sábado, 22 de octubre de 2016

ANTONIO JOSÉ DE SUCRE, EL HÉROE MAGNÁNIMO.(Por Jorge Núñez Sánchez)

Resumen: Sucre nació en Venezuela, en 1795. Estudió ingeniería militar, a los pensadores liberales europeos y los hechos de la Revolución Francesa. Con su familia se sumó desde niño a la lucha por la idependencia y a los 17 años fue nombrado Comandante de Artillería. Fue parte del Estado Mayor de Miranda, migró a las Antillas, volvió a Venezuela y peleó en múltiples batallas, mientras morìan a manos realistas tres hermanos y muchos familiares cercanos. Fue ascendido a General de Brigada en 1819 y Bolívar lo nombró Jefe del Estado Mayor y Ministro de Guerra. Negoció con los españoles el Tratado de Regularización de la Guerra de 1820 en el que se manifestaron sus ideas humanistas masónicas. Además fue un genio guerrero aunque alternó triunfos y derrotas. Fue ascendido a General de división tras su triunfo en Pichincha y luego de Junìn y Ayacucho el Congreso peruano lo designó “Gran Mariscal de Ayacucho”. Bolìvar tuvo para él elogiosas expresiones. Como vencedor victorioso fue noble, magnánimo, generoso y humanitario, reflejo de su espìritu masònico. Como Intendente de Quito fundó “El Monitor”, primer periódico republicano y la logia “Luz del Pichincha”. En Bolivia fue electo su primer Presidente, nacionalizó los bienes de la Iglesia, se interesó en dar libertad a los esclavos, repartir tierras a los indios, promover la educación y la cultura, y atender a los huérfanos. Creó la logia “Hiram” de La Paz y redactó personalmente sus estatutos. Consta como anexo un ideario suyo, en forma de frases tomadas de cartas y otros escritos.


Antonio José de Sucre nació en Cumaná, Venezuela, el 3 de febrero de 1795. hijo de don Vicente de Sucre y doña Manuela de Alcalá. Huérfano de madre a los 7 años, su padre, que era militar, le orientó a continuar la carrera de las armas. Fue así que recibió instrucción y estudió ingeniería militar en la Universidad de Caracas. Pero también era un apasionado lector de los pensadores liberales europeos y de los hechos de la Revolución Francesa.


Siendo todavía un niño se incorporó a la lucha por la independencia, junto con toda su familia. Por su bravura y dotes militares, a los 17 años fue nombrado Comandante de Artillería y poco después formó parte del Estado Mayor de Francisco de Miranda, migrando a las Antillas tras la capitulación de éste. Pero en 1813 volvió a Venezuela en la expedición del general Mariño, peleó en múltiples batallas, al frente del Batallón Zapadores, mientras morían a manos de los realistas sus hermanos Pedro, Vicente y Magdalena y otros 14 parientes cercanos suyos.


En 1815 peleó con el Cuerpo de Ingenieros en la defensa de Cartagena de Indias y luego de la derrota emigró a Haití. Trató de volver a su país y naufragó, siendo salvado por unos pescadores, luego de lo cual regresó a Venezuela e hizo las duras campañas de 1816 y 1817, siendo ascendido a General de Brigada en 1819. Poco después, Bolívar lo nombró Jefe del Estado Mayor y Ministro de Guerra y le encargó negociar con los españoles el Tratado de Regularización de la Guerra (1820).


Si hasta entonces había brillado por su talento militar, desde entonces empezó a brillar por su otra gran cualidad: su magnanimidad. Y es que este joven y brillante general era también un destacado masón, formado en la escuela moral de la tolerancia, la benignidad y la generosidad humana. Fue así que incluyó en ese Tratado, escrito de su propia mano, frases y conceptos como éstos:


Deseando los Gobiernos de España y de Colombia manifestar al mundo el horror con que ven la guerra de exterminio que ha devastado hasta ahora estos territorios, convirtiéndolos en un teatro de sangre;… conforme a los principios más liberales y filantrópicos, … han convenido y convienen en los siguientes artículos:


Artículo 2º Todo militar o dependiente de un ejército … se conservará y guardará como prisionero y respetado conforme a su grado, hasta lograr su canje.


Artículo 4º Los militares o dependientes de un ejército, que se aprehendan heridos o enfermos en los hospitales o fuera de ellos no serán prisioneros de guerra, y tendrán libertad para restituirse a las banderas a que pertenezcan luego que se hayan restablecido.


Interesándose tan vivamente la humanidad en favor de estos desgraciados que se han sacrificado a su patria y a su gobierno, deberán ser tratados con doble consideración y respeto que los prisioneros de guerra y se les prestará por lo menos la misma asistencia, cuidados y alivios que a los heridos y enfermos del ejército que los tenga en su poder.


Artículo 7º Originándose esta guerra de la diferencia de opiniones;… y deseando economizar la sangre, cuanto sea posible, se establece que los militares o empleados que … hayan desertado de sus banderas y se aprehendan alistados bajo las banderas del otro, no pueden ser castigados con pena capital. Lo mismo se entenderá con respecto a los conspiradores y desafectos de una y otra parte.


Artículo 11º Los habitantes de los pueblos que alternativamente se ocuparen por las armas de ambos gobiernos, serán altamente respetados, gozarán de una extensa y absoluta libertad y seguridad, sean cuales fueren o hayan sido sus opiniones, destinos, servicios y conducta, con respecto a las partes beligerantes.”


Bolívar dirá que este instrumento regularizador representa “el más bello monumento a la piedad aplicada a la guerra”.


Sucre era un genio de la guerra. En Popayán, en 1821, mediante maniobras hábiles salvó al ejército colombiano de una derrota segura. En el actual Ecuador, alternó triunfos y derrotas en sus intentos de subir de la Costa hacia la Sierra, pero luego cambió de táctica, avanzó por la Sierra Sur, usó la caballería argentina de Lavalle para derrotar a la caballería española en Riobamba, y luego alcanzó el espléndido triunfo de Pichincha, que le valió ser ascendido a General de División. En el Perú, organizó el ejército libertador desde sus cimientos, entrenando tropas, fabricando armas y uniformes, organizando hospitales y transportes, luego de lo cual fue a buscar a los españoles en la Sierra andina, donde primero arrasó con su caballería en las pampas de Junín y finalmente los derrotó en Ayacucho, con un ejército patriota que equivalía a poco más de la mitad del realista. En acto de justicia, el Congreso del Perú lo designó “Gran Mariscal de Ayacucho”.


Admirado de su genio y de sus virtudes, Bolívar dijo de él:


Sucre es caballero en todo, es la cabeza mejor organizada de Colombia, es metódico y capaz de las más altas concepciones. Es el mejor General de la República y el primer hombre de Estado. Sus ideas son excelentes y fijas, su moralidad ejemplar, grande y fuerte su alma.


Sabe persuadir y conducir a los hombres. …. A todo esto añadiré, que el gran Mariscal de Ayacucho es valiente entre los valientes, leal entre los leales, amigo de las leyes y no del despotismo, partidario del orden, enemigo de la anarquía, y finalmente, un verdadero estandarte del espíritu libre.”


Pero este guerrero victorioso fue también el más noble y magnánimo de los triunfadores. Pese a que los realistas habían exterminado a casi toda su familia, fueron notables su generosidad y humanidad con los vencidos.


Tras el triunfo de Pichincha, dispuso que los oficiales realistas “conservarán sus armas, equipos y caballos y que aquellos que deseen pasar a España serán conducidos por cuenta del Gobierno de Colombia hasta La Habana”. Tras la victoria de Ayacucho, se comprometió a respetar las vidas y propiedades de los realistas y a transportar a costa de la República a cuantos españoles quisieran regresar a su Patria.


En todos esos actos relucía su espíritu masónico, expresado en forma de piedad y fraternidad humana, y de búsqueda de progreso para los pueblos.


Mientras fue Intendente de Quito, fundó el primer periódico republicano de esta ciudad, “El Monitor”, instaló en ella la “Sociedad Económica” y fundó la logia masónica “Luz del Pichincha”. Luego, fundó en Cuenca una Corte de Justicia y promovió la educación pública en el Azuay, elevando de 7 a 20 el número de escuelas.


También fue significativa su obra en la naciente República de Bolivia, de la que fue electo primer Presidente. Allí organizó la hacienda pública y de la administración del país, nacionalizó los bienes de la Iglesia, se interesó en dar libertad a los esclavos, repartir tierras a los indios, y especialmente en promover la educación y la cultura. En 1826 decretó la creación de colegios de ciencias y artes, de institutos para huérfanos y huérfanas en todos los departamentos, así como el establecimiento de escuelas primarias en todos los cantones de la república. Paralelamente, creó la logia “Hiram” de La Paz, y redactó personalmente sus estatutos.


Así fue este guerrero admirable, libertador de pueblos, masón de elevadas cualidades morales y promotor de los Derechos Humanos.


ANEXO: IDEARIO DE ANTONIO JOSÉ DE SUCRE


Estoy resuelto, no obstante todo, a obedecer ciegamente y con placer a Ud. (1917. A Bolívar).


El honor y la reputación de que el hombre es justamente celoso. (1819. A Carlos Soublette).


En el mismo año, el bien de la patria que tanto nos cuesta. (A Carlos Soublette).


Espero que este año vamos a Quito y que yo dedicar mis días a esos países que sin conocerlos amo sobremanera. (1820. A Francisco de Paula Santander).


Anegada la América en lágrimas y sangre, inundada por torrentes de crímenes y de horrores en la más destructora guerra, pedía al Dios de la Justicia un término a sus males. (1821. A Salvador Jiménez, Obispo de Popayán).


Nunca son esclavos pueblos que resuelven ser libres. (1821. Proclama en el Cuartel General de Guaranda).


Yo renuncio los honores y aun la gloria al bien de la patria. (1821. A Santander).


Siendo una misma la causa de los americanos es una misma nuestra patria. (1821. A José de Espinar).


Los indios serán considerados en adelante como ciudadanos de Colombia; y los tributos que hacían la carga más pesada y degradante a esta parte desgraciada de la América, quedan abolidos con arreglo a los decretos del Congreso Nacional. (1822. Decreto en Cuenca).


(Me inclino por) un gobierno que aun en las circunstancias apuradas de la guerra no quiera que los ciudadanos sean mandados solamente por jefes militares ni están privados de los recursos que las leyes les conceden para reclamar en los tribunales de justicia contra los agravios que les infieran los otros magistrados. (1822. A Pedro Briceño Méndez).


En breve el reposo y la paz serán los primeros bienes que gozarán estos países, después que la República les ha dado independencia y libertad. (1822. Al Ministro de Guerra y Marina).


Al cabo de doce años de horrores y catástrofes, veamos levantarse majestuosamente, desde las cumbres de Pichincha, la aurora brillante de la paz. (1822. Al Ayuntamiento de Latacunga).


El primer pueblo que desde el Ecuador dio el primer grito de la libertad, debe ser el primero que enseñe si es posible que la misma libertad reclama principios moderados para que jamás la licencia sea su término. (1822. Sesión del Cabildo de Quito).


Puedo asegurar que mi intención ha sido lo más recta y sana, sólo quiero exigir a V.S.M./. que desprendiéndose de respetos particulares, y unido sólo a sus obligaciones en beneficio del pueblo, representen a S.E. contra los defectos de mi mando; porque amigo de la patria más que de mí mismo, mi ser complaciente ser conducido a la vía de la justicia, y observar que hay en el departamento ciudadanos vigilantes que sean el escollo de la arbitrariedad; y que el gobierno contenga a los magistrados que se desvíen de las leyes. (1822. Al Cabildo de Quito).


Todos los peligros con los enemigos no valen nada; pero la menor disensión interior me molesta a lo infinito. (1823. A Francisco de Paula Santander).


Tomar medidas fuertes y severas para restablecer la moral y la subordinación del ejército. (1823. A Bolívar).


No podemos ver con ojos indiferentes la pérdida de compañeros de armas que en doce años han justificado ser acreedores a todo cuidado y consideración. (1823. Al Ministro de Guerra del Perú).


Si estas disensiones continúan con el aspecto que les observo, mi único partido ser restituir a su patria los soldados colombianos, para evitarles la deshonra de empañar sus armas en guerras civiles. (1823. Al Congreso del Perú).


Los destinos sin el honor son más bien el vilipendio que la dignidad del hombre. (1823. A Bolívar).


Las gentes han debilitado mucho su patriotismo, y es menester suplirlo con la fuerza. Los resultados justificarán las medidas violentas a que nos veamos obligados. (1824. Al coronel F. del P. Otero).


La traición y la perfidia me irritan hasta desesperarme. (1824. A Bolívar).


La causa de la justicia puede sufrir desgracias y reveses, pero nunca Se pierde. (1824. Al coronel Román Antonio Desa).


Ni he aspirado, ni he pretendido, ni esperado ningún ascenso: mi deseo ha sido servir a la Patria. (1824. A Bolívar).


El ejército es la patria, porque, perdido o disgustado el ejército, se perdió la república. (1825. Al Prefecto de Arequipa).


Toda intervención de la fuerza armada en las deliberaciones de esta Asamblea, hará nulos los actos en que se mezcle el poder militar. (1825. Decreto en La Paz).


Las provincias denominadas del Alto Perú quedarán dependientes de la primera autoridad del ejército libertador, mientras una asamblea de diputados de los pueblos delibera de la suerte de ellas. (1825. Decreto en La Paz).


El recuerdo de las acciones heroicas de los hombres muertos por la Patria es una lección de importancia para los vivos. (1825. Decreto en La Paz).


La educación es el origen de los buenos magistrados y ciudadanos. (1825. Decreto en La Paz).


Siendo sincero por carácter, le diré que no deseo estar mucho tiempo en este país, porque veo que se me obliga a conservar algún mando, y no puedo conocer bien el manejo de los pueblos para poder encargarme de alguna parte de su administración. El mando del ejército lo tendría porque en él sí puedo hacer algo. (1825. A Bolívar).


Estoy resuelto a llevar en una mano las leyes y en otra la espada que refrene a los malvados. (1825. A la Municipalidad de Cochabamba).


Sé que esos indios están prohibidos de comerciar ellos mismos los frutos, o porque el gobierno se los priva o porque alguna costumbre lo exija así. De hecho queda quitada esa prohibición y los indios en aptitud de llevar sus frutos donde quieran, de ir y venir a comerciar donde les dé la gana, y de vender sus cosas a quienes gusten. (1825. Al coronel José Videla).


Todos mis embarazos habrían cesado resolviéndome a dirigir el Alto Perú por un gobierno militar; pero ni éste es propiamente un gobierno, ni yo podía presentar a los primeros hijos de la revolución las leyes de la milicia como los bienes que ellos esperaban de nuestra victoria. (1825. Memoria a la Asamblea de Bolivia).


La administración de justicia, sin la cual no puede haber sociedad, recibir todas las mejoras de que es susceptible. (1825. Memoria a la Asamblea de Bolivia).


La parte (de bienes) que debiera tocarme a mí… se la den a las viudas e hijos de los soldados muertos en Ayacucho. (1825. Al general Santacruz).


Los principios del gobierno están opuestos a toda especie de desigualdades entre los ciudadanos por su nacimiento. (1826. Decreto en Chuquisaca).


La buena educación es un caudal mucho mayor que los bienes de fortuna. (1826. A Narcisa Márquez viuda de Sucre).


Como la calumnia y la ingratitud están de moda, es menester dejar que el tiempo y los hechos desengañen a los que quieren engañar. (1826. Carta a Mariano Serrano).


El más fácil medio de aumentarse la población, es promover la inmigración y que ésta no se obtiene sin garantías sociales, e invitando a todos los hombres a venir a Bolivia a profesar el culto de la libertad. (1826. Decreto en Chuquisaca).


Los indígenas, esa parte originaria de nuestro pueblo, la más digna del goce de los beneficios de la independencia, oprimida todavía por la costumbre de humillarlos, han sido rescatados en gran parte de los ultrajes con que eran tratados; pero ellos no están aún en la dignidad de los hombres. Toda la fuerza del Gobierno para arrebatarlos de la injusticia y del crimen no ha bastado para volver a esta clase infortunada de su condición y abatimiento. Su abyección en tres siglos de esclavitud los ha sumergido en males de que sólo podrá sacarlos el cuerpo legislativo, y la ejecución de las medidas y decretos del Gobierno en su favor y en el de su educación. (1826. Mensaje al Congreso Constituyente de Bolivia).


Persuadido que un pueblo no puede ser libre, si la sociedad que lo C01l1pone no conoce sus deberes y sus derechos, he consagrado un cuidado especial a la educación pública. (1826. Mensaje al Congreso Constituyente de Bolivia).


Ofrecí mi espada y mis servicios para sostener las leyes y colocar la república al abrigo del desorden como de la tiranía. (1826. Al aceptar la Presidencia Provisional de Bolivia).


La justicia y su decoro reclaman que yo tenga la misma responsabilidad a que hayan de estar sometidos los otros por el desempeño de su administración. (1826. Nota al Presidente del Congreso Constituyente de Bolivia).


Este Congreso (el de Bolivia) marcha bien; todo lo hace de buena fe y yo tan lo creo así que aunque algunas veces rechazan los proyectos del Gobierno no me molesto en nada, porque acaso tendrán razón puesto que ellos conocen bien el país y porque esto prueba que tienen libertad para hacer lo que les parece en el desempeño de sus funciones. (1826. Carta a Andas de Santa Cruz).


Ver de planificar el sistema constitucional y las más esenciales leyes para que mi sucesor encuentre el país en mejor estado. (1826. A Bolívar desde Chuquisaca).


El 28 de octubre se verificó la elección de Presidente Constitucional: el Congreso me dio unánimemente sus votos y los del pueblo… Yo he creído de mi deber y conciencia no aceptar tal puesto; y últimamente dije al Congreso, por respuesta final, que ejercería la Presidencia hasta la reunión del primer Congreso Constitucional el año 28; y que más allá no. (1826. A Santa Cruz desde Chuquisaca).


La ingratitud es el peor de los vicios; y cuando se ejerce por puro placer aumenta sus grados de maldad. (1827. A Santander).


Todas las lisonjas, todos los halagos de la carrera pública, no valen ni un momento del encanto que da al alma una buena familia. (1827. Al general Aguirre).


La manía politiqueadora se ha introducido en la fuerza armada. Este es un presente que nos ha venido de allá. Pobres países donde la fuerza armada delibera. (1827. A Santander).


Es indudable que el que ataca a los intereses de su patria borra toda acción noble. (1827. A Santa Cruz).


Nuestros edificios políticos están construidos sobre arena; por más solidez que pongamos en las paredes, por más adornos que se les hagan no salvamos el mal de sus bases. Es la mayor desgracia conocerlo y no poderlo remediar. (1827. A Bolívar).


Muy bellas son las teorías que defendemos en América. Ojalá se practiquen. (1827. A Bolívar).


La virtud más bien se inspira que se manda. (1827. Reglamento Orgánico para los Colegios de Ciencias y Artes de Chuquisaca).


Deseo la paz porque la necesitan los pueblos. (1828. A Bolívar).


Llevo la señal de la ingratitud de los hombres en un brazo roto, cuando hasta en la guerra de la independencia pude salir sano. (1828. A Bolívar).


Preferiría mil muertes antes que por mí se introdujese en la América el ominoso derecho del más fuerte. Que ningún pueblo americano dé el abominable ejemplo de intervención. (1828. Al general Agustín Gamarra).


La victoria protege a los que se conducen con honor. (1828. Mensaje al Congreso de Bolivia). .


Nada sería más peligroso a las libertades públicas que el dar legitimidad a los actos de un poder inconstitucional que, por lo mismo, es una usurpación y una transgresión de las leyes. (1828. Mensaje al Congreso de Bolivia).


Siguiendo los principios de un hombre recto, he observado el de que en política no hay ni amistad ni odio, ni otros deberes que llenar, sino la dicha del pueblo que se gobierna, la conservación de sus leyes, su independencia y su libertad. (1828. Mensaje al Congreso de Bolivia).


Ningún pueblo está obligado a someterse a leyes destructivas sino mientras la fuerza puede oprimirlo. 1828. A Flores).


Si fuere necesario ver mil veces la muerte bajo los puñales parricidas, véase y perezcamos también, porque moriremos con honra, mientras que en la anarquía desapareceríamos con ignominia. (1829. A Bolívar).


(Tomado de “Presencia viva de Antonio José de Sucre 1795-1830”, La palabra del Gran Mariscal, Caracas, Ediciones del Ministerio de la Secretaría de la Presidencia de la República, 1980.)



Fuente: https://academiafrancmasonicaecuatoriana.wordpress.com/2012/05/24/antonio-jose-de-sucre-el-heroe-magnanimo/#more-473

¡MATARON A ELOY ALFARO! (Por Pedro Saad Herrería)

Resumen: En la obra inédita “La Patria nuestra de cada día” (2008) nuestro hermano Pedro Saad relata sucesos históricos cual si fuesen noticias de ese entonces. Esta “noticia” corresponde al 28 de enero de 1912, hace 100 años, y se refiere al asesinato del ex Presidente y líder de la Revolución Liberal Eloy Alfaro. En ella reproduce testimonios de historiadores de distintas tendencias como Alfredo Pareja Diezcanseco y Wilfrido Loor, y de contemporáneos como José Peralta, González Suárez y Manuel Andrade, para dar cuenta de tal vez el hecho de mayor barbarie cometido en nuestro país, en el que turbas azuzadas y fanatizadas, al grito de ¡Viva la Religión! y ¡Mueran los Masones!, asesinaron, arrastraron e incineraron a Eloy Alfaro y sus compañeros. No se trata de una “noticia” y un hecho histórico sobre el que pueda mostrarse indiferencia por lo que entre los testimonios se incluye el repudio y la vergüenza.


Mejores plumas que la nuestra se han referido ya a los trágicos sucesos de este domingo, 28 de enero de 1912, de modo que, aunque sea saltarse el tiempo y violar el estilo de este Calendario, dejemos que hablen esas plumas. Primero, don Alfredo Pareja Diezcanseco…[1]


Duelen estas páginas de nuestra Historia: están llenas de sangre, de vergüenza, de humillación. Las más elementales garantías humanas fueron rotas. Los peores instintos quedaron en libertad. El pudor político, la regla civilizada, la generosidad del vencedor, la reputación de la República, el honor militar, la norma ética, todo, todo cayó arrastrado por el torrente de la barbarie”.


Hacia el mediodía, llevados desde Guayaquil llegaron Alfaro y sus compañeros a Quito, y fueron conducidos al panóptico.


Don José Peralta cuenta lo ocurrido…


Llegado el general Eloy Alfaro a la celdilla que le habían preparado, pidió algo en qué sentarse, aunque no fuese sino un cajón; y, no habiendo sido atendida su petición, tendiose sobre el desnudo y polvoriento suelo, y arrimó la cabeza contra el muro.


En seguida, dirigiéndose a un oficial le dijo: ‘quiero que me acompañen Medardo o Páez, para que no se me calumnie después de muerto’.


El ilustre anciano creía que los verdugos se contentarían con una sola víctima, y quería un testigo que relatase lo acontecido en sus últimos momentos; que certificase que había caído como los antiguos héroes de Grecia y Roma, envuelto en su dignidad como único y brillante sudario”.


Pero, se había decidido sumar escarnio al crimen, y el Viejo Luchador, ya inerme y derrotado, fue privado incluso de sus pertenencias íntimas.


Incluso un opositor veraz, Wilfrido Loor, lo reconoce…


Las prendas de Eloy Alfaro se repartieron así: el chaleco blanco y el reloj de oro fueron tomados por Miguel Flores. El bastón de oro con su monograma, por Cevallos. El sombrero, por Francisco Naranjo, y uno de los broches de la camisa por Tobías Negrete.


El reloj y el broche fueron vendidos en 50 y en 8 sucres, respectivamente, al director del Penal”.


Todo estaba listo para la brutal orgía de sangre, que había sido anticipada el 18 de este mes con el arrastre de Belisario Torres en la capital y con el asesinato del general Montero en Guayaquil, el jueves 25.


El ilustrísimo González Suárez, quien no se atrevió a intervenir, constata…


El pueblo fue instigado eficazmente con antelación. El domingo, el panóptico fue invadido no sólo por la puerta, sino por los muros laterales y los muros traseros del edificio”.


¿Pudo defenderse la cárcel? ¿Pudieron preservarse siquiera los rudimentos de la legalidad?


El historiador Pareja da su opinión…


El panóptico pudo haberse defendido fácilmente. Es una fortaleza. Mas todo estuvo preparado para el asalto macabro…


Al grito de ¡Viva la Religión! y ¡Mueran los Masones! se celebró el satánico sacrificio.


Con el ruido se levantó don Eloy e increpó a los soldados. El cochero del gobierno, un tal José Cevallos, lo golpeó, y luego le disparó un tiro en la frente. Cayó el anciano. El general Ulpiano Páez, con una pistola que había logrado ocultar en su bota, quiso vengar a don Eloy y mató a un soldado, defendiéndose luego, hasta que perdió la vida.


Flavio Alfaro también luchó como pudo, agarrándose a la baranda de hierro, pero le punzaron los dedos con puñales, y lo lanzaron de lo alto al pavimento.


Al periodista Luciano Coral (‘para que no hables más, hereje’) – amarrado, y mientras hacía movimientos desesperados con los ojos– le cortaron la lengua.


Y todos: don Eloy, Medardo, Flavio, Páez, Serrano, Coral, desnudos, robados, enrojecidos de puñaladas; unos todavía con aliento; otro, ya con el vidrio de la muerte en la mirada, fueron arrastrados con sogas, al grito ululante de los posesos, de las carcajadas diabólicas, del clamor bestial del hartazgo, hasta El Ejido, donde se alzó la pira.


Bailaron allí los caníbales; se lanzaron unos a otros los miembros apedazados; apararon en el aire los órganos viriles de aquellos ‘herejes’; se disputaron huesos y carnes; lamieron la sangre de los puñales; alzaron las voces enronquecidas en el goce de lúbricos y primitivos ritos de carnicería”.


El visitante colombiano Manuel de Jesús Andrade estuvo presente. El cuenta que “un chiquillo o chacalín hacía flamear, en asta improvisada, la quijada con la blanca barba del general Eloy Alfaro. Espantosos los cadáveres; literalmente cosidos a puñaladas; descuartizados órgano por órgano; chorreados los intestinos”.


Cuenta Peralta que, a las siete de la noche, mientras “bandadas de perros lamían aún la sangre de las víctimas o roían sus tostados huesos, el gobierno celebraba la horrible matanza con música: las bandas militares acudieron por la noche a la Plaza de la Independencia, e insultaron la consternación pública con las más alegres tocatas”.


El colombiano Andrade, testigo casual de todos los hechos, no pudo contener sus furias…


¡Lástima que no llueva fuego del cielo! ¡Lástima que Dios ya no se aíre! ¿O es que dormía Dios, arrullado por la orgía en que fueron victimados los seis prisioneros? ¿Fuéle grata la fiesta que tuvo por remate la incineración de los cadáveres? Dios, católico, apostólico, quiteño… ¿Hay algo igual en ferocidad consciente en la Historia de tu Humanidad?”


Con la vergüenza que debe hacer renacer la esperanza hemos de poner fin a este relato de cómo terminó el más hermoso capítulo de la Historia de la Libertad en nuestra Patria.


Para saber más…


Hoy que ha desaparecido de entre nosotros necesitamos más que nunca una reedición de “La Hoguera Bárbara”, que don Alfredo Pareja Diezcanseco consagró a la vida del Viejo Luchador.


Nota:


[1] El 3 de febrero de 1912 el Ministro (embajador) de Chile en Ecuador, don Víctor Eastman Cos, envió a su Cancillería un extenso oficio reservado, dando cuenta de los hechos.



Fuente: https://academiafrancmasonicaecuatoriana.wordpress.com/2012/01/28/mataron-a-eloy-alfaro/#more-298