sábado, 22 de octubre de 2016

¡MATARON A ELOY ALFARO! (Por Pedro Saad Herrería)

Resumen: En la obra inédita “La Patria nuestra de cada día” (2008) nuestro hermano Pedro Saad relata sucesos históricos cual si fuesen noticias de ese entonces. Esta “noticia” corresponde al 28 de enero de 1912, hace 100 años, y se refiere al asesinato del ex Presidente y líder de la Revolución Liberal Eloy Alfaro. En ella reproduce testimonios de historiadores de distintas tendencias como Alfredo Pareja Diezcanseco y Wilfrido Loor, y de contemporáneos como José Peralta, González Suárez y Manuel Andrade, para dar cuenta de tal vez el hecho de mayor barbarie cometido en nuestro país, en el que turbas azuzadas y fanatizadas, al grito de ¡Viva la Religión! y ¡Mueran los Masones!, asesinaron, arrastraron e incineraron a Eloy Alfaro y sus compañeros. No se trata de una “noticia” y un hecho histórico sobre el que pueda mostrarse indiferencia por lo que entre los testimonios se incluye el repudio y la vergüenza.


Mejores plumas que la nuestra se han referido ya a los trágicos sucesos de este domingo, 28 de enero de 1912, de modo que, aunque sea saltarse el tiempo y violar el estilo de este Calendario, dejemos que hablen esas plumas. Primero, don Alfredo Pareja Diezcanseco…[1]


Duelen estas páginas de nuestra Historia: están llenas de sangre, de vergüenza, de humillación. Las más elementales garantías humanas fueron rotas. Los peores instintos quedaron en libertad. El pudor político, la regla civilizada, la generosidad del vencedor, la reputación de la República, el honor militar, la norma ética, todo, todo cayó arrastrado por el torrente de la barbarie”.


Hacia el mediodía, llevados desde Guayaquil llegaron Alfaro y sus compañeros a Quito, y fueron conducidos al panóptico.


Don José Peralta cuenta lo ocurrido…


Llegado el general Eloy Alfaro a la celdilla que le habían preparado, pidió algo en qué sentarse, aunque no fuese sino un cajón; y, no habiendo sido atendida su petición, tendiose sobre el desnudo y polvoriento suelo, y arrimó la cabeza contra el muro.


En seguida, dirigiéndose a un oficial le dijo: ‘quiero que me acompañen Medardo o Páez, para que no se me calumnie después de muerto’.


El ilustre anciano creía que los verdugos se contentarían con una sola víctima, y quería un testigo que relatase lo acontecido en sus últimos momentos; que certificase que había caído como los antiguos héroes de Grecia y Roma, envuelto en su dignidad como único y brillante sudario”.


Pero, se había decidido sumar escarnio al crimen, y el Viejo Luchador, ya inerme y derrotado, fue privado incluso de sus pertenencias íntimas.


Incluso un opositor veraz, Wilfrido Loor, lo reconoce…


Las prendas de Eloy Alfaro se repartieron así: el chaleco blanco y el reloj de oro fueron tomados por Miguel Flores. El bastón de oro con su monograma, por Cevallos. El sombrero, por Francisco Naranjo, y uno de los broches de la camisa por Tobías Negrete.


El reloj y el broche fueron vendidos en 50 y en 8 sucres, respectivamente, al director del Penal”.


Todo estaba listo para la brutal orgía de sangre, que había sido anticipada el 18 de este mes con el arrastre de Belisario Torres en la capital y con el asesinato del general Montero en Guayaquil, el jueves 25.


El ilustrísimo González Suárez, quien no se atrevió a intervenir, constata…


El pueblo fue instigado eficazmente con antelación. El domingo, el panóptico fue invadido no sólo por la puerta, sino por los muros laterales y los muros traseros del edificio”.


¿Pudo defenderse la cárcel? ¿Pudieron preservarse siquiera los rudimentos de la legalidad?


El historiador Pareja da su opinión…


El panóptico pudo haberse defendido fácilmente. Es una fortaleza. Mas todo estuvo preparado para el asalto macabro…


Al grito de ¡Viva la Religión! y ¡Mueran los Masones! se celebró el satánico sacrificio.


Con el ruido se levantó don Eloy e increpó a los soldados. El cochero del gobierno, un tal José Cevallos, lo golpeó, y luego le disparó un tiro en la frente. Cayó el anciano. El general Ulpiano Páez, con una pistola que había logrado ocultar en su bota, quiso vengar a don Eloy y mató a un soldado, defendiéndose luego, hasta que perdió la vida.


Flavio Alfaro también luchó como pudo, agarrándose a la baranda de hierro, pero le punzaron los dedos con puñales, y lo lanzaron de lo alto al pavimento.


Al periodista Luciano Coral (‘para que no hables más, hereje’) – amarrado, y mientras hacía movimientos desesperados con los ojos– le cortaron la lengua.


Y todos: don Eloy, Medardo, Flavio, Páez, Serrano, Coral, desnudos, robados, enrojecidos de puñaladas; unos todavía con aliento; otro, ya con el vidrio de la muerte en la mirada, fueron arrastrados con sogas, al grito ululante de los posesos, de las carcajadas diabólicas, del clamor bestial del hartazgo, hasta El Ejido, donde se alzó la pira.


Bailaron allí los caníbales; se lanzaron unos a otros los miembros apedazados; apararon en el aire los órganos viriles de aquellos ‘herejes’; se disputaron huesos y carnes; lamieron la sangre de los puñales; alzaron las voces enronquecidas en el goce de lúbricos y primitivos ritos de carnicería”.


El visitante colombiano Manuel de Jesús Andrade estuvo presente. El cuenta que “un chiquillo o chacalín hacía flamear, en asta improvisada, la quijada con la blanca barba del general Eloy Alfaro. Espantosos los cadáveres; literalmente cosidos a puñaladas; descuartizados órgano por órgano; chorreados los intestinos”.


Cuenta Peralta que, a las siete de la noche, mientras “bandadas de perros lamían aún la sangre de las víctimas o roían sus tostados huesos, el gobierno celebraba la horrible matanza con música: las bandas militares acudieron por la noche a la Plaza de la Independencia, e insultaron la consternación pública con las más alegres tocatas”.


El colombiano Andrade, testigo casual de todos los hechos, no pudo contener sus furias…


¡Lástima que no llueva fuego del cielo! ¡Lástima que Dios ya no se aíre! ¿O es que dormía Dios, arrullado por la orgía en que fueron victimados los seis prisioneros? ¿Fuéle grata la fiesta que tuvo por remate la incineración de los cadáveres? Dios, católico, apostólico, quiteño… ¿Hay algo igual en ferocidad consciente en la Historia de tu Humanidad?”


Con la vergüenza que debe hacer renacer la esperanza hemos de poner fin a este relato de cómo terminó el más hermoso capítulo de la Historia de la Libertad en nuestra Patria.


Para saber más…


Hoy que ha desaparecido de entre nosotros necesitamos más que nunca una reedición de “La Hoguera Bárbara”, que don Alfredo Pareja Diezcanseco consagró a la vida del Viejo Luchador.


Nota:


[1] El 3 de febrero de 1912 el Ministro (embajador) de Chile en Ecuador, don Víctor Eastman Cos, envió a su Cancillería un extenso oficio reservado, dando cuenta de los hechos.



Fuente: https://academiafrancmasonicaecuatoriana.wordpress.com/2012/01/28/mataron-a-eloy-alfaro/#more-298