Resumen:
En la obra inédita “La Patria nuestra de cada día” (2008)
nuestro hermano Pedro Saad relata sucesos históricos cual si fuesen
noticias de ese entonces. Esta “noticia” corresponde al 28 de
enero de 1912, hace 100 años, y se refiere al asesinato del ex
Presidente y líder de la Revolución Liberal Eloy Alfaro. En ella
reproduce testimonios de historiadores de distintas tendencias como
Alfredo Pareja Diezcanseco y Wilfrido Loor, y de contemporáneos como
José Peralta, González Suárez y Manuel Andrade, para dar cuenta de
tal vez el hecho de mayor barbarie cometido en nuestro país, en el
que turbas azuzadas y fanatizadas, al grito de ¡Viva la Religión! y
¡Mueran los Masones!, asesinaron, arrastraron e incineraron a Eloy
Alfaro y sus compañeros. No se trata de una “noticia” y un hecho
histórico sobre el que pueda mostrarse indiferencia por lo que entre
los testimonios se incluye el repudio y la vergüenza.
Mejores
plumas que la nuestra se han referido ya a los trágicos sucesos de
este domingo, 28 de enero de 1912, de modo que, aunque sea saltarse
el tiempo y violar el estilo de este Calendario, dejemos que hablen
esas plumas. Primero, don Alfredo Pareja Diezcanseco…[1]
“Duelen
estas páginas de nuestra Historia: están llenas de sangre, de
vergüenza, de humillación. Las más elementales garantías humanas
fueron rotas. Los peores instintos quedaron en libertad. El pudor
político, la regla civilizada, la generosidad del vencedor, la
reputación de la República, el honor militar, la norma ética,
todo, todo cayó arrastrado por el torrente de la barbarie”.
Hacia
el mediodía, llevados desde Guayaquil llegaron Alfaro y sus
compañeros a Quito, y fueron conducidos al panóptico.
Don
José Peralta cuenta lo ocurrido…
“Llegado
el general Eloy Alfaro a la celdilla que le habían preparado, pidió
algo en qué sentarse, aunque no fuese sino un cajón; y, no habiendo
sido atendida su petición, tendiose sobre el desnudo y polvoriento
suelo, y arrimó la cabeza contra el muro.
“En
seguida, dirigiéndose a un oficial le dijo: ‘quiero que me
acompañen Medardo o Páez, para que no se me calumnie después de
muerto’.
“El
ilustre anciano creía que los verdugos se contentarían con una sola
víctima, y quería un testigo que relatase lo acontecido en sus
últimos momentos; que certificase que había caído como los
antiguos héroes de Grecia y Roma, envuelto en su dignidad como único
y brillante sudario”.
Pero,
se había decidido sumar escarnio al crimen, y el Viejo Luchador, ya
inerme y derrotado, fue privado incluso de sus pertenencias íntimas.
Incluso
un opositor veraz, Wilfrido Loor, lo reconoce…
“Las
prendas de Eloy Alfaro se repartieron así: el chaleco blanco y el
reloj de oro fueron tomados por Miguel Flores. El bastón de oro con
su monograma, por Cevallos. El sombrero, por Francisco Naranjo, y uno
de los broches de la camisa por Tobías Negrete.
“El
reloj y el broche fueron vendidos en 50 y en 8 sucres,
respectivamente, al director del Penal”.
Todo
estaba listo para la brutal orgía de sangre, que había sido
anticipada el 18 de este mes con el arrastre de Belisario Torres en
la capital y con el asesinato del general Montero en Guayaquil, el
jueves 25.
El
ilustrísimo González Suárez, quien no se atrevió a intervenir,
constata…
“El
pueblo fue instigado eficazmente con antelación. El domingo, el
panóptico fue invadido no sólo por la puerta, sino por los muros
laterales y los muros traseros del edificio”.
¿Pudo
defenderse la cárcel? ¿Pudieron preservarse siquiera los rudimentos
de la legalidad?
El
historiador Pareja da su opinión…
“El
panóptico pudo haberse defendido fácilmente. Es una fortaleza. Mas
todo estuvo preparado para el asalto macabro…
“Al
grito de ¡Viva la Religión! y ¡Mueran los Masones! se celebró el
satánico sacrificio.
“Con
el ruido se levantó don Eloy e increpó a los soldados. El cochero
del gobierno, un tal José Cevallos, lo golpeó, y luego le disparó
un tiro en la frente. Cayó el anciano. El general Ulpiano Páez, con
una pistola que había logrado ocultar en su bota, quiso vengar a don
Eloy y mató a un soldado, defendiéndose luego, hasta que perdió la
vida.
“Flavio
Alfaro también luchó como pudo, agarrándose a la baranda de
hierro, pero le punzaron los dedos con puñales, y lo lanzaron de lo
alto al pavimento.
“Al
periodista Luciano Coral (‘para que no hables más, hereje’) –
amarrado, y mientras hacía movimientos desesperados con los ojos–
le cortaron la lengua.
“Y
todos: don Eloy, Medardo, Flavio, Páez, Serrano, Coral, desnudos,
robados, enrojecidos de puñaladas; unos todavía con aliento; otro,
ya con el vidrio de la muerte en la mirada, fueron arrastrados con
sogas, al grito ululante de los posesos, de las carcajadas
diabólicas, del clamor bestial del hartazgo, hasta El Ejido, donde
se alzó la pira.
“Bailaron
allí los caníbales; se lanzaron unos a otros los miembros
apedazados; apararon en el aire los órganos viriles de aquellos
‘herejes’; se disputaron huesos y carnes; lamieron la sangre de
los puñales; alzaron las voces enronquecidas en el goce de lúbricos
y primitivos ritos de carnicería”.
El
visitante colombiano Manuel de Jesús Andrade estuvo presente. El
cuenta que “un chiquillo o chacalín hacía flamear, en asta
improvisada, la quijada con la blanca barba del general Eloy Alfaro.
Espantosos los cadáveres; literalmente cosidos a puñaladas;
descuartizados órgano por órgano; chorreados los intestinos”.
Cuenta
Peralta que, a las siete de la noche, mientras “bandadas de perros
lamían aún la sangre de las víctimas o roían sus tostados huesos,
el gobierno celebraba la horrible matanza con música: las bandas
militares acudieron por la noche a la Plaza de la Independencia, e
insultaron la consternación pública con las más alegres tocatas”.
El
colombiano Andrade, testigo casual de todos los hechos, no pudo
contener sus furias…
“¡Lástima
que no llueva fuego del cielo! ¡Lástima que Dios ya no se aíre! ¿O
es que dormía Dios, arrullado por la orgía en que fueron victimados
los seis prisioneros? ¿Fuéle grata la fiesta que tuvo por remate la
incineración de los cadáveres? Dios, católico, apostólico,
quiteño… ¿Hay algo igual en ferocidad consciente en la Historia
de tu Humanidad?”
Con
la vergüenza que debe hacer renacer la esperanza hemos de poner fin
a este relato de cómo terminó el más hermoso capítulo de la
Historia de la Libertad en nuestra Patria.
Para
saber más…
Hoy
que ha desaparecido de entre nosotros necesitamos más que nunca una
reedición de “La Hoguera Bárbara”, que don Alfredo Pareja
Diezcanseco consagró a la vida del Viejo Luchador.
Nota:
[1]
El 3 de febrero de 1912 el Ministro (embajador) de Chile en Ecuador,
don Víctor Eastman Cos, envió a su Cancillería un extenso oficio
reservado, dando cuenta de los hechos.
Fuente:
https://academiafrancmasonicaecuatoriana.wordpress.com/2012/01/28/mataron-a-eloy-alfaro/#more-298