Resumen: Este artículo cuestiona en primer lugar el enunciado
bíblico “la verdad os hará libres”, por contradictorio con la
ciencia y porque implica considerar a los no creyentes como esclavos,
pero además porque su aplicación en América trajo como
consecuencia la esclavización de los indígenas. La alternativa
sería “el conocimiento nos hace libre”. Luego trata la
concepción de libertad de Hegel y Marx, destacando que no es posible
ser libre si no son libres todos los seres humanos y que la libertad
está condicionada a la satisfacción plena de las necesidades
materiales y espirituales. También aborda la libertad en la
Revolución Francesa y sus contradicciones, su esencia económica y
su sentido humanista. Aborda además los mitos y verdades del
ejercicio de la libertad de expresión, realiza una breve reseña de
la libertad empresarial, y se cuestiona si la libertad anhelada es
una utopía remota o una realidad factible. Y se contesta
estableciendo los que podrían considerarse requisitos para la
libertad.
El enfoque bíblico
El enunciado bíblico “La verdad os hará libres” (Juan 8.32)
sería impecable, si no fuese porque parte de una premisa tácitamente
falsa. Y ella es que la Verdad está contenida en el libro al que
cristianos y judíos consideran sagrado. En la Biblia se halla, según
su criterio, la verdad revelada. Y esa verdad es, en fin de cuentas,
que un dios creador, omnipotente y omnisciente, es el origen, el
principio y el fin de todo cuanto existe. Para los judíos, Jehová,
cuyas cualidades están expresadas en el Antiguo Testamento. Para los
cristianos, el mismo, y luego Jesús, cuyas virtudes y realizaciones,
como hijo de Dios, se muestran en los Evangelios, los Hechos de los
Apóstoles y el Apocalipsis del Nuevo Testamento.
La falsedad de tal premisa no implica desconocer el derecho de los
creyentes a aceptar tal verdad, sino que comporta la exclusión a los
no creyentes. Pues, resulta que los ateos, los agnósticos o los
adscritos a otras profesiones de fe son, desde esta óptica,
inevitablemente, esclavos. Ellos, al desconocer o no aceptar esa
verdad, no son libres.
¿Dónde radica el origen de tal falacia? En la ilusa estimación de
que existe una sola verdad. Y que ellos, judíos o cristianos –por
supuesto hacemos extensivo a las otras religiones, intolerantes
todas– son sus poseedores. Ergo, sólo ellos son libres. Lo cual
choca con todo cuanto la ciencia, resultado de una dura, larga y
difícil historia de búsqueda e investigación, matizada muchas
veces de heroísmo y sacrificios, formula, y la Filosofía recoge:
que la verdad es siempre relativa, como lo demuestran los avances que
van desde las formulaciones de Ptolomeo sobre la estructura del
Universo, contradichas contundentemente por Copérnico y Galileo,
hasta los últimos avances de la Física que superan con mucho a las
concepciones newtonianas, con la Teoría de la Relatividad de Albert
Einstein y la Física Cuántica de Max Plank. (En un paréntesis
hemos de reconocer los esfuerzos de pensadores cristianos, como
Teilhard de Chardin, por tratar de empatar la leyenda bíblica con la
ciencia, particularmente con la Teoría de la Evolución. Nos
referimos a su interesante obra Alfa y Omega). Esto para aludir tan
sólo a algunos aspectos del conocimiento.
Y es ese dogma –el de la verdad revelada- el que se convierte
precisamente en instrumento de opresión y de esclavización. Nos
remitimos, en la Historia, a la conquista española de América –el
Abya Yala original- que, tras la negativa a reconocer a los pueblos
originarios su condición de seres humanos, por carecer de alma,
según su entendimiento, recobraron tal condición por obra y gracia
del fraile dominico Bartolomé de Las Casas, reivindicador del alma
indígena. No obstante, por “no conocer a Dios”, son considerados
algo así como hermanos menores y, por lo mismo, sujetos a la
“evangelización” y a esa perversa institución que fue la de las
Encomiendas. Los trescientos años de dominación española más
doscientos adicionales de gobiernos oligárquicos han mantenido en
expresa o virtual esclavitud y despiadada explotación a los
indígenas, a los que se despojó de su heredad. Y entonces, la
verdad, esa verdad transmitida vía evangelización, estuvo muy lejos
de tornar libres a los indígenas que la conocieron. Es más, esa
“verdad” les volvió esclavos.
La Alternativa
La alternativa a un enunciado tan atractivo –el de que la verdad
hace libre a los seres humanos– sería, desde nuestro modesto
entender, “el conocimiento nos hace libres”. Referido a la
verificación de realidades particulares, el conocimiento nos permite
acceder a ellas. Sobre todo orientadas a la satisfacción de las
necesidades materiales y espirituales de los seres humanos.
(Sostenía, hace muchos años, un hermano masón, la
peregrina idea de que los seres humanos viven más felices
mientras menos conocen. Y ponía como ejemplo, precisamente a los
indígenas que, sin acceso a la escuela, a la lectura, a la radio y
la televisión y careciendo de ambiciones eran, en su ignorancia,
mucho más felices que los “pobres” empresarios, industriales o
terratenientes agobiados por sus preocupaciones, temerosos del
futuro, ansiosos de adquirir más y más bienes de fortuna. El
hermano de marras era, precisamente un industrial alejado de la
realidad de una vida mísera y cargada de sufrimientos, la de los
indígenas a quienes él atribuía un estado placentero de felicidad,
un estado de gracia. Ese enfoque afirma, ni más ni menos que “la
ignorancia os hará libres”).
Tal modo de entender la libertad desde la ignorancia tiene un
antecedente, bíblico también, en el propio Génesis. Dios castiga a
Adán y Eva por su atrevimiento de comer del fruto del árbol de la
ciencia del bien y del mal. (Génesis 2.16 y 17).
La Libertad según Hegel y Marx.
Tanto Hegel como Marx afirman, de modo general, que la libertad
radica en la conciencia de la necesidad. Hegel sostiene que “…la
historia mundial es el proceso por el cual el espíritu llega a una
conciencia real de sí mismo como libertad. Así pues, la historia
mundial es el progreso de la conciencia de la libertad”. Pero Hegel
pretende que la culminación de ese progreso está dada en el Estado,
síntesis de las contradicciones sociales, a las cuales
pretendidamente supera. Para Marx, esa conciencia de la necesidad
está referida a la verificación de los seres humanos explotados, en
la sociedad de clases, de que la libertad sólo ha de alcanzarse en
la medida en que se rompan las cadenas de la explotación. Y, en
términos de su economía política, en la medida en que se liberen
las fuerzas productivas. Así, para Marx la libertad no es concebible
tan sólo en la individualidad. En otros términos, no es posible ser
libre si no son libres todos los seres humanos. Y esa libertad está
condicionada a la satisfacción plena de las necesidades materiales y
espirituales de los seres humanos. También, a partir de la
definición de “conciencia de la necesidad”, el teórico y
revolucionario ruso Gueorgui Valentinovich Plejánov sintetiza su
visión de la libertad de este modo: “Cuando la conciencia que mi
voluntad no es libre se presenta a mí solamente bajo la forma de una
imposibilidad subjetiva u objetiva total de actuar en forma diferente
a como lo hago, y cuando mis actos al mismo tiempo resultan ser para
mí los más deseables de todos los actos posibles, la necesidad,
entonces, se identifica en mi conciencia con la libertad, al igual
que la libertad con la necesidad”.
La Libertad en la Revolución Francesa
Robespierre en 1789, en carta dirigida a su amigo Buissat, se
interroga “¿seremos libres?”. La pregunta podría interpretarse
como la duda del revolucionario más radical frente al futuro. Y
nuestro propio interrogante se remite a pensar si Robespierre
sospechó que la libertad está ligada a la práctica de la igualdad
y la justicia. En la práctica histórica, el propio Robespierre
adulteró la pureza revolucionaria cuando niega el derecho de las
colonias francesas a su libertad. Él mismo dispone que los
cimarrones haitianos sean sujetos de una despiadada cacería por
parte de los colonizadores en la isla mártir de la negritud, para
devolverles la condición de esclavos.
Desde la teoría, no obstante, la visión es más romántica. A este
respecto, Juan Serna Arango dice: “Es difícil pensar que quienes
acuñaron el lema Libertad, Igualdad y Fraternidad, no fueran
conscientes de la conexión entre libertad y desigualdad. ¿Qué
hicieron para remediarlo? La clave estaría en la fraternidad, el
tercero de sus términos -es ésta nuestra hipótesis-. Si la
libertad por su propia inercia conduce a la desigualdad, la
fraternidad operaría como una especie de antídoto. En otras
palabras, únicamente resulta posible fomentar simultáneamente la
libertad y la igualdad, con el concurso de la fraternidad, que
dejaría de ser un apéndice del lema, para convertirse en su
respectivo fundamento”.
Tras el triunfo y la consolidación de los principios de la
Revolución Francesa, ellos se difunden por el mundo e inspiran a
otros pueblos a invocarlos y adoptarlos como programas de
transformación política, social y económica. Aun desde la paradoja
de la conquista europea por Napoleón, y su condición imperial, esos
principios se difunden y son punto de partida para el derrocamiento
de las monarquías absolutas. Aunque, incluso hoy, pervivan más como
símbolo que como forma real de poder.
La esencia del enunciado libertario de la Revolución Francesa
La libertad proclamada como la primera categoría del tríptico
“Libertad, Igualdad y Fraternidad”, tiene, en primer lugar, un
propósito económico inequívoco. Este es la libertad de empresa. La
expresión francesa “laissez faire, laissez passer” que significa
“dejad hacer, dejad pasar”, se refiere a una completa libertad en
la economía: libre mercado, libre manufactura, bajos o nulos
impuestos, libre mercado laboral, y mínima intervención de los
gobiernos. La usó por primera vez Jean-Claude Marie Vicent de
Gournay, fisiócrata del siglo XVIII, contra el intervencionismo del
gobierno en la economía. Responde a la consolidación de la
burguesía y la forma capitalista de producción que ya en el seno de
la propia sociedad feudal venía gestándose.
Si bien lo antedicho es, desde la dinámica histórica, el sustento
esencial del enunciado libertario, no por serlo se puede negar su
sentido humanista que da pie a las luchas de los pueblos por el
ejercicio efectivo de los derechos humanos y a sus conquistas, las
mismas que cobraron fuerza y vigor con las guerras independentistas
de América Latina y, a posteriori, la descolonización de las
naciones africanas.
Mito y verdad sobre el ejercicio de la libertad de expresión
Entre las formas de manifestarse la libertad está la de expresión,
por la cual la Humanidad ha batallado. Tomamos el título de un
programa de TV para referirnos al tema. En el Artículo 19 de la
“Declaración Universal de los Derechos Humanos” se lee: “Todo
individuo tiene derecho a la libertad de opinión y expresión; este
derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el
de investigar y de recibir informaciones y opiniones, y el de
difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de
expresión.” Según la enciclopedia Wikipedia “El derecho a la
libertad de expresión es defendido como un medio para la libre
difusión de las ideas, y así fue concebido durante la Ilustración.
Para filósofos como Pach, Montesquieu, Voltaire y Rousseau la
posibilidad del disenso fomenta el avance de las artes y las ciencias
y la auténtica participación política. Fue uno de los pilares de
la Guerra de la Independencia de los Estados Unidos y la Revolución
Francesa, hechos que revolvieron las cortes de los demás estados
occidentales”. Los enunciados anteriores constituyen el deber ser.
En la práctica, tal libertad de expresión se ve seriamente
limitada, y aun coartada, por el hecho evidente de que quienes pueden
ejercerla son los poseedores de los vehículos para expresarse: los
mass media. A nivel mundial –y por supuesto en nuestra pequeña
ínsula- los grandes medios de comunicación: prensa escrita, radio,
televisión están en manos de los poderosos empresarios, por lo que
se convierte en quimera la libertad de expresión por parte de las
personas de a pie, de los trabajadores cuyos derechos son vulnerados,
de los perseguidos políticos, de las minorías étnicas relegadas.
La contrapartida: los medios difunden verdades a medias, información
sesgada, a menudo tergiversada, junto con artículos de opinión al
servicio, casi siempre, del status quo. Y entonces ¿Qué disenso y
qué debate puede darse –como lo soñaron los enciclopedistas– si
se cierran las puertas a la opinión del pueblo llano? Hay que añadir
que la libertad de expresión ha sido también fuertemente conculcada
por los gobiernos del llamado “socialismo real” que, aun sin
representar al poder económico concentrador, impidieron la crítica
a errores y actos de corrupción. Hechos, unos y otros, que
configuraron su proceso degenerativo y su colapso.
Breve reseña de la libertad empresarial
El “axioma” de que el mercado se autorregula pudo ser convincente
al comienzo del desarrollo capitalista, cuando era efectiva otra
libertad económica: la libre competencia. Sin embargo, la naturaleza
acumuladora y concentradora del capital –ésta sí una ley propia
del sistema– echa por la borda a semejante libertad. Los
monopolios, por mucho que se haya legislado contra ellos, han
prevalecido a lo largo de los últimos siglos de vigencia pujante del
capitalismo y prevalecen hoy. A nivel local ¿quiénes acaparan el
comercio exportador de banano, café o cacao? ¿Hay una real
competencia entre los pequeños productores con los grandes
empresarios que, por lo demás, les acorralan a aquellos para
obligarlos a deshacerse de sus pequeños predios? ¿Quiénes, en el
mundo, acaparan en grandes trusts la comunicación por la red o la
telefonía celular? La economía mundial está en manos de las
gigantescas transnacionales del petróleo, de la industria
automotriz, de la de las armas. Y, de este modo, la libertad de
empresa sólo es un instrumento que invariablemente echa mano del
abuso, del atropello, de la explotación inmisericorde de la mano de
obra para enseñorearse en el mercado, contando con el poder político
que protege al grande, hasta el punto de elaborar leyes como aquellas
que legitiman mayor explotación, a través de maquilas,
tercerizadoras, flexibilización laboral. Esta última, eufemismo que
oculta la supresión drástica de derechos de los trabajadores.
El fracaso de la libre empresa, como forma de convivencia civilizada
en el mundo económico ha tenido expresión en las crisis cíclicas
del capitalismo. De las que se destacan: el crack de los años
treinta, antesala de la Segunda Guerra Mundial, crisis para salir de
la cual encontró la inevitable intervención del Estado, tras las
formulaciones del economista inglés John Maynard Keynes. Y la
reciente, gestada en el corazón del sistema, los EE. UU. de
Norteamérica fruto de ese proceso degenerativo del capitalismo,
llamado neoliberalismo, entre cuyas características está esa
aberración: el capital financiero especulativo, creador de las
famosas burbujas que, tras estallar, han llevado al pueblo
norteamericano a un proceso de empobrecimiento por un paro laboral
cuya solución está lejos de avizorarse, pese a la nueva
intervención del Estado, que incluso procedió a estatizar
determinados sectores de la banca privada. Crisis cuyos efectos,
obviamente, se hacen sentir en el mundo entero. La famosa “libre
empresa” llevada a sus extremos por el capitalismo salvaje
–calificativo del papa Juan Pablo II– significó, ni más ni
menos, que la agresión brutal del sistema a los pueblos del mundo y
cuyo punto de partida teórico-práctico es la filosofía económica
de Milton Friedman, premio Nobel de Economía, gestor de ese monstruo
llamado por la investigadora canadiense Naomi Klein, la Doctrina del
shock. Para información de ustedes, el gurú de la economía y su
equipo, asesoraron a Pinochet para el diseño de su política
económica consistente en privatizar todas las empresas del Estado,
bajar drásticamente los salarios de los trabajadores y suprimir
muchos de sus derechos laborales. Junto con ello, reprimir sin
contemplaciones las protestas. Lo hizo en Indonesia, asesorando al
gobierno fascista de Suharto, lo que costó un millón de muertos al
atormentado archipiélago. Friedmann asesoró, igualmente, a Deng
Tsiao Ping y su pandilla, para la aplicación de la liberación
económica del sistema en China, lo que condujo a la matanza de Tien
An Men: la mayoría de los asesinados obreros que se oponían a las
medidas económicas restauradoras del capitalismo, pero que la prensa
occidental tergiversó al señalar que su protesta era por más
democracia. Los ejemplos sobran: Friedmann o sus pupilos asesoraron a
los dictadores argentinos, a los gorilas uruguayos, a Lech Walesa,
cuyo gobierno trató sinceramente de organizar la economía polaca
hacia el verdadero socialismo, pero que fue torcida por el esquema
económico neoliberal. Demás está decir que fue el inspirador de la
agresión a Irak, bajo el pretexto, entre cínico e hipócrita, de
implantar la democracia. (Léase Naomi Klein. La Doctrina del Shock.
El auge del capitalismo del desastre). En resumidas cuentas: la libre
empresa llevada a sus extremos, por la naturaleza consustancial al
capitalismo, avasallando los derechos y las libertades de los pueblos
del mundo, con todas las medidas legitimadas por los “científicos”
de la economía, el genocidio incluido.
La libertad anhelada. ¿Utopía remota o realidad factible?
El sueño libertario comienza por la posibilidad de dar fin a la
angustia del ser humano por su supervivencia. De ahí que todo
comienza por la seguridad material, entendida ésta no como la
abundancia edénica, sino como la sobria pero indispensable
satisfacción de sus necesidades. Ello implica:
Ejercicio efectivo del derecho al trabajo y, junto con ello, justa
remuneración que permita una vida digna.
Derecho a la salud y a la educación otorgadas por el Estado.
Derecho a la libre expresión de sus ideas, al culto religioso o a la
proclama de su pensamiento filosófico laico, ateo, panteísta o
agnóstico.
Derecho al descanso y al disfrute sano de la Naturaleza.
Derecho a acceder a todos los bienes de la cultura: el arte, la
ciencia, la literatura, la música, las artes plásticas.
Derecho a la libre circulación por el mundo entero.
Todo lo cual ha de tener su correlato en la erradicación de la
explotación de unos seres humanos por otros. Y que sólo será
posible en la medida en que la razón prevalezca sobre la estupidez
humana, expresada ésta, sobre todo, en la agresión brutal a la
Naturaleza por quienes no reparan en saquearla y envenenarla con tal
de acumular riqueza. Será posible cuando se revierta la prevalencia
de unas leyes económicas nombradas fatales, y se la reemplace por el
diseño inteligente y ético de un futuro de integración del ser
humano con la Naturaleza, de la justa distribución de la riqueza y
de una investigación científica destinada al bien común y nunca
más a la destrucción, la opresión y la muerte. ¿Utopía lejana o
realidad tangible? Las presentes generaciones tienen la palabra.
Por la verdad científicamente comprobada.
Fuente:
https://academiafrancmasonicaecuatoriana.wordpress.com/2009/07/16/aplicacion-social-del-principio-de-libertad/#more-304