad social o al menos un anti-clericalismo suficientemente acendrado.

Figuras tan antiguas, como don Vicente Rocafuerte en 1834, rescataron para sí el calificativo de “liberales”, como luego lo hicieran líderes como Robles, Noboa y especialmente los generales José María Urbina e Ignacio de Veintemilla.

Hubo un tiempo en la historia de Ecuador cuando lo “liberal” fue bien poco más que sinónimo de “masón”, porque en gran medida fue en las Logias francmasónicas donde se desarrolló el proceso de gestación de buena parte de los movimientos que recababan para sí ese apelativo.

Casi puede decirse que “liberal” era todo aquel que se proclamara rebelde, no importa cuándo, dónde ni por qué.

Alfaro no fue un ideólogo, en el sentido tradicional europeo de dejar un cuerpo de doctrina bajo forma de libro, como no lo fueron Leonidas Plaza o Pedro José Montero, de modo que las mayores elaboraciones conceptuales verbales hay que buscarlas en José Peralta y, sobre todo, en Juan Montalvo.

Esto no quiere decir que Alfaro no tuviese ideología. La absoluta coherencia de sus actos y disposiciones prueba lo contrario. Todos ellos son un cuerpo ideológico encadenado& Pero es una ideología que está en estado práctico y no en estado teórico, como se ha dicho también de Marx (“estado teórico”) y de Lenin (“estado práctico”).

Liberalismo y socialismo

Si la opinión de los opositores es en gran medida la que califica la obra de una persona, el alfarismo doctrinario de Montalvo está más allá de toda duda.

No habían transcurrido 15 días desde la derrota de Alfaro en Jaramijó (y apenas 48 horas de la muerte en combate de José Gabriel Moncayo), cuando, el 19 de diciembre de 1884, la Iglesia Católica Romana incluyó en el Índex de los libros prohibidos a sus feligreses nada menos que Los Siete Tratados del escritor ambateño.

No era la primera vez que ocurría esta prohibición frente a las obras de Juan Montalvo. Unos años antes, cuando el mismo Arzobispo de Quito, Mons. José Ignacio Ordóñez, era Obispo de Riobamba y don Juan Montalvo redactor del periódico “El Popular”, ya se había dictado amenaza de excomunión no sólo contra sus redactores, sino “contra los que fuesen agentes de dicho periódico, contra los que lo repartiesen a precio o gratis; contra los que, teniéndolo en su poder, lo diesen a otros para que lo lean, en vez de entregarlo a la autoridad; y contra los que lo hiciesen reimprimir, en todo o en parte, contándose entre éstos los que costeasen la reimpresión, los dueños de imprenta y los cajistas”.

Las penas y el tono eran claramente exagerados para la importancia de un papel periódico cuya circulación era francamente reducida. De hecho, lo único que se consiguió con la oposición episcopal fue un aumento de la circulación de “El Popular”, que cerró sus páginas por el exilio de don Juan Montalvo y no por las prohibiciones del Obispo.

Quizá llame la atención que este furibundo rigor eclesiástico descendiera específicamente sobre los “Siete Tratados”, que versan sobre temas tan abstractos como La Belleza o El Genio, cuando es evidente que la medida pudo haberse ejercido antes sobre las mucho más feroces “Catilinarias” o el más profundamente herético “Cosmopolita”, obras del mismo Montalvo.

Entonces, ¿por qué la prohibición?

Si es cierto que un hombre -o una doctrina- se definen por su contrario, y si es evidente que los conservadores (con el respaldo absoluto de la Iglesia) se oponen al cambio, es igualmente evidente que ser liberal es estar por el cambio. Cualquier cambio.

El propio Montalvo lo ha dicho : “el liberalismo consiste en la ilustración, el progreso humano. El ferrocarril, el telégrafo, la navegación por vapor son liberales. Los conservadores hasta ahora tienen el ferrocarril por invento del demonio. Paréceles que “un buen cristiano”, “cristiano viejo”, no puede, sin mostrarse antipapista y heresiarca, subir a bordo de un buque de vapor. Fulton, Samuel Morse, todo lo que se mueve, discurre, imagina, crea, da vida y poder al mundo, todos son liberales”.

El escritor ya había aportado al liberalismo ecuatoriano el poder de su pluma, la fuerza de su diatriba y el vigor apabullante de sus improperios, tanto o más feroces que los disparos de Nicolás Infante o las cargas al machete de Luis Vargas Torres. Pero es específicamente en los “Siete Tratados”, donde da al liberalismo ecuatoriano la dimensión filosófica de la que carecía como cuerpo de doctrina.

Es que los Tratados versan sobre “la nobleza”, “la belleza”, “el genio”, “la moral”, “la tolerancia” En otras palabras, se refieren a los valores morales, a las virtudes humanas, que hasta hoy habían sido el patrimonio del pensamiento clerical, y que, a partir de Montalvo, se convierten en temas liberales, porque ahora -y a partir de ahora- el liberalismo no es sólo una agrupación política “masónica”, de “indios” y de “cholos”, sino un cuerpo filosófico coherente.

El liberalismo no fue sólo una filosofía ecuatoriana, pues se había utilizado el calificativo, e imperaba como doctrina, en buena parte del Viejo Mundo y entre las elites intelectuales de América.

Pero fue una Filosofía que no se detuvo en los límites tradicionales del liberalismo europeo, pues don Juan Montalvo se hallaba en París cuando se creó la Asociación Internacional de Trabajadores que formó Carlos Marx, y regresó al Ecuador para establecer aquí una filial, pues consideraba que “la Internacional es una sociedad política socialista, que lleva al límite los principios liberales”. Con ello acrecentó el odio que ya le profesaban los reaccionarios.

Porque ya ni siquiera lo vieron como “liberal”. Ahora era algo mucho peor: un “comunista”.

Y ya no bastaba con criticarlo. Había que prohibirlo.

De modo que el “liberalismo” de Alfaro y los auténticos alfaristas fue mucho más allá de los límites que esta doctrina había tenido en Europa u otros países de América Latina.

En rigor, pues, el alfarismo no fue solamente una variante radical del liberalismo, sino un antecedente del socialismo.

No fue sólo parte del siglo XIX en el que nació, sino que se adelantó al siglo XX y aún es recordado en el XXI no sólo con la nostalgia de un pasado, sino como un motor que impulsa a caminar hacia el futuro.

Recordemos que el nombre mismo y la doctrina del más fuerte movimiento revolucionario armado que ha existido en nuestro país se llama precisamente “¡Alfaro vive, carajo!”


Fuente: https://academiafrancmasonicaecuatoriana.wordpress.com/category/articulos/page/3/