FORD NEWTON
Las doctrinas masónicas son más bellas de lo que parece, pues en ellas alienta la sencillez de las épocas primitivas, animada por el amor a un Dios martirizado. La palabra que traducen los puritanos por CARIDAD, pero que en realidad es AMOR, es la piedra angular que sostiene todo el edificio de la ciencia mística. Amarse, enseñarse, ayudarse recíprocamente, es toda nuestra doctrina, toda nuestra ciencia, toda nuestra ley. Nosotros no queremos mezquinos prejuicios; nosotros no excluimos de nuestra sociedad a ninguna secta, porque sólo pretendemos que los hombres adoren a Dios, sin preocuparnos por el nombre que le den ni de la forma de culto que le rindan. ¡Hombres ignorantes y fanáticos, injuriadnos si queréis, porque los que escuchan las verdades que inculca la Masonería os lo perdonarán!. Es imposible ser un buen masón si antes no se es un hombre bueno.
Winwood Reade, The Veil of Isis.
LA GRAN LOGIA DE INGLATERRA
Un día, San Francisco de Asís oyó decir a un antiguo crucifijo bizantino: “Reconstruye mi Iglesia que se está desmoronando”. San Francisco colocó primero una lámpara ante el Cristo; luego, creyó interpretar mejor la exhortación y quiso edificar un templo, y finalmente, llegó a percibir toda la trascendencia de la idea, y pensó que él había de ser la piedra fundamental de una Iglesia nueva y purificada. Y, lanzando al viento sus riquezas y su prestigio, recorrió los caminos de Umbría, para alejar a los hombres de la podredumbre de la lujuria y atraerlos al sendero de la pureza, de la compasión y de la alegría, haciendo de su vida un poema y una fuerza, y de su fe una visión, en la que el mundo era amor y compañerismo.
La vida de este santo es una perfecta parábola de la historia de la Masonería. Antiguamente, los masones construyeron las grandes catedrales, arrastrando piedras y dibujando triángulos, cuadrados y círculos a los que asignaban elevados significados místicos. Pero la Morada del Alma no puede construirse con ladrillos ni piedras, porque es una casa que las manos no han levantado, sino los pensamientos, esperanzas, oraciones, sueños y actos de justicia de los hombres abnegados y libres; morada, al fin, que erigió la sed de verdad, el amor a Dios y la lealtad de la humanidad. Y llegó un día en que los masones dejaron sus piedras y se convirtieron en hombres de otra especie, sin dejar por eso de edificar, pero valiéndose de verdades en vez de instrumentos; de dramas, en vez de dibujos, y levantando un templo a la evolución de la humanidad.
I
La organización de la Gran Logia de Inglaterra, acaecida en el año 1717, fue por todos conceptos un hecho importantísimo, que no solamente constituye la línea divisoria entre el ayer y el mañana siendo el comienzo de una nueva era, sino que también es poste en la historia de la humanidad. Basta con estudiar esta primera Logia, con las influencias de su ambiente, los hombres que la compusieron y las constituciones que adoptó, para percatarse de que fue el principio de un movimiento importantísimo. La Asamblea de 1717 adquiere mayor viso cuando se la estudia en el marco de su época, tal como la revelan los Diarios de Fox y Wesley. Cuando los hombres de la famosa Asamblea se irguieron como profetas de la libertad de creencias y de la rectitud de vida, parecían haber llegado la religión y la moral al nadir de la degradación (No podemos dejar en el olvido a esa noble dinastía de almas amplias y liberales del siglo XVII formada por los John Hales, Chillingsworth, Whichcote, John Smith, Henry More, Jeremy Taylor – que en su Liberty of Prophesing, definió el principio de la tolerancia con soberana elocuencia -, Sir Thomas Browne y Richard Baxter, hombres santos, equilibrados, de carácter dulce, que huyeron de todos los extremismos y siguieron el sendero medio de la sabiduría y de la caridad.
También Milton fue de los que enseñaron la tolerancia en aquella época de fanatismos. Véase Seventeenth Century Men of Latitude, E. A. George).
Es necesario hacer un poderoso esfuerzo de imaginación para poder concebir la decadencia de aquella época, tal como la describió el obispo de Litchfield en un sermón pronunciado ante la Sociedad de Reforma de las Costumbres en el año 1724. La lascivia, la embriaguez y la degeneración habían infectado a todas las clases sociales. Cometíanse con frecuencia insólita horribles asesinatos, y los libros obscenos hallaban favorable acogida. Los ricos eran viciosos e indiferentes; los pobres, tan miserables trabajando, como bastos y crueles jugando. El Obispo Burnet escribía en el año 1713 que los clérigos “eran incomprensiblemente ignorantes”. La religión parecía haber desaparecido, pues bastaba mencionarla para provocar la risa. Wesley, aún joven, no predicaba todavía su evangelio purificador. Y no nos asombra que el obispo Butler se retirara a su castillo desesperado, viendo que, por una parte, el vacío formulismo y las estúpidas polémicas dogmáticas, y por otra, el fanatismo, la intolerancia y los feudos interminables se habían adueñado del mundo.
Pero la Masonería renació después del incendio de Londres ocurrido en 1666, cobrando nueva vida y pasando por un período de transición, o, mejor dicho, de transfiguración. Porque, por ejemplo, cuando comparamos la Masonería del 1688 con la del año 1723, descubrimos que ha sufrido algo más que un renacimiento. Compárense las instrucciones que se refieren a la religión en los Antiguos Estatutos - algunos de los cuales se lograron librar del estigma de la Iglesia – (Por ejemplo el Manuscrito de Cooke, el más antiguo quizás de todos ellos, el de W. Watson y el Cork núm. 4. Es sorprendente que a pesar de la supremacía de la Iglesia, se puedan encontrar evidencias de lo que el doctor Mackey llamó la misión primitiva de la Masonería, o sea, de la conservación de la creencia en la unidad de Dios. Estos manuscritos no sucumbieron ante la teología de la Iglesia y sus invocaciones nos recuerdan más bien al Dios de Isaías que los decretos del Concilio de Niocea) con los mismos artículos de las Constituciones del año 1723 y el resultado será sorprendente. En las Antiguas Obligaciones o estatutos se dice: “Tu primera obligación consiste en ser fiel a Dios y a su Santa Iglesia, no incurriendo en ningún error o herejía”.
Pero las obligaciones de 1723 dicen:
“Es deber de todo Masón obedecer la ley moral. El Masón que comprenda verdaderamente su arte no será nunca un Ateo estúpido ni un irreligioso libertino. Aunque antiguamente se obligaba a los Masones a pertenecer a la religión del país o nación en que viviesen, se ha creído ahora más acertado el que acepten la única religión en que todos los hombres están de acuerdo, dejándoles en libertad de formar Opinión por sí mismo. Esta religión consiste en ser hombres buenos, veraces, honrados y honestos. Por esta razón es la Masonería el Centro de Unión y el Medio que concilia la verdadera Amistad entre personas que habrían permanecido a perpetua distancia”.
Esta declaración tendría hoy día un gran valor; pero, cuando se considera que fue escrita en 1723 entre crudos rencores e intolerancias inimaginables, se comprende que constituya un hecho memorable de la historia humana. El hombre que escribió este documento es digno de la veneración y el agradecimiento de la raza. Los partidismos inexorables en religión y política formaban la alternativa de una tiranía eclesiástica que permitiese cierta libertad de creencias, o de una tiranía doctrinal que consintiese alguna libertad en el culto. Triste dilema en verdad.
Pero, en medio de aquellos extremismos antagónicos, aparecieron los masones que abjuraron de las dos tiranías y se declararon campeones de ambas libertades (Toland en su Socratic Society, publicada en 1720, que es de lo menos griego que imaginarse pueda, quizás trató de describir las Logias masónicas. Por lo menos, las fiestas fraternales de su sociedad, sus toma y daca en las preguntas y respuestas, su aversión a la ley de la fuerza física y a las creencias religiosas obligadas y su odio a los credos, como, asimismo, su carácter tolerante y blando, y el amor fraternal que manifestaban entre sí los socios de la Sociedad Socrática, nos recuerdan el espíritu y los hábitos de los masones actuales), mientras los católicos y protestantes, anglicanos y puritanos, calvinistas y arminianos sostenían una guerra mortal dando al viento sus maldiciones de odio. Los hombres de amplias ideas, acorralados por la estrechez de los credos y de los rituales, se irguieron pidiendo libertad y caridad.
A pesar de que las diferencias de credo no representaban nada en ella, la Masonería tuvo en alta estima a la religión y entonces, como ahora, proclamó más firmemente que nadie la creencia en la existencia de Dios y en la inmortalidad del alma, únicos artículos de fe no inventados por los hombres. Por esta razón se abrían y cerraban los trabajos de las Logias con la frase “Gran Arquitecto del Universo”; y, cuando se reunía una Logia en tenida fúnebre en recuerdo de algún hermano, se decía que éste “ha pasado al Oriente eterno”, a la región de donde viene la luz y la esperanza. No siendo sectarios en materia religiosa, los Masones no tomaban tampoco partido en la política, y tenían como fundamento común el amor a la patria, el respeto a la ley y al orden y el deseo de que mejorase el bienestar de la humanidad. Creemos que ahora es tiempo oportuno para exponer las diferentes teorías existentes sobre el orden de la Masonería en general y la organización de la Gran Logia de Inglaterra, en particular. Son las siguientes:
Primera: que todo tiene por base el templo imaginario de Salomón descrito por Lord Bacon en su utopía “La Nueva Atlántida”, a pesar de que Bacon no dice que el templo sea una casa, sino un estado ideal.
Segunda: que el objeto de la Francmasonería y el origen del Tercer grado fue la restauración de Carlos II al trono de Inglaterra, suponiéndose que los Masones, que se llamaban a sí mismos “Hijos de la Viuda”, declaraban con esta frase su lealtad a la Reina.
Tercera: que la Francmasonería fue fundada por Oliver Cromwell para derrotar a los realistas.
Y cuarta: que los Francmasones son una derivación de la Orden del Temple. Hasta el mismo Lessing sostuvo esta teoría pero, luego, dejó de defenderla.
Ni que decir tiene que todas estas teorías son extremadamente absurdas. El escritor De Quincey las debate una por una en su “Inquiry in to the Origin of the Freemasons”, a la cual ha añadido su teoría favorita del origen Rosacruz de la orden, cayendo en un extremo tan disparatado como los que trata de combatir (De Quincey’s Works, vol. XVI).
La primera Gran Logia se fundó sobre esta base, base sobre la cual descansa también la Masonería actual, la cual sostiene que la unidad de espíritu es preferible a la uniformidad de opinión, y que, allende la grande y sencilla “religión en que todos los hombres están de acuerdo”, no hay dogma que valga lo que un acto caritativo.
II
Vamos a ver ahora cuál fue la organización de la primera Gran Logia. No sabemos cuantas logias existieron durante aquel período en Londres e ignoramos si las unía otro lazo que el de sus secretos esotéricos y sus costumbres. Tampoco sabemos si todas las Logias de Londres fueron invitadas a tomar parte en el movimiento. Desgraciadamente, las actas de la Gran Logia no comienzan hasta el 24 de junio de 1723, y la única historia de los acontecimientos es la que se encuentra en el Nuevo Libro de las Constituciones del Dr. James Anderson, editado en 1738. Aunque James Anderson es solamente testigo de los sucesos, su libro tiene el valor de haber sido aprobado por la Gran Logia. Su relato es tan breve que podemos transcribirlo íntegro:
“El Rey Jorge I entró en Londres el día 20 de septiembre de 1714 y, cuando terminó la rebelión en el año 1716, las pocas Logias existentes en Londres creyeron conveniente, en vista de la negligencia de Sir Cristóbal Wren, unirse a las órdenes de un Gran Maestre, que había de ser el centro de Unión y Armonía. Las Logias que se reunían fueron:
1.- En la cervecería del Ganso y de la Parrilla del Cementerio de la Parroquia de San Pablo.
2.- En la cervecería de la Corona, situada en el callejón de Parker, cerca del callejón de Drury.
3.- En la taberna del Manzano, situada en la calle de Charles, en Convent-Garden.
4.- En la taberna del Ron y de las Uvas, situada en Channel-Row, Wetsminster.
Estos y algunos otros antiguos hermanos se reunieron un día en la taberna del Manzano, y poniendo de presidente al Maestro Masón más antiguo (llamado ahora Maestro de la Logia), se constituyeron en Gran Logia pro Tempore, en Debida Forma, reanudando en el acto las relaciones trimestrales entre los Oficiales de las Logias, y resolviendo celebrar una Asamblea anual y un banquete y nombrar de entre ellos un Gran Maestre, hasta que tuvieran el Honor de tener por Jefe a algún Hermano Noble.
De acuerdo con esta resolución, se celebraron la asamblea y el banquete de los Masones libres y aceptados en la cervecería del Ganso y de la Parrilla, el día de San Juan Bautista, del tercer año del reinado de Jorge I, es decir, en 1717.
Antes de la comida, el Maestro Masón más antiguo (ahora Maestro de la Logia), que ocupaba la presidencia, propuso una lista de candidatos; y los hermanos eligieron por mayoría de manos Caballero Gran Maestre de los Masones al Sr. D. Antonio Sayer, (y Vigilantes al carpintero Jacob Lamball y al capitán Joseph Elliot), quien fue en el acto investido con las insignias correspondientes a su cargo por el citado Maestro más antiguo, siendo instalado y felicitado debidamente por la Asamblea, que le rindió homenaje.
El Gran Maestre Sayer ordenó a los Maestros y Vigilantes de las Logias que se reunieran con los Grandes Oficiales todos los trimestres en el lugar que él determinaría en las citaciones enviadas por mediación del Guardatemplo”.
Tal es el único anal o acta que conservamos de la fundación de la Gran Logia de Inglaterra. Preston y otros escritores no tuvieron otros datos que el que acabamos de transcribir para describir los acontecimientos, aunque quizás los datos que Preston añade puede haberlos adquirido de hombres que hubieran presenciado la fundación de la Gran Logia. Todas las investigaciones hechas para descubrir quiénes estuvieron presentes además de los tres oficiales nombrados, han fracasado, habiéndose descubierto únicamente un antiguo libro llamado Multa Paucis que asegura haber sido seis y no cuatro las logias representadas. Así, pues, al considerar estos datos a la luz de nuestros conocimientos sobre la Masonería de aquel período, se nos sugieren varias cosas:
Primero: la organización de la Gran Logia no fue una revolución, sino un renacimiento de las Asambleas anuales y trimestrales, nacidas, sin duda, de la necesidad de una acción común, para el bienestar del Oficio. No eran, pues, ninguna innovación; pero, como dice Anderson en una nota, “debían reunirse trimestralmente según la antigua costumbre”, de modo que la tradición había llegado a ser autoritaria en tales asuntos. Aún quedan los vestigios de estas antiguas costumbres en la celebración de banquetes el día de San Juan (Mucho se ha escrito sobre los banquetes celebrados los días de San Juan Bautista y de San Juan Evangelista, sin llegar a ninguna demostración concluyente. Como ya sabemos, los Colegios Romanos adoptaban como patronos a antiguas deidades paganas, que fueron substituidas por santos o mártires de la orden de constructores al advenir el cristianismo. Nunca ha podido aclararse la causa de que los masones eligieran los dos Santos Juanes en vez de Santo Tomás, patrón de la arquitectura. Pero, indudablemente, estas dos fiestas que se celebran en los solsticios de verano y de invierno, son reminiscencias de la religión de la Luz de la que nació la Masonería y, por lo tanto, son más antiguas que el cristianismo), en la democracia de la Orden, la costumbre de votar levantando la mano, en su deferencia al Maestro Masón más antiguo, en la costumbre de utilizar insignias de oficio (La insignia consistía en un gran mandil blanco tal como se ve representado en el cuadro de Hogarth titulado La Noche. Las bandas tenían la misma forma que las que actualmente se usan, aunque eran un poco más cortas. No se sabe fijamente cuándo se cambió el color de las bandas en azul, pero parece ser que no fue antes del año 1813, en que empiezan a verse bandas y mandiles ribeteados de azul – Véase el capítulo que trata de “Las Vestiduras e Insignias” de la obra Things a Freemason Ouhgt to Know, de J. W. Crowe -. En el año 1727 se ordenó a los oficiales de las logias privadas o subordinadas que llevaran las insignias colgando de un mandil blanco. Y en 1731 el Gran Maestre se investía con joyas de oro o doradas que pendían del cuello por medio de cintas azules y con un blanco delantal ribeteado de seda azul) y en su ceremonia de instalación, todo lo cual se hacía en logias que estaban a cubierto de oídos y miradas extrañas.
Segundo: se ve claramente que, en vez de realizar un plan deliberado de organización de la masonería en general, la Gran Logia se limitó al principio únicamente a Londres y Westminster (Esto se deduce del libro de las Constituciones de 1723, en el que se dice que se ha hecho para “usarse en las Logias de Londres”. A continuación siguen los nombres de los Maestros y Vigilantes de las veintidós Logias, todas las cuales radican en Londres. Al principio no se pensó en imponer la autoridad de la Gran Logia al país en general y mucho menos al mundo entero. Más tarde haremos una breve exposición de su desarrollo. – Consúltense The Foundation of Modern Masonry, de G. W. Speth en las A.
Q. C., II, 86 y la Historia de la Masonería de Gould, vol. III -), con la intención de que la cooperación y la fraternidad fueron más íntimas entre las logias. Esta iniciativa nació de la misma orden y no fue en modo alguno impuesta desde fuera; y tan grande era su necesidad, que no tardaron en añadirse eslabones a la cadena hasta “dar la vuelta al mundo entero”.
Tercero: de las cuatro logias que tomaron parte en la Gran Logia sólo una - la del Ron y las Uvas- tenía mayoría de Masones aceptados, estando las otras tres constituidas por Masones activos o del oficio de la construcción (History of the Four Lodges, de R. F. Gould. Al parecer la logia del Ganso y de la Parrilla, núm. I, es la única que todavía subsiste, pues, después de haber sufrido varios cambios, se la conoce actualmente con el nombre de Lodge of Antiquity, núm. 2). Así pues, el movimiento fue originado predominantemente por los Masones activos o por hombres que lo habían sido y no, como muchos han afirmado, por un grupo de hombres que trataba de valerse de los restos de la Masonería activa para explotar una filosofía oculta. Es también digno de tenerse en cuenta que la mayor parte de los jefes del movimiento fueron Masones Aceptados y miembros de la Logia del Ron y de las Uvas, a la cual pertenecían, además del historiador Dr. Anderson, Jorge Payne y el Dr. Desaguliers, segundo y tercer Grandes Maestres de la Gran Logia, respectivamente. En 1721 fue elegido presidente el duque de Montagu, sentándose desde entonces en el Oriente algunos miembros de la nobleza, hasta que se estableció la costumbre de nombrar Gran Maestre de los Masones de Inglaterra al Príncipe de Gales (Royal Masons, por G. W. Speth).
Cuarto: ¿Por qué razón fue la Masonería el único de todos los oficios y profesiones que después de haber terminado su obra, conservó no sólo su identidad de organización, sino también sus antiguos emblemas y costumbres, transformándolas en instrumentos de religión y de rectitud?. Las catedrales habían sido terminadas hacía ya mucho tiempo o se habían dejado sin terminar; el alma de la arquitectura gótica estaba muerta y se despreciaba este estilo; y la ocupación de Maestro Masón había desaparecido, siendo substituida por arquitectos que, como Wren e Iñigo Jones, no se habían educado en las Logias, sino que se habían hecho en los libros o viajando. ¿Por qué no murió entonces la Francmasonería al mismo tiempo que las guildas o no se agrupó en forma de una asociación de trabajadores?. Seguramente esta es la mejor prueba de que la Orden no fue tan sólo una orden de arquitectos dedicados a erigir iglesias, sino una fraternidad moral y espiritual, cuya misión consistía en guardar los grandes símbolos y enseñar las verdades inmortales. La historia de la Masonería no puede explicarse de otro modo, puesto que esta es la única clave que descifra su pasado y hace comprensible su carácter.
Claro que no podemos ahora relatar detalladamente la historia y desenvolvimiento de la Gran Logia, pero nos limitaremos a exponer los acontecimientos más salientes. En 1719 empezaron los masones a coleccionar y cotejar las Antiguas Obligaciones o Constituciones góticas, destruyendo algunas para impedir que cayeran en manos extrañas. En 1721 el Gran Maestre creyó que las Antiguas Obligaciones eran inadecuadas, y ordenó al Dr. Anderson que las recopilara para formular un reglamento de las Logias. Anderson obedeció, porque, al parecer, hacía ya tiempo que había emprendido esa labor, y quizás fuera él mismo quien se la sugirió al Gran Maestre. Más tarde se nombró un comité de cuatro “ilustrados hermanos”, con objeto de que examinaran el reglamento y emitieran un informe. El comité enmendó algunas cosas, ordenando entonces el Gran Maestre su publicación y apareciendo por fin el reglamento a fines del año 1723. En la primera edición no se da, sin embargo, relación alguna de la organización de la Gran Logia. Esta relación no parece haberse añadido hasta la edición de 1738. No sabemos hasta qué punto influyó el Gran Maestre Payne en la confección de este reglamento; pero de todos modos, el mérito principal debe atribuirse al Dr. Anderson, quien sí es el verdadero autor del artículo antes citado en el que se fija la actitud religiosa de la Orden, artículo que es uno de los más grandes documentos de la humanidad, cuyo valor sería enorme si fuera cierto que lo había escrito un sacerdote, merecería la gratitud de la Orden y de la Humanidad (Leemos en el Gentlmen's Magazine de 1783 que el Dr. Anderson nació en Escocia - no se dice en qué lugar - y que, durante muchos años, fue ministro de la Iglesia Presbiteriana de Swallow Street, Piccadilly, teniendo fama entre los que profesaban esta Confesión. Sus amigos lellamaban “el Obispo Anderson”. Él se casó con la viuda de un oficial del ejército, la cual le dio un hijo y una hija. A pesar de ser un hombre ilustrado - compiló las Royal Genealogies, las cuales fueron su flaco -, fue algo imprudente en los negocios, perdiendo casi todas sus propiedades en el año 1720. Se ignora si se inició masón antes de llegar a Londres. Lo único que se sabe es que intervino en el movimiento de la Gran Logia, ingresando en ella en el año 1721. En los últimos años de su vida sufrió muchas desventuras, aunque no se sabe de qué género. Murió en 1739. Sus apologistas exageraron quizás su extraordinaria cultura, pero de todos modos fue hombre noble y utilísimo – Historia de la Masonería, por Gould, vol. III -). El Libro de las constituciones, que todavía constituye el fundamento de la Masonería, ha sido editado numerosas veces y está al alcance de todo el mundo.
Otro suceso notable, acaecido en la Gran Logia, es el plan realizado en 1724 para recoger fondos de Caridad General con destino a los Masones que se encontraban en la miseria. Propuesto por el Conde de Dalkeith, tuvo favorable acogida, y es curiosa coincidencia que el primer Gran Maestre Sayer fuera uno de los primeros en demandar protección. No consta en las actas si se le auxilió en aquel momento; pero, sin embargo, conocemos las cantidades de dinero que se votaron para ayudarle en 1730 y 1741. La Comisión de Beneficencia llegó a tener gran importancia, por lo cual se acordó por unanimidad en 1730 que ella despachara los asuntos que no pudiera resolver convenientemente la Asamblea trimestral, y, además, que todos los Maestros de las Logias regulares, junto con todos los Grandes Oficiales, presentes, pasados y futuros, fueran miembros de la Comisión. Más tarde se otorgaron tales poderes a esta Comisión, que dio motivo a protestas y a que se recurriera a la Gran Logia. Obsérvese que la Comisión de Beneficencia realizaba uno de los ideales de la Orden: ayudar a los necesitados, ya pertenecieran o no a la Masonería.
III
Una vez más hemos de volver a tratar de la tan debatida cuestión de los orígenes del Tercer Grado. También aquí los hombres de estudio han estado buscando por todas partes los motivos de este grado, y parece lo lógico que, al fracasar por completo, se hubieran fijado en el único lugar en que podían tener la esperanza de descubrirlos: o sea en la Masonería. Pero no ha sido así, sino que han creído que los místicos, ocultistas, alquimistas, cabalistas y hasta los Vehmgerichte fueron quienes fundaron la Masonería.
Habiendo tratado tantas veces este asunto, el autor cree oportuno fijar su posición actual, por temor de ser tildado de materialista o enemigo del misticismo. El autor ha estudiado los grandes místicos con verdadero fervor, como lo prueban sus dos libros “El Cristo Eterno” y “Enseñanzas de los Santos”, pero una cosa es el misticismo y otra la mistificación, pudiéndose definir el primero de las siguientes maneras:
Primera: se entiende por misticismo el sentimiento de un Mundo Invisible, del cual somos ciudadanos, la creencia en Dios, en el alma y en que todas las formas vivas y bellas son símbolos de cosas más sublimes que ellas. Es decir, que quienquiera que profese una religión que no sea sólo teoría o forma, es ya místico, existiendo entre él y los grandes místicos sólo una diferencia de grado.
Segunda: el misticismo no es patrimonio exclusivo de un grupo de adeptos, sino que es innato al alma humana, constituyendo lo que al hombre le separa de la animalidad. Todo el que ora o eleva su pensamiento al cielo se inicia en el eterno misticismo, que es fuerza y solaz de la vida humana.
Tercera: los Masones de la antigüedad fueron hombres religiosos y, por lo tanto, participaron de la gran experiencia humana de las cosas divinas, no necesitando aprender el misticismo de labios de los Maestros Ocultos. Aquellos masones vivían y trabajaban a la luz del misticismo, que resplandecía en sus símbolos, como en todos los símbolos que tienen algún significado bello. El misticismo es el alma de los símbolos, porque cada emblema es un esfuerzo hecho para expresar una realidad demasiado sublime para que pueda manifestarse por medio de la palabra.
Así, pues, la Masonería es tan mística como la poesía, el amor, la fe, la oración y todo lo que hace amable la vida; pero su misticismo es sano y natural y no fantástico, irreal
o desequilibrado. Claro que estas palabras son importantes como todo lenguaje hablado para describir la Masonería, por eso se sirve ella de parábolas, representaciones y símbolos. El autor rechaza todas las teorías de los cabalistas y rosacruces, porque no existe razón alguna para creer que ayudaran a la formación de la Masonería.
Hagamos ahora una relación sucinta de los hechos. Nadie niega que se pensara con frecuencia en el templo de Salomón durante la organización de la Gran Logia, lo cual sucedió también mucho antes, como lo demuestra la obra de Bacon Nueva Atlántida, publicada en 1597 (Seventeenth Century Description of Salomon’s Temple, por el Profesor S. P. Johnston de la A. Q. C., XII, 135). Este templo hebreo preocupó a hombres tan sobresalientes como Broughton, Selden, Lightfoot, Walton, Lee y Prideaux, pero no tanto por su simbolismo como por la forma de su construcción, de la cual llegó a Londres un modelo de Templo Judah durante el reinado de Carlos II (Transactions Jewish Historical Society of England, vol. II). Y lo mismo ocurrió en el continente, de modo que la gente no cesó de interesarse por el Templo de Salomón durante toda la Edad Media. La Masonería fue la institución que más se interesó por el templo, pues como dice Jaime Fergusson, el historiador más autorizado sobre arquitectura: “No existe quizás otra construcción del mundo antiguo que haya despertado tanta atención desde que fue destruida, como el Templo que Salomón erigió en Jerusalén, reconstruido por Herodes. Durante la Edad Media influyó este Templo en alto grado en la forma de las iglesias cristianas, sirviendo sus particularidades de santo y seña entre las asociaciones de constructores” (Diccionario de la Biblia, de Smith, “Templo”). De modo que se cae por su base la teoría de que el interés que experimentaba la gente de aquella época por el templo fuera una novedad, y de que su significado simbólico fuera entonces aceptado por la Masonería.
Se dice también que no existen vestigios de la leyenda de Hiram y menos aún de la tragedia relacionada con el Templo. ¿Por qué razón, entonces, decimos nosotros, son las dos tan antiguas como el templo y por qué dice la leyenda rabínica que “todos los obreros fueron muertos para que no pudieran levantar otro templo dedicado a la idolatría, y hasta el mismo Hiram fue subido al cielo como Enoch”? (Enciclopedia Judía, artículo “Francmasonería”. – Véanse también los Builder’s Rites, de G. W. Speth). El Talmud tiene muchas variantes de la leyenda. ¿En dónde podría haberse conservado más intacta y viva la leyenda del Templo que en la orden religiosa de los Masones?. ¿Es acaso sorprendente que si era un secreto sagrado se encuentren tan pocos referentes en la literatura posterior a la edificación del Templo?. Ya hemos visto que la leyenda de Hiram se guardó con tanto secreto que hasta 1841 no se supo que la conservaba la Compañía Francesa, la cual la aprendió sin duda de los Francmasones. Claro que esta leyenda no se trasladó al papel jamás, pero dentro de la Orden se transmitió por tradición oral (El Dr. Anderson trata bastante extensamente en el libro de las Constituciones de la construcción del Templo, incluyendo una nota sobre la significación del nombre Abif que, como se recordará, no se encuentra en la Versión autorizada de la Biblia, y a continuación dice
“dejamos por decir aquello que no se debe, ni se puede manifestar por medio de la escritura”. Es increíble que él pudiera hacer que adoptaran los masones un nombre y una leyenda desconocidos para ellos. ¿Habría él tenido, si hubiera sido así, tan favorable acogida por parte de los antiguos masones que se esforzaban en conservar los antiguos usos y costumbres de la masonería?). Parece cosa natural que la leyenda del Maestro-Artista que proyectó el templo de Salomón, correspondiera al Grado de Maestro. ¿Cómo comprender entonces que, si no se reservaba esta leyenda para el Grado de Maestro, se aludiera a ella sólo de un modo velado en las Antiguas Obligaciones leídas a los aprendices?. ¿Para qué velar el nombre si no ocultaba ningún secreto?. El motivo y objeto del Tercer Grado eran manifiestamente masónicos, y no hay necesidad de buscar su tradición fuera de la orden para darse cuenta de ello.
Alberto Pike comete el error de creer que un núcleo de hombres pertenecientes a una de las cuatro logias de 1717 “se reservó para sí la autoridad del Tercer Grado con objeto de introducir los símbolos herméticos en la masonería; ellos crearon la división en tres grados para propagar sus doctrinas entre quienes podían aceptarlas, veladas en símbolos, dando a los demás vulgares explicaciones morales” (Carta a Gould: Touching Masonic Symbolism). Lo que no se comprende es por qué establecieron una serie de grados para ocultar lo que deseaban mantener secreto. Esta teoría se parece mucho a la de que muchas de las doctrinas impuestas a la Masonería se organizaron para ocultar la verdad más bien que para enseñarla. Pero, ¿era necesario acaso que la Masonería fuera a buscar en otra historia y tradición diferente de la suya las verdades y símbolos herméticos?. Se ignora si Hermes fue un hombre o un mito, pero lo cierto es que fue una gran figura de los Misterios Egipcios y que se le llamó el padre de la sabiduría (Hermes y Platón, de Eduardo Schuré). ¿En qué consistió su sabiduría?. Por los fragmentos que aún conservamos de sus doctrinas se deduce que consistía únicamente en una moral y una fe espirituales y elevadas, enseñadas por medio de visiones y rapsodias utilizando los números como símbolos. ¿Constituía esa sabiduría una novedad para los masones?. Indudablemente que no, puesto que el mismo Hermes fue uno de los héroes de la orden, según se habrá visto en las Antiguas Obligaciones, donde ocupa un lugar de honor junto a Euclides y Pitágoras. ¿Qué necesidad había de salir de la masonería para buscar la pura fuente de la doctrina hermética?. Los miembros de la Gran Logia fueron adeptos, sin duda alguna, pero
únicamente adeptos masónicos que trataban de sacar a la luz el templo sepultado de la Masonería y revelarlo en forma adecuada a su belleza, sin que los ocultistas se sirvieran de ella para explotar su concepto particular del universo.
¿Quiénes fueron los hombres inteligentes que, según Pike, crearon el Tercer Grado de la Masonería?. La tradición señala a Desaguliers, el ritualista de la Gran Logia, del cual dice Lyon que fue “el cabecilla y co-creador de la masonería simbólica” (Historia de la Logia de Edimburgo). Sin embargo, Lyon exagera al elogiarle, a pesar de que Desaguliers es tan digno de alabanza como Anderson y Payne, quienes, según parece, colaboraron con él. (Steinbrenner, con Findel, cree que el Tercer Grado fue una pura invención y, para demostrarlo, cita un párrafo de la Ahiman Rezon de Lawrence Dermott. Además asegura que Anderson y Desaguliers “fueron acusados públicamente de haber creado el tercer grado, lo cual jamás han negado ellos” (Historia de la Masonería, cap. VII). Pero, si tenemos en cuenta que no fueron acusados de esto hasta que llevaban ya mucho tiempo descansando en sus tumbas, no nos asombrará su silencio. El Dr. Mackey denomina a Desaguliers “Padre de la Masonería Especulativa”, y le atribuye principalmente la actual existencia de la orden como institución viva (Enciclopedia de la Francmasonería). Esto es ir demasiado lejos, aunque Desaguliers se merece muchos honores. El Dr. J. T. Desaguliers fue un clérigo protestante francés, cuya familia emigró a Inglaterra después de la revocación del Edicto de Nantes. Se graduó en el Colegio de la Iglesia Cristiana de Oxford en 1710, sucediendo a Keill como lector de Filosofía Experimental. Poseía grandes conocimientos de filosofía natural, matemáticas, geometría y óptica, habiendo dado conferencias ante el Rey en distintas ocasiones. Era muy popular en la Gran Logia, y sus notables cualidades oratorias impresionaban cuando confería un grado, lo cual quizás pueda explicar que haya sido acusado de inventarlos. Fue un masón leal y útil, que estudió la historia y el ritual de la orden, siendo elegido Tercer Gran Maestre de los Masones de Inglaterra. A semejanza de Anderson, pasó los últimos años de su vida en la pobreza y con grandes sufrimientos, pero estos últimos extremos no han podido demostrarse (Historia de la Masonería, de Gould, tomo III).
Pero lo cierto es que el Tercer Grado no se creó, sino que fue desarrollándose poco a poco como las grandes catedrales que no pueden atribuirse a un solo artista, sino a una orden de hombres que trabajaron bajo una unidad de propósito y de aspiraciones. Tan gradual e imperceptible fue el proceso de desarrollo del antiguo ritual descrito en el incunable Sloane, hasta su división en tres grados, ocurrida entre los años 1717 y 1730, que no puede fijarse su fecha exacta y menos aún atribuirse a uno o dos hombres únicamente. Por las actas de la Sociedad Musical sabemos que la logia establecida en la Cabeza de la Reina de la calle de Hollis, empleaba los tres grados en 1724. En 1727 se establece la costumbre de señalar una noche para el Grado de Maestro, habiéndose ya entonces complicado mucho el ritual.
No podemos dar más datos sobre este grado, pero sí diremos que los Masones, fatigados de las interminables luchas de sectas, se volvieron hacia los antiguos Misterios en busca de sus tradiciones, consistentes en la antigua, elevada y heroica creencia en Dios y en el alma del hombre como la única cosa inalcanzable en la tierra. Si, como dijo Aristóteles, la tragedia tiene por misión purificarnos y exaltarnos, llenándonos de piedad y de esperanza y fortificándonos contra las desventuras, permítasenos añadir que no existe en el mundo drama comparable con el del Tercer Grado de la Masonería, por su sencillez, profundidad y fuerza, por su capacitación de las realidades de la vida humana, su representación de la estupidez del mal y del esplendor de la virtud, su revelación del sentimiento de humanidad que nos arrebata hasta desafiar la muerte, dando hasta la vida antes de difamar, traicionar o profanar su integridad moral, y, además, porque anuncia la victoria de la luz sobre la oscuridad. Edmundo Booth dijo las siguientes palabras sobre la esencia de la tragedia:
“Jamás he encontrado leyenda tan sublime, tan real, tan magna como la leyenda de Hiram, a pesar de mis investigaciones y estudios de las obras maestras de Shakespeare para dar realidad a sus dramas en la escena mímica. La leyenda de Hiram es substancia sin sombra: el destino manifiesto de la vida, que no necesita describirse ni expresarse para causar una impresión imborrable a todo el que la llega a comprender. Ser el Venerable Maestro y poner toda mi alma en el trabajo, teniendo al candi dato por auditorio y a la logia por escenario, sería para mí mayor distinción que recibir los aplausos del público en todos los teatros del mundo”.
Fuente: TU PORTAL MASONICO