jueves, 13 de octubre de 2016

APLICACIÓN SOCIAL DEL PRINCIPIO DE LIBERTAD (Por Jaime Muñoz Mantilla)

Resumen: Este artículo cuestiona en primer lugar el enunciado bíblico “la verdad os hará libres”, por contradictorio con la ciencia y porque implica considerar a los no creyentes como esclavos, pero además porque su aplicación en América trajo como consecuencia la esclavización de los indígenas. La alternativa sería “el conocimiento nos hace libre”. Luego trata la concepción de libertad de Hegel y Marx, destacando que no es posible ser libre si no son libres todos los seres humanos y que la libertad está condicionada a la satisfacción plena de las necesidades materiales y espirituales. También aborda la libertad en la Revolución Francesa y sus contradicciones, su esencia económica y su sentido humanista. Aborda además los mitos y verdades del ejercicio de la libertad de expresión, realiza una breve reseña de la libertad empresarial, y se cuestiona si la libertad anhelada es una utopía remota o una realidad factible. Y se contesta estableciendo los que podrían considerarse requisitos para la libertad.

El enfoque bíblico

El enunciado bíblico “La verdad os hará libres” (Juan 8.32) sería impecable, si no fuese porque parte de una premisa tácitamente falsa. Y ella es que la Verdad está contenida en el libro al que cristianos y judíos consideran sagrado. En la Biblia se halla, según su criterio, la verdad revelada. Y esa verdad es, en fin de cuentas, que un dios creador, omnipotente y omnisciente, es el origen, el principio y el fin de todo cuanto existe. Para los judíos, Jehová, cuyas cualidades están expresadas en el Antiguo Testamento. Para los cristianos, el mismo, y luego Jesús, cuyas virtudes y realizaciones, como hijo de Dios, se muestran en los Evangelios, los Hechos de los Apóstoles y el Apocalipsis del Nuevo Testamento.

La falsedad de tal premisa no implica desconocer el derecho de los creyentes a aceptar tal verdad, sino que comporta la exclusión a los no creyentes. Pues, resulta que los ateos, los agnósticos o los adscritos a otras profesiones de fe son, desde esta óptica, inevitablemente, esclavos. Ellos, al desconocer o no aceptar esa verdad, no son libres.

¿Dónde radica el origen de tal falacia? En la ilusa estimación de que existe una sola verdad. Y que ellos, judíos o cristianos –por supuesto hacemos extensivo a las otras religiones, intolerantes todas– son sus poseedores. Ergo, sólo ellos son libres. Lo cual choca con todo cuanto la ciencia, resultado de una dura, larga y difícil historia de búsqueda e investigación, matizada muchas veces de heroísmo y sacrificios, formula, y la Filosofía recoge: que la verdad es siempre relativa, como lo demuestran los avances que van desde las formulaciones de Ptolomeo sobre la estructura del Universo, contradichas contundentemente por Copérnico y Galileo, hasta los últimos avances de la Física que superan con mucho a las concepciones newtonianas, con la Teoría de la Relatividad de Albert Einstein y la Física Cuántica de Max Plank. (En un paréntesis hemos de reconocer los esfuerzos de pensadores cristianos, como Teilhard de Chardin, por tratar de empatar la leyenda bíblica con la ciencia, particularmente con la Teoría de la Evolución. Nos referimos a su interesante obra Alfa y Omega). Esto para aludir tan sólo a algunos aspectos del conocimiento.

Y es ese dogma –el de la verdad revelada- el que se convierte precisamente en instrumento de opresión y de esclavización. Nos remitimos, en la Historia, a la conquista española de América –el Abya Yala original- que, tras la negativa a reconocer a los pueblos originarios su condición de seres humanos, por carecer de alma, según su entendimiento, recobraron tal condición por obra y gracia del fraile dominico Bartolomé de Las Casas, reivindicador del alma indígena. No obstante, por “no conocer a Dios”, son considerados algo así como hermanos menores y, por lo mismo, sujetos a la “evangelización” y a esa perversa institución que fue la de las Encomiendas. Los trescientos años de dominación española más doscientos adicionales de gobiernos oligárquicos han mantenido en expresa o virtual esclavitud y despiadada explotación a los indígenas, a los que se despojó de su heredad. Y entonces, la verdad, esa verdad transmitida vía evangelización, estuvo muy lejos de tornar libres a los indígenas que la conocieron. Es más, esa “verdad” les volvió esclavos.

La Alternativa

La alternativa a un enunciado tan atractivo –el de que la verdad hace libre a los seres humanos– sería, desde nuestro modesto entender, “el conocimiento nos hace libres”. Referido a la verificación de realidades particulares, el conocimiento nos permite acceder a ellas. Sobre todo orientadas a la satisfacción de las necesidades materiales y espirituales de los seres humanos.

(Sostenía, hace muchos años, un hermano masón, la peregrina idea de que los seres humanos viven más felices mientras menos conocen. Y ponía como ejemplo, precisamente a los indígenas que, sin acceso a la escuela, a la lectura, a la radio y la televisión y careciendo de ambiciones eran, en su ignorancia, mucho más felices que los “pobres” empresarios, industriales o terratenientes agobiados por sus preocupaciones, temerosos del futuro, ansiosos de adquirir más y más bienes de fortuna. El hermano de marras era, precisamente un industrial alejado de la realidad de una vida mísera y cargada de sufrimientos, la de los indígenas a quienes él atribuía un estado placentero de felicidad, un estado de gracia. Ese enfoque afirma, ni más ni menos que “la ignorancia os hará libres”).

Tal modo de entender la libertad desde la ignorancia tiene un antecedente, bíblico también, en el propio Génesis. Dios castiga a Adán y Eva por su atrevimiento de comer del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal. (Génesis 2.16 y 17).

La Libertad según Hegel y Marx.

Tanto Hegel como Marx afirman, de modo general, que la libertad radica en la conciencia de la necesidad. Hegel sostiene que “…la historia mundial es el proceso por el cual el espíritu llega a una conciencia real de sí mismo como libertad. Así pues, la historia mundial es el progreso de la conciencia de la libertad”. Pero Hegel pretende que la culminación de ese progreso está dada en el Estado, síntesis de las contradicciones sociales, a las cuales pretendidamente supera. Para Marx, esa conciencia de la necesidad está referida a la verificación de los seres humanos explotados, en la sociedad de clases, de que la libertad sólo ha de alcanzarse en la medida en que se rompan las cadenas de la explotación. Y, en términos de su economía política, en la medida en que se liberen las fuerzas productivas. Así, para Marx la libertad no es concebible tan sólo en la individualidad. En otros términos, no es posible ser libre si no son libres todos los seres humanos. Y esa libertad está condicionada a la satisfacción plena de las necesidades materiales y espirituales de los seres humanos. También, a partir de la definición de “conciencia de la necesidad”, el teórico y revolucionario ruso Gueorgui Valentinovich Plejánov sintetiza su visión de la libertad de este modo: “Cuando la conciencia que mi voluntad no es libre se presenta a mí solamente bajo la forma de una imposibilidad subjetiva u objetiva total de actuar en forma diferente a como lo hago, y cuando mis actos al mismo tiempo resultan ser para mí los más deseables de todos los actos posibles, la necesidad, entonces, se identifica en mi conciencia con la libertad, al igual que la libertad con la necesidad”.

La Libertad en la Revolución Francesa

Robespierre en 1789, en carta dirigida a su amigo Buissat, se interroga “¿seremos libres?”. La pregunta podría interpretarse como la duda del revolucionario más radical frente al futuro. Y nuestro propio interrogante se remite a pensar si Robespierre sospechó que la libertad está ligada a la práctica de la igualdad y la justicia. En la práctica histórica, el propio Robespierre adulteró la pureza revolucionaria cuando niega el derecho de las colonias francesas a su libertad. Él mismo dispone que los cimarrones haitianos sean sujetos de una despiadada cacería por parte de los colonizadores en la isla mártir de la negritud, para devolverles la condición de esclavos.

Desde la teoría, no obstante, la visión es más romántica. A este respecto, Juan Serna Arango dice: “Es difícil pensar que quienes acuñaron el lema Libertad, Igualdad y Fraternidad, no fueran conscientes de la conexión entre libertad y desigualdad. ¿Qué hicieron para remediarlo? La clave estaría en la fraternidad, el tercero de sus términos -es ésta nuestra hipótesis-. Si la libertad por su propia inercia conduce a la desigualdad, la fraternidad operaría como una especie de antídoto. En otras palabras, únicamente resulta posible fomentar simultáneamente la libertad y la igualdad, con el concurso de la fraternidad, que dejaría de ser un apéndice del lema, para convertirse en su respectivo fundamento”.

Tras el triunfo y la consolidación de los principios de la Revolución Francesa, ellos se difunden por el mundo e inspiran a otros pueblos a invocarlos y adoptarlos como programas de transformación política, social y económica. Aun desde la paradoja de la conquista europea por Napoleón, y su condición imperial, esos principios se difunden y son punto de partida para el derrocamiento de las monarquías absolutas. Aunque, incluso hoy, pervivan más como símbolo que como forma real de poder.

La esencia del enunciado libertario de la Revolución Francesa

La libertad proclamada como la primera categoría del tríptico “Libertad, Igualdad y Fraternidad”, tiene, en primer lugar, un propósito económico inequívoco. Este es la libertad de empresa. La expresión francesa “laissez faire, laissez passer” que significa “dejad hacer, dejad pasar”, se refiere a una completa libertad en la economía: libre mercado, libre manufactura, bajos o nulos impuestos, libre mercado laboral, y mínima intervención de los gobiernos. La usó por primera vez Jean-Claude Marie Vicent de Gournay, fisiócrata del siglo XVIII, contra el intervencionismo del gobierno en la economía. Responde a la consolidación de la burguesía y la forma capitalista de producción que ya en el seno de la propia sociedad feudal venía gestándose.

Si bien lo antedicho es, desde la dinámica histórica, el sustento esencial del enunciado libertario, no por serlo se puede negar su sentido humanista que da pie a las luchas de los pueblos por el ejercicio efectivo de los derechos humanos y a sus conquistas, las mismas que cobraron fuerza y vigor con las guerras independentistas de América Latina y, a posteriori, la descolonización de las naciones africanas.

Mito y verdad sobre el ejercicio de la libertad de expresión

Entre las formas de manifestarse la libertad está la de expresión, por la cual la Humanidad ha batallado. Tomamos el título de un programa de TV para referirnos al tema. En el Artículo 19 de la “Declaración Universal de los Derechos Humanos” se lee: “Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y de recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.” Según la enciclopedia Wikipedia “El derecho a la libertad de expresión es defendido como un medio para la libre difusión de las ideas, y así fue concebido durante la Ilustración. Para filósofos como Pach, Montesquieu, Voltaire y Rousseau la posibilidad del disenso fomenta el avance de las artes y las ciencias y la auténtica participación política. Fue uno de los pilares de la Guerra de la Independencia de los Estados Unidos y la Revolución Francesa, hechos que revolvieron las cortes de los demás estados occidentales”. Los enunciados anteriores constituyen el deber ser. En la práctica, tal libertad de expresión se ve seriamente limitada, y aun coartada, por el hecho evidente de que quienes pueden ejercerla son los poseedores de los vehículos para expresarse: los mass media. A nivel mundial –y por supuesto en nuestra pequeña ínsula- los grandes medios de comunicación: prensa escrita, radio, televisión están en manos de los poderosos empresarios, por lo que se convierte en quimera la libertad de expresión por parte de las personas de a pie, de los trabajadores cuyos derechos son vulnerados, de los perseguidos políticos, de las minorías étnicas relegadas. La contrapartida: los medios difunden verdades a medias, información sesgada, a menudo tergiversada, junto con artículos de opinión al servicio, casi siempre, del status quo. Y entonces ¿Qué disenso y qué debate puede darse –como lo soñaron los enciclopedistas– si se cierran las puertas a la opinión del pueblo llano? Hay que añadir que la libertad de expresión ha sido también fuertemente conculcada por los gobiernos del llamado “socialismo real” que, aun sin representar al poder económico concentrador, impidieron la crítica a errores y actos de corrupción. Hechos, unos y otros, que configuraron su proceso degenerativo y su colapso.

Breve reseña de la libertad empresarial

El “axioma” de que el mercado se autorregula pudo ser convincente al comienzo del desarrollo capitalista, cuando era efectiva otra libertad económica: la libre competencia. Sin embargo, la naturaleza acumuladora y concentradora del capital –ésta sí una ley propia del sistema– echa por la borda a semejante libertad. Los monopolios, por mucho que se haya legislado contra ellos, han prevalecido a lo largo de los últimos siglos de vigencia pujante del capitalismo y prevalecen hoy. A nivel local ¿quiénes acaparan el comercio exportador de banano, café o cacao? ¿Hay una real competencia entre los pequeños productores con los grandes empresarios que, por lo demás, les acorralan a aquellos para obligarlos a deshacerse de sus pequeños predios? ¿Quiénes, en el mundo, acaparan en grandes trusts la comunicación por la red o la telefonía celular? La economía mundial está en manos de las gigantescas transnacionales del petróleo, de la industria automotriz, de la de las armas. Y, de este modo, la libertad de empresa sólo es un instrumento que invariablemente echa mano del abuso, del atropello, de la explotación inmisericorde de la mano de obra para enseñorearse en el mercado, contando con el poder político que protege al grande, hasta el punto de elaborar leyes como aquellas que legitiman mayor explotación, a través de maquilas, tercerizadoras, flexibilización laboral. Esta última, eufemismo que oculta la supresión drástica de derechos de los trabajadores.

El fracaso de la libre empresa, como forma de convivencia civilizada en el mundo económico ha tenido expresión en las crisis cíclicas del capitalismo. De las que se destacan: el crack de los años treinta, antesala de la Segunda Guerra Mundial, crisis para salir de la cual encontró la inevitable intervención del Estado, tras las formulaciones del economista inglés John Maynard Keynes. Y la reciente, gestada en el corazón del sistema, los EE. UU. de Norteamérica fruto de ese proceso degenerativo del capitalismo, llamado neoliberalismo, entre cuyas características está esa aberración: el capital financiero especulativo, creador de las famosas burbujas que, tras estallar, han llevado al pueblo norteamericano a un proceso de empobrecimiento por un paro laboral cuya solución está lejos de avizorarse, pese a la nueva intervención del Estado, que incluso procedió a estatizar determinados sectores de la banca privada. Crisis cuyos efectos, obviamente, se hacen sentir en el mundo entero. La famosa “libre empresa” llevada a sus extremos por el capitalismo salvaje –calificativo del papa Juan Pablo II– significó, ni más ni menos, que la agresión brutal del sistema a los pueblos del mundo y cuyo punto de partida teórico-práctico es la filosofía económica de Milton Friedman, premio Nobel de Economía, gestor de ese monstruo llamado por la investigadora canadiense Naomi Klein, la Doctrina del shock. Para información de ustedes, el gurú de la economía y su equipo, asesoraron a Pinochet para el diseño de su política económica consistente en privatizar todas las empresas del Estado, bajar drásticamente los salarios de los trabajadores y suprimir muchos de sus derechos laborales. Junto con ello, reprimir sin contemplaciones las protestas. Lo hizo en Indonesia, asesorando al gobierno fascista de Suharto, lo que costó un millón de muertos al atormentado archipiélago. Friedmann asesoró, igualmente, a Deng Tsiao Ping y su pandilla, para la aplicación de la liberación económica del sistema en China, lo que condujo a la matanza de Tien An Men: la mayoría de los asesinados obreros que se oponían a las medidas económicas restauradoras del capitalismo, pero que la prensa occidental tergiversó al señalar que su protesta era por más democracia. Los ejemplos sobran: Friedmann o sus pupilos asesoraron a los dictadores argentinos, a los gorilas uruguayos, a Lech Walesa, cuyo gobierno trató sinceramente de organizar la economía polaca hacia el verdadero socialismo, pero que fue torcida por el esquema económico neoliberal. Demás está decir que fue el inspirador de la agresión a Irak, bajo el pretexto, entre cínico e hipócrita, de implantar la democracia. (Léase Naomi Klein. La Doctrina del Shock. El auge del capitalismo del desastre). En resumidas cuentas: la libre empresa llevada a sus extremos, por la naturaleza consustancial al capitalismo, avasallando los derechos y las libertades de los pueblos del mundo, con todas las medidas legitimadas por los “científicos” de la economía, el genocidio incluido.

La libertad anhelada. ¿Utopía remota o realidad factible?

El sueño libertario comienza por la posibilidad de dar fin a la angustia del ser humano por su supervivencia. De ahí que todo comienza por la seguridad material, entendida ésta no como la abundancia edénica, sino como la sobria pero indispensable satisfacción de sus necesidades. Ello implica:

Ejercicio efectivo del derecho al trabajo y, junto con ello, justa remuneración que permita una vida digna.
Derecho a la salud y a la educación otorgadas por el Estado.
Derecho a la libre expresión de sus ideas, al culto religioso o a la proclama de su pensamiento filosófico laico, ateo, panteísta o agnóstico.
Derecho al descanso y al disfrute sano de la Naturaleza.
Derecho a acceder a todos los bienes de la cultura: el arte, la ciencia, la literatura, la música, las artes plásticas.
Derecho a la libre circulación por el mundo entero.
Todo lo cual ha de tener su correlato en la erradicación de la explotación de unos seres humanos por otros. Y que sólo será posible en la medida en que la razón prevalezca sobre la estupidez humana, expresada ésta, sobre todo, en la agresión brutal a la Naturaleza por quienes no reparan en saquearla y envenenarla con tal de acumular riqueza. Será posible cuando se revierta la prevalencia de unas leyes económicas nombradas fatales, y se la reemplace por el diseño inteligente y ético de un futuro de integración del ser humano con la Naturaleza, de la justa distribución de la riqueza y de una investigación científica destinada al bien común y nunca más a la destrucción, la opresión y la muerte. ¿Utopía lejana o realidad tangible? Las presentes generaciones tienen la palabra.

Por la verdad científicamente comprobada.



Fuente: https://academiafrancmasonicaecuatoriana.wordpress.com/2009/07/16/aplicacion-social-del-principio-de-libertad/#more-304